La madura señorita soltera atendía en su departamento a su joven y guapo invitado. Después de la segunda copa le dice: "-Ahora vamos a jugar a las escondidas, Filibardo. Yo me escondo. Si me encuentras puedes hacer conmigo lo que quieras. Si no me encuentras estoy detrás de las cortinas"... Tres ingenieros mineros que llevaban tres meses ya remontados en la sierra iban en el tren. Sube al vagón una mujer muy fea. Dice uno de los ingenieros en voz baja: "-¡Cómo no es Talía!". Dice otro "¡Cómo no es Paulina Rubio!". Dice otro "-¡Cómo no es de noche!"... "-Hay palabras que vacila uno en decir a una chica como tú" -dice el tímido galán a la más que avispada muchacha. "-¿Como cuáles? -pregunta ella con mucho interés. "-Bueno, -responde el chico-. Por ejemplo: ¿te puedo decir la palabra ‘jalas’?"... El señor quería vender su coche, y le puso en el vidrio el letrero de "Se vende" y abajo el número de su teléfono. Al salir de su casa se encuentra con Babalucas que veía con mucha atención el letrero. "-¿Te interesa? -le pregunta. "-No, -responde Babalucas-. ¿Para qué quiero otro número de teléfono?"... Después de tres días de no salir del cuarto el recién casado pide al botones del hotel: "-Tráigame un caldo de pescado, tres cocteles de ostiones, tres de camarones, seis jaibas rellenas, un vuelve-a-la-vida, dieciocho huevos de caguama y medio kilo de ceviche, con seis cervezas y una botella de vino blanco". La noviecita oye que su flamante marido está pidiendo cosas de comer y dice desde el lecho: "-Yo quiero...". La interrumpe el muchacho: "-Ya sé que quieres, Rosibel -le dice-. Pero primero déjame reponerme"... Alguna vez tendrá que escribirse la gran novela del indocumentado mexicano, algo así como otra "Viñas de Ira" que recoja el tremendo drama de quienes todo lo arriesgan con tal de salir de su país. Se les considera -aun en su misma patria- como criaturas inferiores, una especie de vagabundos que, cegados por la esperanza de ganar dólares y comprar la quincalla oropelesca que se vende "al otro lado", dejan tierra, hogar, familia y se lanzan a la aventura de cruzar la frontera. Pocas veces se piensa que el drama del indocumentado mexicano es el de todo inmigrante: el del gallego que en doloridos versos cantó Rosalía; el del trasterrado español que lloró Garfias; el de los hombres de todos los tiempos y todos los países que han debido salir del territorio de su patria para buscar en la ajena el pan de cada día. Hubo una vez un tonto que dijo que quienes en México se llamaban entonces "braceros" iban a los Estados Unidos por puro espíritu de aventura. Falso. Iban -y siguen yendo- por hambre. Son hombres y mujeres buenos que quieren algo mejor para sus hijos, algo que su propio país ya no les puede dar. Su drama debería ser nuestro drama, y la nación se debería unir para exigir un trato mejor -allá y acá- para esos compatriotas nuestros que tantas injusticias y tantos malos tratos deben soportar... El señor y la señora cumplieron 30 años de casados y fueron a pasar una segunda luna de miel. Cuando volvieron, los amigos del señor le preguntaban en tono picaresco: "-¿Cómo te fue, Languidio?". "-No muy bien -responde el señor con pesadumbre-. Hace 30 años mi señora no hallaba cómo contenerme. Ahora no hallaba cómo consolarme"... En la merienda semanal las señoras del barrio hablaban acerca de sus respectivos maridos. "-El mío -dice una de ellas-, es ratero". "-Cómo que ratero?" -se alarman las demás-. "-Sí -responde la señora-. Nada más a ratos viene a la casa"... FIN.