Se habían amado cuando jóvenes. Pero el destino, cruel, los separó. ¡De cuántas separaciones culpamos al destino, y cómo lo tachamos de crueldad! A lo mejor el galán quería gozar la vida, o encontró la doncella un pretendiente mejor. El caso es que sus sendas se apartaron. Muy bien decía Yogi Berra: "Si en tu camino encuentras una bifurcación, ¡tómala!". Pasó el tiempo, y llegaron los dos al fin de su existencia. Se encontraron en la mansión de la eterna bienaventuranza, y decidieron unirse para la eternidad: si en la vida terrena no habían consagrado su amor, lo perfeccionarían en el más allá. Fueron en busca de San Pedro y le preguntaron si podían casarse ahí, en el Cielo. El apóstol de las llaves les dijo que sí. "-Hay quienes creen que aquí, como es el Cielo, no existe el matrimonio. Piensan que es cosa de la otra parte". (Así como un embotellador de Coca-Cola nunca pronuncia la palabra "Pepsi", y viceversa, así San Pedro jamás citaba el nombre del Infierno). "-¿Entonces podemos casarnos?" -preguntan ellos. "-Claro que sí -responde el santo-. Pero tendrán que esperar un tiempo". Pasó un año, pasó una década, pasó medio siglo, y San Pedro les decía que esperaran un poco más. Por fin, cuando los anhelantes novios llevaban más de 100 años de esperar, San Pedro los llamó y les dijo que ya podía celebrarse el matrimonio. La boda se llevó a cabo ante un sacerdote, y la pareja quedó unida por el sagrado vínculo. Mas ¡oh desdicha! Bien pronto se dieron cuenta de que no estaban hechos el uno para el otro. Reñían de continuo; su matrimonio, aun hecho en el Cielo, era un infierno. Fueron de nueva cuenta con San Pedro y le preguntaron si se podían divorciar. El de las llaves les contestó que sí. Sin embargo, les dijo, debía pasar algún tiempo antes de que el divorcio se pudiera tramitar. "-¿Cuánto tendremos que esperar? -preguntaron ellos. Inquirió a su vez San Pedro: "-¿Cuánto tiempo esperaron para casarse?". "-Un siglo" -respondieron los esposos. "-Tendrán que esperar quizá un milenio -les dice el portero celestial-. Si para que llegar al Cielo un cura tuvieron que pasar cien años, para que llegue un abogado tendrán que pasar lo menos mil"... Los animales de la selva le preguntaron al león por qué se quedaba con la mayor parte de la presa, si la habían cazado entre todos. Respondió él: "Quia nominor leo". Porque me llamo león. La fuerza es, en efecto, la razón del poderoso. Dudo por eso que los Estados Unidos vayan a acatar la resolución por la cual la Corte Internacional de Justicia de la Haya determinó que los tribunales norteamericanos deben revisar los casos de una cincuentena de mexicanos condenados a muerte. Esos tribunales violaron la Convención de Viena, que garantiza a los inculpados extranjeros el derecho a recibir asistencia consular tan pronto son objeto de aprehensión. Los Estados Unidos tienen la prepotencia del más fuerte, y la opinión internacional no les importa. La ejecución de esos mexicanos, si se consuma, será un crimen legal, pues fueron privados de un derecho básico para su defensa. Eso en el país que se proclama a sí mismo el campeón universal de los derechos humanos... "-¡Qué bien cantas!" -le dijo en una fiesta el muchacho a la muchacha. "-Y eso que tengo laringitis" -respondió ella. Bailaron luego, y él le dice: "-¡Qué bien bailas!". "-Y eso que tengo pies planos" -revela ella. Fueron luego los dos a un lugar más íntimo. Terminada la acción que los había llevado ahí dice él: "-¡Qué bien haces el amor!". Contesta la muchacha: "-Y eso que tengo herpes genital"... FIN.