Un sentimiento de tristeza entró en mi casa y me abrazó como alguien que da el pésame. ¿Cómo se pueden acabar, me dije, las relaciones entre el pueblo de Cuba, tan generoso, tan amigo, y el de este México que para nadie jamás tiene cerradas sus puertas y ventanas? Túndanse a palabrazos los gobiernos; jueguen los gobernantes sus torpes juegos de intrigas y manipuleos; rompan los diplomáticos sus diplomacias... Nos, el pueblo, único y verdadero comandante, verdadero y único presidente, no queremos romper nuestra relación. Los mexicanos deseamos seguir al lado de esa nación hermana nuestra, amiga nuestra, compañera nuestra, Cuba. ¿Cómo podemos pelearnos con Martí? ¿Acaso olvidaremos a don Manuel Márquez Sterling? ¿Ya no vamos a cantar con Bola de Nieve y César Portillo de la Luz? ¿Perderemos la palabra de Nicolás Guillén y de Lezama Lima, de Carpentier y Cabrera Infante, de Julián del Casal, de Eugenio Florit, de Virgilio Piñera, de Feijóo, de Baquero, de Cintio Vitier, de Carilda Oliver Labra y el Indio Naborí, de Heberto Padilla y Rafael Alcides Pérez, de Juana Rosa Pita y Roberto Fernández Retamar? Todos ellos son cubanos; todos ellos son Cuba. Y hay otros millones de hombres y mujeres que no tienen nombre, y además no lo necesitan, pues tienen el de cubanos, con lo cual está dicho todo y todo está cantado... Yo, que detesto a Castro, adoro a Cuba. Yo, que siento asomos de náusea con la hedentina del arcaico dictador, de sus perfidias y cinismos, siento veneración por la grandeza del pueblo cubano, y me duele en verdad el triste extremo a que han llegado ambos gobiernos, el de México y el de Cuba, en sus enfrentamientos y discordias. Allá los políticos y gobernantes. Pasarán, y lo que ahora es campanuda diplomacia será mañana anécdota curiosa. Si el mar no ha podido separar a los pueblos de Cuba y México menos aún podrá apartarlos el cenagal de la política. Vuelvan a la razón los personeros de las dos naciones, cesen sus esgrimas verbales y sus mutuas recriminaciones, y no atenten contra esa amistad de siglos que une a cubanos y mexicanos en una fraternidad más fuerte que todas las veleidades y rencillas de los detentadores del poder. Ni Castro es Cuba ni Fox es México. Nuestros pueblos son más que amigos, son hermanos. No habrá hombres ni partidos que puedan hacernos perder esa fraternidad... ¡Bravo, vehemente escribidor! ¡Dignas de fundirse en mármol y esculpirse en bronce -o viceversa en caso necesario- son las palabras flamígeras que pronunciaste! Quizá tu honda no sea la de David, pero de cualquier modo es buena onda. Narra ahora un par de lenes chascarrillos que aligeren el ánimo del mundo, tan conturbado por los recientes acontecimientos... El señor Calvínez, de la Liga de la Decencia, y doña Tebaida Tridua, de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, hicieron de consuno una propuesta en el reciente Congreso de Moral: había que prohibir los ceniceros, postularon. Un delegado quiso saber por qué. "-¿Cómo por qué? -respondió doña Tebaida con indignación-. ¡Ahí se juntan los pitillos con las colillas, señor mío!"... Se plantó un sujeto en mitad de la cantina y preguntó con retadora voz: "-¿Quién tiene los éstos más grandes que yo?". Se levanta de su mesa un grandulón. "-Yo mero, amigo -le contesta desafiante-. Yo tengo los ésos más grandes que usted". "-Qué bueno -dice entonces el otro-, porque me compré unos calzones que me quedaron grandes. ¿No se interesa en comprármelos?"... FIN.