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De Política y Cosas Peores

Armando Camorra

Babalucas fue a cenar en casa de doña Gorgolota, señora de alta sociedad. La conversación empezó a girar en torno de las palabras que se pueden usar en ciertas partes, y en otras no. "-Estoy pensando en la palabra ‘palo’ -interviene Babalucas ante el azoro de la anfitriona-. Según el diccionario, palo es un trozo cilíndrico de madera. Sin embargo, en algunos países un palo es cosa bien distinta". "-¿Ah sí? -pregunta uno de los invitados, divertido-. ¿Qué es?". "-Bueno -explica Babalucas-. Por ejemplo, en China la palabra ‘palo’ significa suspensión de labores"... Allá por los años cuarenta del pasado siglo hubo en Saltillo, mi ciudad, una escuela que prestó grandes servicios a la comunidad e hizo mucho bien a la familia, pues contribuyó a salvar muchos matrimonios. Sin embargo ese benéfico plantel no tuvo nunca reconocimiento oficial, y su única maestra no ha recibido hasta ahora el homenaje que se debe a los educadores más insignes. Doy los antecedentes. En aquellos tiempos "la casa chica" era una costumbre bastante generalizada. Muchos señores tenían, a más de esposa, amante establecida. Eso no sólo era tolerado, sino hasta confería status social. Pues bien, una cierta señora de buena sociedad tuvo la buena idea de preguntarse por qué pasaba eso, y no tardó en dar con el meollo del asunto: los señores obtenían de sus amigas placeres de alcoba que sus esposas -educadas conforme a los rígidos cartabones de la época- no les sabían dar. La dama, entonces, averiguó la dirección de una notoria daifa, y con toda humildad le suplicó que le enseñara sus peregrinas artes, a cambio, claro, de una colegiatura. En dos o tres sesiones escolares la experta mesalina le trasmitió a la neófita todos sus conocimientos. No sé qué sucedería en casa de la alumna -entiendo que salió muy aventajada-, pero en público se supo que su esposo había dejado a la querida. Andaba siempre con una vaga sonrisa de felicidad, y no veía la hora de terminar sus quehaceres cotidianos para correr al lado de su mujercita. Otras señoras le preguntaron a la afortunada qué había hecho para tener así a su esposo, y ella les dio la dirección de su maestra. Según datos fehacientes Saltillo fue la primera ciudad del país -no sé si de todo el continente, y aun del mundo- en que la casa chica desapareció como fenómeno social. Soy de opinión que las asociaciones defensoras de la familia deben rendir homenaje a esa piruja, maestra de gran mérito, pues contribuyó en forma destacada a dar firmeza a la institución matrimonial... Mutatis mutandis, cambiando lo que haya que cambiar, los encargados de nuestra política exterior deberían hacer lo mismo que hizo la esposa de mi historia: buscar asesoría. ¡Qué mal se están viendo esos señores que hoy expulsan en forma perentoria al embajador de Cuba y al día siguiente tienden la mano en solicitud de diálogo! Errática parece esa conducta, muy falta de ponderación y coherencia. Mientras el embajador cubano actúa con buen juicio, prudencia y gallardía, nuestro Canciller se mira aturrullado, sin tino, como novato entre profesionales. Jamás la política exterior mexicana, que tanto prestigio llegó a alcanzar y que tan buenos timbres nos ganó, había llegado a un nivel tan deplorable. Las virulentas palabras que Castro dijo en su discurso del primero de mayo ameritaban, es cierto, una respuesta enérgica por parte de México. Esa contestación, sin embargo, fue muy desorbitada, pecó de precipitación. Pero si en esa forma se respondió a la diatriba del añoso dictador no canten ahora la palinodia nuestros representantes. Malo es perder amigos. Peor todavía es perder dignidad... FIN.

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