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De Política y Cosas Peores

Armando Camorra

¡Basta! Yo también digo esa palabra. Basta ya de hablar tanto de la ineptitud. El poeta de Jerez (Nota de la Redacción: Ramón López Velarde) asistía con sonrisa depravada a las ineptitudes de la inepta cultura. Nosotros asistimos también, aunque sin sonreír, a las ineptitudes de la inepta política. Pero eso nos hastía y causa tedio. Queremos ahora volver nuestra mirada a otros horizontes. Y uno de los más bellos está en Parras, hermoso lugar de mi natal Coahuila. A quien no conoce Parras de la Fuente acostumbro decirle: "Lo acompaño en su sentimiento". Porque Parras es un ensayo general para irse al Cielo. Todo lo tiene Parras: historia y tradición, cultura propia, calles y plazas recoletas, agua abundante en las nubes y en la tierra, añosas huertas de nogales, dulces paradisíacos... Pero dos cosas tiene Parras aún mejores: sus vinos y su gente. O su gente y su vino, como sea, porque en Parras la gente ayuda a conocer el vino y el vino ayuda a conocer la gente. Si hubiera un concurso universal de gente la de Parras tendría medalla de oro. No hay concurso de gente, pero sí de vino. El último de categoría internacional se efectuó en Lieja, ciudad de Bélgica con gran tradición de enología. Ahí, catadores llegados de todo el mundo degustaron vinos de todos los países en donde el vino se produce. Los vinos mexicanos obtuvieron nueve medallas. De ellas casi la mitad -dos de oro y dos de plata- correspondió a vinos de Parras. Y es que en Parras está Casa Madero, la más antigua empresa vitivinícola de América, fundada en el siglo dieciséis, año de mil quinientos y noventa y siete. El gran señor de esa casa grande es José Milmo, quien tanto ha hecho por mejorar la calidad del vino mexicano, y que añade una presea más -cuatro preseas más- a su brillante trayectoria de enólogo. Con estas medallas Parras fortalece aún más su prestigio vitivinícola, pues se reconoce mundialmente la calidad de sus cepas y sus caldos. Eso me alegra como mexicano, como coahuilense y -sobre todo- como rendido enamorado de Parras. Tales premios, de tan significada importancia, me dan ocasión para repetir el sonoroso dicho que dicen los parrenses cuando lo invitan a uno a gozar los prodigios que guardan sus barricas: "El que a Parras vino, y no vino a beber vino, ¿entonces a qué ch... vino?"... El señor se asomó a la sala, y lo que vio casi lo tumbó de espaldas. Así, de espaldas, estaba tumbada su hija en el sillón, entregada con su novio al más antiguo rito natural. Antes de que el estupefacto genitor pudiera articular palabra le dice el galancete: "-No se forme una idea equivocada, señor. Estamos ensayando para nuestra luna de miel"... Jactancio Narcícez, sujeto muy pagado de sí mismo, le dijo a Rosibel: "-En conjunto no estás del todo mal, muchacha. Tu cabellera rubia tiene una vaga semejanza con el sol que en la mañana asoma por Oriente; tu frente nívea se parece a las enhiestas cumbres de los volcanes de mi patria; tus labios me recuerdan los corales del océano; tus dientes son perlas de Ofir; tu cuello es de gacela; tus senos son las palomas que ensalzó el bardo de la sulamita en el Cantar de los Cantares; tu cintura cimbreante de palmera se enancha en esa grupa de potra arábiga que tienes, y tus piernas, de alabastro y mármol, son invertido capitel de esos pies tuyos, pequeños como sendos alfileteros donde el rendido enamorado deja clavados su alma y corazón. ¿Quieres salir conmigo?". Contesta la muchacha escuetamente: "-No". "-Está bien -dice entonces Jactancio, desdeñoso-. De cualquier modo no me gustas mucho. Hablas demasiado"... FIN.

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