Pad Rotte, hombre de la peor ralea, tenía infame oficio: era gigoló, rufián, proxeneta, chulo o mantenido. Se ganaba el pan con el sudor de su gente, todas ingenuas jóvenes a las que había seducido para arrojarlas después a los abismos de la perdición. Era hombre próspero, a diferencia de aquel otro gigoló que se contagió de lepra y se le cayó el negocio. Cierto día Pad conoció a una linda y virtuosa señorita llamada Dulcimel, y se propuso añadirla a su nómina. La cortejó, como hacen los de su calaña, fingiéndose su enamorado. Le habló de matrimonio, y de una vida de felicidad en un chaletito con jardín donde cultivarían violetas. Le dijo: "-Pero antes deberás darme una prueba de amor. Para poder comprar el chaletito iremos por todos los estados de la República ofreciendo tu cuerpo a la lujuria de hombres ricos. El sacrificio de tu pureza será la base de nuestro hogar y nuestra felicidad". Dulcimel, tribulada, aceptó aquella suprema inmolación, pues le gustaban mucho las violetas. La lúbrica tournée comenzó por el noroeste del país: Baja California, Sonora, Sinaloa... Luego Chihuahua y el noreste: Coahuila, Tamaulipas, Nuevo León. Después recorrieron San Luis Potosí, Aguascalientes, Durango, Zacatecas. Llegaron a Jalisco, Nayarit y Colima. Fueron a Puebla y Veracruz. En el hermoso puerto se conmovió por fin el vil tratante. Pensó que por su amor, solamente por su amor, aquella flor de virtud se arrastraba por la ciénaga del vicio. Por él se entregaba cada noche a hombres que la hacían objeto de su torpe libídine y sus rijos. Le dijo a la muchacha, conmovido: "-Dulcimel: me has probado de sobra tu cariño. Aquí termina el viaje". "-¡Ah no! -protesta ella-. Todavía nos faltan 15 estados y el Distrito Federal!"... Aquellos dos compadres se bebieron unas copas y entraron en el terreno de las confidencias. Le dice uno al otro hablando de su propia esposa. "-Su comadre, compadrito, tiene una extraña peculiaridad. Cuando hacemos el amor y llega al éxtasis las orejas se le mueven, le papalotean, para decirlo de algún modo". "-¡Mire, compadre! -exclama el otro-. ¡Y yo que creí que era mi imaginación!"... Babalucas conoció a un portugués. Le dice el lusitano: "-Soy de Madeira". "-Ah sí -responde Babalucas-. Como Pinocho"... Se incendió una cantina. El jefe de bomberos le pregunta a un borrachín que veía la conflagración: "-¿Sabe usted cómo se inició esto?". "-No -replica el temulento-. Yo entré a la cantina cuando el incendio había empezado ya"... Jehová o Yahvé, el dios del Antiguo Testamento, no tuvo madre. Era colérico, cruel, vengativo, inventor de castigos crudelísimos: diluvios, fuego del cielo, plagas terribles, ángeles exterminadores... En cambio el dios del Nuevo Testamento es amoroso; predica la paz y el perdón entre los hombres. Eso se explica porque Jesús, el Cristo, sí tuvo mamá. Hoy por hoy, sin embargo, nuestro mundo parece señoreado por la ley del talión que en la antigua escritura postula la venganza: ojo por ojo, diente por diente. Estamos contemplando visiones terroríficas que a los hombres del medioevo habrían espantado. La decapitación del norteamericano Berg formará parte de la más inhumana crónica de horrores de este siglo. A eso conduce la política de represalias en que han caído las naciones, y que ha provocado una cadena de bárbaras acciones que parece ya no tendrán final. ¿Tendrán que venir los marcianos a atacar nuestro planeta, o deberá suceder un cataclismo de proporción mundial para que los hombres nos unamos por encima de religiones, razas y nacionalidades? Y no pregunto cuál es la capital de Dakota del Sur porque eso sería ya mucho preguntar... FIN.