La verdadera historia que ahora sigue puede aplicarse a los diputados federales... El maestro Po estaba en el huerto del Shaolin, donde los juveniles estudiantes recibían de los monjes la enseñanza del kung fu -arte milenario- y sobre las virtudes de la disciplina, la humildad y las ventajas del uso de la lecitina. Inmóvil se hallaba el maestro Po, en actitud silente. ¿Qué estaba contemplando? Nada. No veía ni el vuelo de la garza sobre el bruñido espejo del estanque, ni la efímera nube pasajera, ni la verdosa rana que procuraba pasar inadvertida entre las hojas del nenúfar. ¿Por qué no veía eso el maestro? Podría yo aducir muchas razones, pero diré una sola: era ciego. ¿Acaso es necesario decir más? La luz había huido de sus ojos, pero el maestro Po llevaba un resplandor interno que lo iluminaba, y sus otros sentidos habían alcanzado tal perfección que hubiese podido advertir de inmediato la llegada de un elefante, a condición, claro, de que el elefante lo pisara. En su meditación estaba el maestro cuando sintió a su lado una presencia. "¿Eres tú, pequeño saltamontes?" -preguntó con voz llena de serenidad. "Sí, maestro -respondió el joven discípulo que se había acercado con paso silencioso, de tigre en acecho, a ver si podía sorprender a su maestro. Esa sorpresa habría consistido en llegar sin ser notado y picarle las costillas. Jamás había podido el estudiante consumar tan grande hazaña, pues siempre el maestro Po sentía su llegada. Quiso saber el chico, avergonzado: "¿Cómo notaste mi presencia, maestro, si ni siquiera moví con mis pisadas un solo grano de la tierra?". "La vida es como un junco que hoy está y mañana ya no está -respondió Po, que solía aprovechar cualquier pregunta, incluso: "¿Qué horas son?", para impartir alguna de sus enseñanzas-. Noté que estabas cerca por las ligeras ondas del aire que agitaste al caminar, por la casi imperceptible variación de temperatura causada por la cercanía de tu cuerpo, y por la levísima presión que ejerce sobre mi materia el magnetismo de la tuya. Pero sobre todo fue mi nariz la que me avisó de tu presencia. Calculo que hace dos lunas que no bañas tu cuerpo en el estanque". (NOTA: En el calendario Hsien dos lunas equivalen a 56 días). El pequeño saltamontes no reparó en aquella sutil insinuación. "Dime, di, maestro sabio -preguntó-. Llevo ya diez años en este sacro lugar, y sin embargo aún no he aprendido nada. ¿A qué se debe eso?". Inmóvil como había estado hasta entonces, y con los blancos ojos perdidos en el infinito, le contestó el maestro: "Dime primero tú, pequeño saltamontes: ¿has pasado horas enteras viendo el ir y venir de las hormigas por los caminos de la tierra?". "-Sí, maestro -respondió el muchacho-. Mil veces he hecho eso". "-Y dime -prosiguió el maestro-. ¿Has contemplado durante horas el movimiento de los peces en el callado seno de las aguas, y el reflejo del sol y de la luna en sus escamas irisadas?". "-Sí, sabio maestro -repitió el discípulo-. En incontables ocasiones me he aplicado a ver el movimiento de los peces". "-Dime más -siguió diciendo Po-. ¿Has observado largo tiempo el volar y revolar de los tordos por los ámbitos del cielo, y cómo forman dibujos caprichosos sobre el azul espacio haciendo giros según el rumbo a donde sopla el viento?". "-Sí, maestro -volvió a decir el joven-. Muchos días me he puesto a ver el vuelo de los tordos". Y dijo entonces el maestro Po con reposado acento: "-Ahora sé, pequeño saltamontes, por qué no has aprendido nada en los diez años que llevas ya en el convento". "-¿Por qué maestro sabio, por qué?" -preguntó ansiosamente el pequeño saltamontes. Y respondió el maestro: "-Porque te la has pasado todo el tiempo viendo puras p..."... FIN.