El novio sufría de sordera. A la hora de su boda el sacerdote le iba indicando por señas los sucesivos pasos del ritual. Hace el padre el signo de dinero para pedirle las arras. Enseguida une por las puntas los dedos índice y pulgar de la mano izquierda, formando un círculo, y lo atraviesa una y otra vez con el índice de la derecha para indicarle al desposado que debía poner el anillo en la mano de su novia. Muy colorado el muchacho empieza a hablar por señas a su madre. Le traduce la señora al sacerdote: “Dice que eso lo hará después, en privado, porque aquí le da vergüenza”... Llega el individuo al departamento donde vivía la atractiva muchacha. Hace sonar el timbre y le abre ella. "-Buenas tardes, hermosa señorita -saluda el individuo con untuosa amabilidad-. ¿Podría brindarme unos minutos de su valioso tiempo?". "-Tendrá que disculparme -responde la chica-. En estos momentos estoy muy ocupada. ¿Qué vende usted?". "-No vendo nada -replica el tipo con una sonrisa de salacidad-. Más bien, para serle sincero, estoy tratando de comprar"... Al terminar la jornada le dice el pintor a su curvilínea modelo con voz desfallecida: "-Quedé agotado por completo, Giocondina". "-Yo también, maestro -responde ella-. Creo que será mejor que mañana nos dediquemos usted a pintar y yo a posar"... No hay todavía en México una plena conciencia de lo que significa la destrucción de los bosques y las selvas. La ambición, la ignorancia y la pobreza se unen y provocan cada año la irreparable desaparición de cientos de miles de hectáreas boscosas y selváticas. Eso se hace principalmente para explotar la madera de los árboles y para abrir nuevas extensiones a cultivos precarios y de poco rendimiento. Especialistas internacionales están acordes en señalar que nuestro país es uno de los que más daños están resintiendo en todo el mundo por esa irracional explotación, causa del aniquilamiento de amplias zonas en sitios tales como la selva lacandona, que se encuentra en lento pero inexorable proceso de extinción. De nada sirven al parecer los organismos encargados de la conservación de esas riquezas naturales, patrimonio de México y de toda la humanidad. En ocasiones por negligencia, muchas veces por corrupción, se permite que se siga atentando impunemente contra bienes que no se pueden ya recuperar. Cuidar las selvas y los bosques, proteger los árboles, no es chifladura de ecólogos o naturalistas, sino trabajo de elemental instinto de conservación... Si tú posees ese instinto, inane columnista, escribe un chascarrillo final y luego aléjate antes de que te alcance nuestra cólera, motivada por tus reflexiones, atinadas, ciertamente, pero muy largas... Llegó a su casa don Cornulio y sorprendió a su esposa en ajustado trance de lascivia con un querido amigo del lacerado esposo. Clama don Cornulio alzando los brazos al cielo como Talma en “El rey Lear”: “¡Ah, ramera! ¡Y con mi mejor amigo!”. “¿Y qué querías? –responde ella con implacable lógica-. Que lo hiciera con el peor?”... El recién casado no pudo abrir la maleta en el cuarto del hotel, pues se trabó el cierre. Fue a la administración a pedir un taladro: “Pruebe otra vez –le aconseja el encargado-. No puede estar tan dura”... FIN.