Llegó lord Feebledick de la reunión mensual con sus compañeros de Eton y encontró a su mujer, lady Loosebloomers, en ayuntamiento fornicario con Wellh Ung, el membrudo mancebo encargado de la cría de faisanes. Lord Feebledick tenía toda la flema de su raza; cualquiera hubiese dicho que por las venas le corrían Corn-Flakes en vez de sangre. En cierta ocasión su caballo corrió en Ascott. Había una apuesta de 500 mil libras esterlinas. Lord Feebledick siguió la carrera sin mudar la expresión del rostro. Inmóvil, quieto, con las manos en los bolsillos del pantalón, vio perder a su caballo por una nariz. Sólo cuando se sacó las manos de las bolsas la gente descubrió, espantada, que con la intensidad de la emoción contenida el flemático caballero se había arrancado los éstos. Aún se narra entre los habitués del hipódromo esa curiosa anécdota, de la cual el Times hizo discreta relación. Pues bien, ese hombre que tampoco hizo ningún gesto cuando la célebre carga de la Brigada Ligera -lo cual quizá se explica por la circunstancia de que esa carga sucedió en Calcuta, y Lord Feebledick se hallaba en Londres-, ese hombre que afrontaba impertérrito e impávido, no sé si apático o estoico, las más duras pruebas de la vida (por ejemplo cuando la Melba cantó "Ciribiribin"), enmarcó las cejas al sorprender a su esposa con el guardabosque. Ella notó el desabrimiento de su marido, y le dijo con tono de preocupación: "No me lo niegues, Feebledick. Estás pensando que hice algo malo. Puedo leerlo en tu cara". Sin responder palabra el lord llamó a su mayordomo y le pidió su rifle 577 Holland and Holland, que había usado en la cacería del elefante en Kenya, cuando aquel famoso safari con el capitán Mark Howard Williams. Trajo el arma el fiel servidor. Esgrimiendo el rifle preguntó el marido a los folladores: "¿Qué piensan ustedes que se merecen?". Arriesgó Wellh Ung tímidamente: "¿Un descansito?". "¡Ah! -rebufó my lord-. ¡Esto no se puede quedar así!". Preguntó Wellh Ung: "¿Quiere my lord que tendamos la cama?". Intervino en ese punto lady Loosebloomers: "Eres injusto, Feebledick. Yo te dejo tener tu colección de dibujos de Aretino, tus pipas, tu cabeza de misionero reducida por los indios jíbaros, y en cambio tú no permites que yo tenga mis pequeñas distracciones. ¿A eso llamas justicia?". "Eres una pecatriz" -le dijo Feebledick. "Y tú no tienes memoria -replicó lady Loosebloomer-. ¿Acaso no recuerdas lo que me dijiste al proponerme matrimonio? Dijiste que éramos el uno para el otro. Pues bien: éste es el otro". Ante ese argumento quedó sin habla el caballero. ¡Ah sutil ingenio femenino, que sabes explicar lo inexplicable! Sin decir una palabra más salió my lord del cuarto. En próximas entregas seguiremos narrando los avatares de la vida conyugal de Lord Feebledick y su apasionada mujer, lady Loosebloomers... Hay quienes dicen que la vida en el Distrito Federal tiene sólo aspectos negativos, y que ninguna ventaja gozan los habitantes de la gran metrópoli a cambio de todos los riesgos, sinsabores y problemas que hacen de la existencia diaria en el DF una aventura peligrosa. Se equivocan quienes tal opinan. Teólogos de mérito estudiosos de la escatología católica afirman con mucha certidumbre que quienes mueren en el Distrito Federal se van derecho al Cielo, sin hacer la molesta escala del Purgatorio que a los demás mortales nos obliga, pues se considera que un año de vida en la Capital de la República equivale a un siglo o más de Purgatorio. No sé mucho de esas cuestiones, pero juzgué mi obligación mencionar tan interesante tesis por el consuelo que puede traer a quienes viven inmersos en ese gran complot contra López Obrador que es la Ciudad de México... FIN.