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De Política y Cosas Peores

Armando Camorra

El refranero de la charrería mexicana es rico, sabio e ingenioso. Desde los tiempos del Beato fray Sebastián de Aparicio, primer charro, primer constructor de caminos y primer fabricante de carros que hubo en México, se usaba ya un variadísimo paremiario -refranero- perteneciente al bravío mundo de los jinetes y de sus caballos. Veamos algunas galanas muestras de ese refranero... “Que Dios me libre de un rayo, de un burro en el mes de mayo y de un pen... a caballo”... “El que quiera ser buen charro, poco plato y menos jarro”... Caballo, mujer y guitarra, según quien los agarra”... “Al gallo sin espolón ni la gallina lo quiere”... “El andar a caballo a unos hace caballeros, a otros caballerangos”... “A mí ningún buey me brama, y menos en mi ranchito”... “El que presta el caballo pa’ torear o la mujer pa’ bailar, no tiene derecho a reclamar”... “Sólo Dios es caporal, los demás son puros peones”... “Al hombre jugador y al caballo corredor poco les dura el honor”... “Como caballo de circo: hasta la changa me monta”... Y esta pequeña joya de sabiduría: “Caballo demasiado manso tira a penco. Mujer demasiado coqueta tira a p... Y hombre demasiado bueno tira a pen...”... ¡Cuánta verdad encierra este refrán! Aun la enseñanza evangélica nos aconseja ser mansos como la paloma, pero también astutos como la serpiente. Aun la bondad debe tener sus límites, pues si no la maldad se vale de ella. De Rudyard Kipling dijo George Orwell que era el único escritor de su tiempo que añadió frases al habla popular de los ingleses. Y de otros pueblos igualmente, digo yo: la frase según la cual la prostitución es “la profesión más antigua del mundo” es de Kipling (“In black and white”, 1888). Pues bien: en su famoso poema “If...” el autor de “The Just-So Stories” dijo que hay que ser bueno con todos, pero no demasiado. Ahora está surgiendo una curiosa novedad en relación con la ley. La esgrimen quienes no saben de leyes, y especialmente quienes sienten desprecio por ellas. El ejemplo principal es, desde luego, Andrés Manuel López Obrador. De manera expresa y tácita este señor ha manifestado una y otra vez su desdén por la legalidad. Ahora parece pedir a los jueces que sean bondadosos, incluso, si se hace necesario, demasiado bondadosos. Según su tesis la aplicación de la ley debe suspenderse -o atemperarse al menos- si de esa aplicación derivan consecuencias que puedan afectar a un gobierno. Dicho de otra manera: el ejercicio del Derecho ha de supeditarse a la política. Dicho aun de otra manera: la ley debe aplicarse de un modo a los gobernados y de otro a los gobernantes. Salta a la vista lo aberrante de esta tesis, contenida en la última Epístola de López Obrador a Fox. Su postulado contradice el principio básico según el cual entre las principales características de la norma jurídica están la generalidad y la abstracción: la norma es para aplicarse por igual a todos, sin distinción alguna de personas. También contradice esa teoría los fundamentos de la democracia, por la cual ante la ley todos somos iguales. López Obrador está poseído por un espíritu mesiánico. Se siente adalid de la justicia, y piensa que la ley es un estorbo para conseguirla. Su caudillismo lo ha llevado a asumir actitudes que lo han apartado a veces de la observancia de la ley y de los dictados que de ella derivan. Por eso él y sus partidarios piden que la aplicación del Derecho sea objeto de matices que los proteja de las consecuencias jurídicas de sus actos. O sea, don Andrés Manuel está dispuesto a someterse a la ley, pero no mucho. No es dable imaginar ahora lo que un hombre que tiene tal concepción de la ley sería capaz de hacer si llegara a la Presidencia de la República... FIN.

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