Le dice una señora a otra: “Mi esposo me es absolutamente fiel”. “A mí también -declara la otra-. El que a cada rato me engaña es mi marido”... El jefe de personal interrogaba al solicitador de empleo: “¿Nombre?”. “Babalucas”. “¿Edad?”. “40 años”. “¿Estado civil?”. “Casado”. “¿Y habita?”. “Diminutivo de haba”... Murió Juan Pérez, mexicano, y -caso increíble tratándose de un mexicano- se fue directo al Cielo. Ahí San Pedro le dio un pequeño automóvil, un vochito de modelo pasado, para que anduviera por las calles de la celestial mansión. Al mismo tiempo que Juan llegó al Paraíso un judío, Moishe Finkelstein. A él San Pedro le dio un Ferrari del año, el modelo de más lujo. “¿Por qué la diferencia, manito?” -le pregunta muy molesto Juan a San Pedro. Responde el portero celestial: “¿Qué puedo hacer? Es paisano del hijo del patrón”... La esposa entró de puntillas a la oficina de su marido, que estaba muy concentrado leyendo unos papeles. Se puso detrás de él y le tapó, juguetona, los ojos con las manos. Dice el hombre: “Vuelve a tu escritorio por favor, Rosibel. Ahora no tengo tiempo para nuestros juegos”... En la merienda semanal la señora les cuenta a sus amigas: “Por fin mi esposo encontró la manera de satisfacerme por las noches”. “¿De veras? -se interesan todas-. ¿Qué hace?”. Responde la señora: “Se va a dormir a otro cuarto”... Le pregunta un tipo a otro: “Y ¿qué hace tu hijo en Los Ángeles?”. “Está grabando” -responde el otro. “¿Es músico o cantante?” -se admira el primero. “No -precisa el otro-. Está echando grava en las carreteras”... En una fiesta uno de los invitados indicaba con las manos a otros la medida de algo. La esposa del sujeto les dice a las demás señoras: “O se está refiriendo al pez que el domingo pasado pescó o está presumiendo de algo que no tiene”. (No le entendí)... Hace años el nombre de México era en el extranjero sinónimo de corrupción. Ahora es sinónimo de inseguridad. La delincuencia organizada le está ganando la batalla al Gobierno desorganizado. Tanto se han ocupado los políticos de la política que se han olvidado del bien común. Han hecho a un lado el interés de los ciudadanos para entregarse a sus riñas callejeras, a sus pugnas por el botín nacional. Antes el dedo se usaba para ungir a los escogidos del poderoso en turno; ahora se emplea para tratar de tapar el sol, como hace López Obrador cuando rebate a la embajadora de España (seguramente la señora es parte también del complot universal en su contra). La manifestación del próximo domingo en la Ciudad de México para protestar por la inseguridad es el reclamo de una sociedad lastimada lo mismo por la violencia sin freno de los delincuentes que por la rampante ineptitud de las autoridades. De esa protesta deben derivar acciones concretas de los encargados del bien público. La depuración de las corporaciones policíacas, de modo que dejen de ser nidos de maleantes; el endurecimiento de las penas contra los criminales; la cesación de esa impunidad bajo la cual han actuado hasta ahora los secuestradores, asaltantes y demás congéneres; todo eso, con la asunción de medidas preventivas, servirá para la defensa de los ciudadanos y sus familias frente a esas bandas de transgresores de la ley que actúan como si este país fuera una selva sin autoridad ni orden jurídico. Lo es, quizá, pero la gente ya está harta, y esa situación tiene que cambiar. Y otra cosa: alguien nos debe amparar contra el amparo. Institución valiosa es ésta cuando protege al inocente contra los agravios de la autoridad, pero se vuelve instrumento pernicioso cuando de él se valen los delincuentes para retrasar o evadir de plano la acción de la justicia... FIN.