La verdad es la verdad, aunque se diga desde el Olimpo. Tiene razón Jorge Castañeda cuando denuncia la inconstitucionalidad de la viciosa legislación electoral por la cual un ciudadano sólo puede aspirar a un cargo de elección popular mediante postulación hecha por un partido político. He ahí una palmaria violación de los derechos de la persona humana. Los partidos detentan un indebido monopolio que atenta contra los individuos y cierra el paso a las candidaturas independientes. Muchas razones pueden aducirse para defender ese monopolio y justificar, o explicar, su ilegalidad. Un secretario de Gobernación me dijo alguna vez, cuando le pregunté sobre el asunto, que había el temor de que el narcotráfico se infiltrara en la política y ganara posiciones de poder a través de candidatos financiados con el abundante dinero de que disponen los narcotraficantes. El argumento, desde luego, es deleznable. En muchas formas se puede evitar esa posibilidad. Sucede más bien que los partidos han formado una especie de casta o clase política que disfruta de algo cuyo nombre no puede ser más expresivo: “prerrogativas”. Esa palabra es definida por el diccionario como “Privilegio que se concede a alguien para que goce de ello”. Las prerrogativas concedidas a los partidos se traducen en cuantiosísimas sumas de dinero -salidas, claro, del bolsillo de los contribuyentes- que sirven para mantener a una onerosa burocracia parasitaria integrada por gente cuyo trabajo consiste básicamente en desayunos políticos, comidas de política y cenas de lo mismo. Partidos riquísimos en paupérrimo país. No digo más, porque estoy muy encaboronado. Me limito a señalar otra vez que al tachar de inconstitucional el monopolio de los partidos sobre los cargos de elección popular, Jorge Castañeda está diciendo la verdad. Y la verdad es la verdad, aunque se diga desde el Olimpo... Séame permitido ahora desfogar mi enojo, irritación, enfado, alteración, encrespamiento o exasperación con el relato de algunas inanes historietas que disipen mi corajina y hagan volver la calma a la República, seguramente conturbada por mi encalabrinamiento... Le pregunta a Pepito la maestra: “¿Qué es un solípedo?”. Arriesga el chiquillo: “¿Un ebrio solitario?”... Con pena y todo tengo que decir que la señora Anfis Benna, directora general de la empresa Patoot Inc., era una mujer bastante fea. Lo fue desde niña: cuando nació, su mamá no le dio el pecho, le dio la espalda. Desde luego el aspecto externo nada dice acerca de una persona. Ahí tienen ustedes a Michael Jackson. ¿Es hombre? ¿Es mujer? ¿Es? Pero sucede que por dentro doña Anfis Benna era más fea aún. Había nomás que ver ese hígado, ese bazo, ese músculo aductor del dedo gordo... Se alegró, pues, la señora cuando un joven ejecutivo de buenas prendas físicas se presentó ante ella y le pidió trabajo. “¿Cuánto quiere usted ganar?” -le preguntó sin más. El muchacho declaró el sueldo a que aspiraba. “Se lo pagaré con placer” -dice doña Anfis Benna. Replica sobresaltado el joven: “Preferiría efectivo, cheque o depósito en mi cuenta bancaria”... La muchacha mostraba un próspero embarazo de seis meses. El papá de la muchacha mostraba una escopeta de dos cañones. El novio de la muchacha mostraba un gran susto. Dice tragando saliva: “Está bien. ¿Te quieres casar conmigo, Pirulina?”. Responde, coqueta, la muchacha: “¡Caramba, Forzadio! ¡Todo esto es tan inesperado!”... Le cuenta un señor a otro: “Formo parte de una sociedad que incluye entre sus prácticas la abstención total de sexo”. “¿Ah sí? -pregunta el otro, intrigado al saber que había una agrupación así-. ¿Cómo se llama esa sociedad?”. Contesta el señor: “Matrimonio”... FIN.