Llega un hombre rudo a la cantina y se dirige con ronca voz al cantinero: "Dame un tequila doble". El de la taberna, como todos los de su oficio, era un profundo conocedor de la naturaleza humana, mezcla de Freud, Adler y Jung. Le pregunta al recién llegado: "¿Algún problema, señor?". "Sí -replica el hombre, sombrío-. Tengo tres hijos. Acabo de enterarme de que al mayor no le gustan las mujeres". Al día siguiente llega otra vez el hombre. "Dos tequilas dobles, por favor" -pide taciturno. "¿Más problemas, señor?" -se conduele el cantinero. "Así es -contesta el cliente-. He sabido que al segundo de mis hijos tampoco le gustan las mujeres". Un día después llega de nuevo el hombre a la cantina. "Dame tres tequilas dobles" -pide con tono hosco. "¡Caramba, señor! -exclama consternado el tabernero-. ¡No me diga que a su tercer hijo tampoco le gustan las mujeres!". "Peor todavía -replica el individuo, mohíno-. Acabo de descubrir que a mi mujer le gustan"... Rosilí, muchacha candorosa, resistía con empeño goretiano los embates libidinosos de Afrodisio. Le dice: "¿Para qué necesitamos sexo si podemos tener una buena relación?". Revira el salaz verraco: "¿Para que necesitamos una relación si podemos tener buen sexo?"... Babalucas era dependiente en una tienda de abarrotes. Cierto día llegó doña Ciria, la beata del pueblo. "Si tiene velas deme una -pide-. Y si tiene huevos, envuélvame una docena". Con gran determinación y mirada desafiante Babalucas le dio una vela en la mano y doce envueltas... Estoy ahora en un ski resort de lujo. Por la ventana del vasto comedor, en cuyo centro arde un invitador fuego de leña, veo a los esquiadores -lindas chicas y ágiles muchachos- que se deslizan con elegancia por la blanca superficie. En las mesas conviven huéspedes llegados de varios continentes: hay norteamericanos, canadienses, italianos, ingleses, japoneses, llegados por el sistema de intercambio hotelero... También hay mexicanos de diferentes partes del país. Aquí se disfruta de cómodos alojamientos -cabañas y chalets de gran belleza-, de los salones de juegos, de la alberca techada, del campo de golf, uno de los más altos y bien diseñados en el mundo, y sobre todo de la pista de ski, hecha con material sintético de calidad mundial. Hemos ido por las veredas del bosque, a pie o en vehículo especial, y con los grupos que llegaron a reuniones de trabajo hemos gozado las delicias de la sabrosísima cocina. ¿Dónde estoy? ¿En Lake Tahoe, Aspen o Ruidoso? ¿En los Alpes suizos o italianos? ¿En Chamonix o Innsbruck? No. Estoy en Coahuila, y más concretamente en la Sierra de Arteaga -¡a menos de una hora de mi ciudad, Saltillo!- y aun más concretamente en Monterreal, un extraordinario centro de turismo que la magnífica revista "Tips", de Aeroméxico, acaba de mostrar como ejemplo de cómo se puede armonizar el desarrollo de una región con aquello que se debe a la naturaleza. La obra realizada por la familia Salinas Valdés -el ingeniero Luis Horacio Salinas, su esposa Lupitina y sus emprendedores hijos-, es un espléndido ejemplo de cómo se puede armonizar el desarrollo de una región con aquello que se debe a la naturaleza. Conocer ese lugar es adquirir nueva confianza en México y en los mexicanos... Pirulina era ardiente; Miltonio, su acompañante de esa tarde, era cegato. Fueron en automóvil a un romántico paraje; descendieron del vehículo y se tendieron en el pasto. Comienzan las acciones, y Pirulina le dice a su vehemente amigo: "Quítate los lentes por favor, Miltonio, que me estás rasguñando con ellos". El cegarra obedece sin chistar. Prosigue el igniscente trance, y dice Pirulina: "Ponte los lentes otra vez, Miltonio. Estás besando el pasto"... FIN.