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De Política y Cosas Peores

Por Armando Camorra

In nomine Patris... ¿Propósitos de Año Nuevo? Firmísimo ha de ser cualquier propósito si aspira a durar 365 largos días. Ninguno de mis propósitos tiene tal firmeza, pues no la tengo yo. Por tanto no hago promesas de Año Nuevo: sé desde ahora que no las cumpliré. Hago, sí, propósitos de Día Nuevo, pequeños, como yo. Un propósito para todo el año necesita de una voluntad para todo el año. Mi voluntad es tan débil que no puedo exigirle tanta edad. Puedo pedirle, sin embargo, que dure un día y me sostenga -por ese día, nada más- en mi buena intención. "Hoy no se fía, mañana sí", rezaba el letrero de los antiguos tendejones. Pero ese "hoy" duraba para siempre, y no había que preocuparse del mañana. Así son mis propósitos de Día Nuevo: hoy haré esto, o no haré esto. Mañana será otro día. Cosa difícil es decir: "Ya nunca beberé" o: "Ya no voy a fumar". Pero no es tan difícil prometer: "Por hoy me abstendré de beber", o: "Este día no voy a fumar". Supongamos -es sólo un suponer- que prometo ser bueno, bueno en el sentido infantil de la palabra, que es sospechosamente igual al sentido filosófico, ético y teológico de la palabra. Si hago esa promesa para toda la vida, cumplirla será desmesurada empresa. Pero si prometo -si me prometo- ser bueno hoy, eso ya está al alcance de todas las posibilidades, hasta de la mía, que tan pocas posibilidades tiene. Quizá no diga: "Hoy seré bueno", pues a lo mejor decir eso me haría ruborizar, tan perdida está ya la inocencia y tan lejano el día de la primera comunión. Pero sí diré: "Hoy no seré ca... ni joderé a mi prójimo". Así enunciado, más claramente y con mayor rotundidad, el propósito será más comprometedor. (Lo mismo, aunque en manera menos expresiva, dicen las reglas de oro de todas las religiones cuando convocan al hombre a hacer el bien). Y ¿cómo hacer el bien? Si alguien me pidiera la mejor lista de buenos propósitos que se ha enunciado yo simplemente transcribiría las obras de misericordia que enumeró el buen Padre Ripalda en su antes tan famoso y ahora tan olvidado Catecismo. No poca cosa fue este señor, Jerónimo Martínez de Ripalda. En primer lugar era jesuita, circunstancia que por sí sola le da buena estatura. En segundo -detalle poco conocido-, fue durante cuatro años confesor de Santa Teresa de Jesús, y en cuatro años se aprende bastante, a condición de no ir a la escuela. Enunció el Padre Ripalda 14 obras misericordiosas: siete que atañen a los requerimientos corporales de los hombres, las otras a las necesidades de su espíritu. Son las primeras: dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; vestir al desnudo; visitar a los enfermos; dar posada al peregrino; redimir al cautivo y enterrar a los muertos. Todos los días encontraremos a alguien que sufre una necesidad, y bien podemos ayudar a remediarla, ya en nuestra profesión, ya en el ámbito particular. Igual sucede con las obras de misericordia espirituales, más propias de la vida personal: consolar al triste; perdonar las injurias; dar buen consejo al que lo ha menester -y que además lo pide, añado yo-; sufrir con paciencia las flaquezas (o sea chin...) de nuestros prójimos; enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, y rogar a Dios por vivos y muertos. No hay que olvidar, naturalmente, aquello de que "A Dios rogando y con el mazo dando". Quiero decir que debemos también nosotros cumplir nuestra parte, aun pequeña, en la tarea de acercarnos juntos a esa lejana perfección a la que todos los hombres y las cosas están llamados por alta vocación... Dicho lo anterior -y dicho además en tan campanuda forma- no me queda más que decir a mis cuatro lectores: ¡Feliz Año Nuevo!... FIN.

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