Pasado mañana, el Presidente Vicente Fox dará su Cuarto Informe de Gobierno. Por lo tanto, son tiempos de evaluación. A dos años de que se herede la estafeta nacional, son cada vez más quienes advierten los defectos de quien lleva el timón del país: falta de rumbo, incapacidad para tomar decisiones, preferencia por algún precandidato.
Y es que tras cuatro años de alternancia en Los Pinos, nos hemos acostumbrado a cuestionar en voz alta la versión oficial: el Presidente ha sido criticado como nunca y por otros ha sido defendido como siempre. En este tenor, hay quienes señalan que el formato del Informe es muy rígido e impide a los legisladores cuestionar directamente al titular del Ejecutivo. Argumentan que hace falta debate, no discursos. Resultaría benéfico extender esa visión a otras áreas de la actividad política.
Ayer, en una marcha multitudinaria que culminó en el Zócalo capitalino, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, propuso debatir veinte puntos del nuevo proyecto alternativo de nación. Pidió discusión, no lisonjas. Análisis, no fe ciega. Y afirmó que más allá de que sea o no candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD) a la Presidencia en 2006, lo importante es luchar por un cambio verdadero.
Pero el acto no propuso alternativa sino continuidad: la manifestación pareció un acto de campaña electoral. Si lo importante era definir el proyecto por encima de algún candidato, los 160 mil perredistas debieron extraviarse en algún punto del discurso de López Obrador, pues en lugar del debate que éste proponía se escucharon sólo elogios al Jefe de Gobierno.
Es aquí donde arrecian las dudas: ¿es parte del cambio verdadero gastar 52 millones de pesos en la defensa simbólica de un hombre? Difícil creerlo ante la movilización de miles de personas –600 coahuilenses entre ellos- con la única misión de gritar consignas a favor de un funcionario en riesgo de perder su fuero constitucional.
Es en este momento cuando debemos privilegiar diálogo y análisis, debates y acuerdos. Para qué esperar a que otra persona –sea quien sea- porte la banda presidencial y enfrente los problemas de la nación. Después, en el desencanto de la dificultad, no servirá de nada señalar sus deficiencias y cifrar esperanzas en alguien más. Sólo comenzará otra vez el ciclo de anhelos y tropiezos que tanto daño le ha hecho a México.