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Deicidio

Luis F. Salazar Woolfolk

a tono con la celebración del Tiempo de Cuaresma, Mel Gibson presenta hoy Miércoles de Ceniza el estreno mundial de la película La Pasión de Cristo.

Se trata de una producción del actor de Corazón Valiente, El Patriota y otras cintas que por lo común corresponden al género épico, en el que se ha especializado el artista australiano.

La película promete ser un buen logro cinematográfico, basado en un tema ya tratado en el cine y en todas las manifestaciones del arte desde hace dos mil años. Se trata de un drama poderoso desde el punto de vista de contenido y propuesta artística, tanto por lo que hace a la actuación como a los efectos especiales que le imprimen singular realismo.

El hecho de que la película se encuentre hablada en arameo y en latín, los idiomas de la época, exigió de los actores una integración con los personajes al través del aprendizaje de dichas lenguas consideradas muertas, lo que ofrece un indicador de las pretensiones de la película.

El Papa Juan Pablo II no hizo declaración oficial después de haber visto la película en privado sin embargo, se dice que expresó “así ha de haber ocurrido...”. Al no negar el Vaticano la declaración que al Papa se atribuye, el silencio ha sido interpretado por algunos medios de comunicación como una forma sutil de aceptación del filme.

Otro dirigente religioso de talla mundial, el insigne predicador evangélico Billy Graham, expresa su abierta complacencia con la obra de Gibson al compararla con “una vida entera de sermones resumida en una película”.

No faltan las impugnaciones que en este caso proceden de algunos grupos judíos, que consideran que la puesta en pantalla abrirá heridas que señalan a dicho pueblo como deicida o responsable de la muerte del Hijo de Dios. Los impugnadores sustentan la problemática que ha enfrentado el Pueblo de Israel al través de siglos de convivencia en medio del resto de la sociedad humana y que se resumen en una sola palabra: Antisemitismo.

Lo anterior entraña un planteamiento equivocado, porque la Encarnación del Verbo tuvo por objeto esencial participar de la naturaleza humana, para hacernos partícipes de la salvación.

La experiencia de Cristo y de todo ser humano, enseña más bien que el hombre es lobo del hombre sin distinción de raza, credo o nación. Así lo demuestran los conflictos intestinos en una misma familia o pueblo. El drama de la Pasión no es la excepción y acontece en principio como un evento entre judíos y al interior de dicha nación, (vino a los suyos y los suyos no lo recibieron (Jn 1,11), que se torna universal en virtud del acontecimiento de la Resurrección y el mandato postrero: Vayan por el Mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura (Mc 16,15).

La realidad es que el judío hombre y pueblo, han sufrido tanto como cualesquiera otros sobre la faz de la Tierra, con la diferencia de que su negativa a integrarse con otros pueblos, hace que la memoria histórica influya en su ánimo en satisfacción o agravio personal y se prolonguen sus efectos en una forma lineal ininterrumpida al través de los siglos. Basta preguntarnos en dónde se encuentran los otros pueblos bíblicos como los cananeos, los filisteos, etcétera, que ciertamente no fueron exterminados sino que se diluyeron en el río de la historia.

Los demás pueblos de la Tierra no padecen ese fenómeno, al menos no en ese grado. Ningún cristiano toma como agravio personal las persecuciones romanas de los primeros siglos de nuestra era, ni los tlaxcaltecas o texcocanos de hoy día guardan rencor alguno por las Guerras Floridas emprendidas por los aztecas para sacrificar víctimas humanas en aras de Hutzilopochtli.

Los agravios sufridos por el Pueblo Judío en cambio, a fuerza de ser insistente y entrañablemente recordados, producen en contrapartida un sentido de culpabilidad y paranoia en un círculo vicioso de ida y retorno entre agravio y culpa porque como ya se dijo, el hombre es lobo del hombre.

La Pasión de Cristo no debe generar sentimientos de acusación o culpa insuperables, porque va esencialmente unida al perdón otorgado en la Cruz y con el sentido del sacrificio expiatorio del Justo, por los pecados de toda la humanidad. Con independencia de la participación histórica de judíos o no judíos en la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo, lo cierto es que nada ni nadie quitó la vida al Verbo Encarnado, sino que él mismo la entregó.

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