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Depresión y suicidio/Diálogo

Yamil Darwich

Luego de vivir el “triunfo de la tecnocracia” que nos llevó a buscar en nosotros mismos respuestas de fondo sobre quiénes somos y hacia dónde vamos y hasta preguntarnos si hay algo más luego de esta vida, viene una nueva avalancha de cuestionamientos sobre la esencia del ser y para qué ser; después de dimensionar la soberbia humana escondida bajo la declaración “Dios ha muerto”, volvemos a repensar nuestro destino.

Sin duda que los seres humanos vivimos una curiosa paradoja: entre más dominio tenemos sobre nuestro medio; en la medida en que conocemos y hasta podemos utilizar las leyes de la física, la química y la biología en nuestro beneficio, mayor ansiedad sentimos; la angustia nos ataca, mayormente a los habitantes del medio urbano, especialmente a los jóvenes.

La ansiedad y la depresión han hecho presa de la sociedad contemporánea. Hoy en día, vivir con sentimientos de insatisfacción, de ansiedad, de infelicidad, es frecuente entre los habitantes de las ciudades medianas y pequeñas como las nuestras; ni qué decir de las megápolis.

La tristeza se observa en muchas caras de jóvenes que sufren por la repetida frustración de no tener lo que tanto les anuncian; por no poder ser ese humano de imagen convencionalmente aceptada; estar ajenos de vivir las experiencias fatuas de la sexualidad irreflexiva o del consumo inmoderado que les ofertan los medios de comunicación.

En otros niveles más desesperantes, los de los más pobres, la ansiedad llega acompañada de la desesperanza por no poder comprar las medicinas de los hijos o de la madre; los alimentos que quiere la familia, esos que “nutren y saben bonito”; no tener para pagar la cuota de la escuela o comprar el uniforme que exigen los profesores para los honores a la bandera.

Así es como aparece la depresión y su máxima e irremediable profundización: el suicidio.

El 19 de septiembre pasado, un reportaje de El Siglo de Torreón abordó el tema; los periodistas Luis Alberto Morales y Cuauhtémoc Torres denunciaron estadísticas que deben ser tomadas muy en cuenta: en lo que va del año, 44 personas se suicidaron en las ciudades de Torreón y Gómez Palacio; el 85 por ciento de los casos contaban con antecedentes de alcoholismo o drogadicción.

También refieren que sólo el cinco por ciento de ellos dejaron recados póstumos, que tienen que ver con el profundo desencanto que sentían por sus vidas los casi 42 suicidas, quienes no tuvieron interés de comunicarse con nadie, ni dejar una última expresión de queja o despedida, de agravio o de advertencia. No les interesó continuar ningún contacto con el mundo “de los vivos”.

La gráfica que nos presentaron contiene datos desde el año de 1999, mostrando una línea ascendente y constante en referencia a la frecuencia de los suicidios en nuestra región.

Es obvio que el estilo de vida superficial que nos impone la mercadotecnia mal orientada, por medio de la televisión, el cine, la radio, la Internet y las múltiples revistas, nos llevan a intentar alcanzar los placeres que nos ofrecen: ropa de moda, autos modernos, bebidas sofisticadas, comidas caras, alcohol, viajes a lugares exóticos y otras muchas propuestas; invitándonos a desearlas y de ser posible tenerlas por ser las manifestaciones sociales de éxito, atacando nuestra conciencia, adormeciendo nuestra inteligencia, intentando evitarnos pensar, reflexionar y con ello descubrir el abuso de que nos hacen objeto.

Ya casi nadie trata temas de trascendencia; sería una locura invitar a la filantropía como sinónimo de éxito, siendo que el verdadero triunfo pareciera tener que ver con comprar, regalarse, tener, acumular cosas materiales; menos aún reflexionar sobre lo bueno y lo malo de nuestras maneras de vivir. Eso atentaría contra el consumo, contra los intereses egoístas de la humanidad.

El mal está en que, como ejemplo, para vender los autos de éxito, mintiendo a quien lo puede pagar con las promesas intangibles de la publicidad, ofenden y hacen infelices a cientos, quizá a miles de seres humanos que jamás podrán tener uno de esos artículos que representan el poder material.

Igual sucede con los viajes a las islas paradisíacas repletas de jóvenes de ambos sexos con cuerpos trabajados en largas horas de gimnasio. Sin embargo, la mayoría tendrá que limitarse a imaginar, soñar y algunos pocos llegarán a deprimirse. Otros se decidirán a robar y a algo más, lo necesario para alcanzar a vivir el sueño ofrecido con las ofertas anunciadas.

Y podríamos seguir enumerando ejemplos de tortura mercadotécnica que nada tiene de sutil; es directa y confrontante, ordenadora, cruel, particularmente para los pobres. Es una fuerte razón por la que nuestros conciudadanos se suicidan, máxime cuando no ven claro su futuro o al menos lograr tener un trabajo digno que les deje algo de esperanza.

Desde luego que la falta de oportunidades, la profundización de la pobreza y la poca promoción de los valores, son otros factores fundamentales para la depresión y el suicidio.

El director de los Servicios de Salud Mental en el país, doctor Salvador González, ha declarado que el suicidio ya se ubica entre las diez principales causas de muerte y en el hospital psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez, del Distrito Federal, informan que cada dos horas y media fallece un mexicano más por esta causa, registrando una tasa de 3.5 por cada 100 mil habitantes.

Afortunadamente, aún cuando las estadísticas muestran que el problema va en aumento, algunos jóvenes, cada vez en mayor número, empiezan a despertar y descubrir que hay algo más profundo que la simple sensualidad para alcanzar la realización completa y curiosamente, como los filósofos han hecho notar, ya piensan más detenidamente en buscar algo de mayor fondo que anime sus vidas.

También es muy importante la actitud que están tomando los educadores de la región, que denuncian el daño social que provoca la combinación de la pobreza y el sobreestímulo para el consumo; igual sucede con los padres jóvenes, que con atención y cuidado tratan de mover a los hijos hacia los valores trascendentes.

Pero aún nos falta mucho por hacer. Lo invito a que reflexione en el tema y lo grave que es este mal social, al que debemos contraatacar para impedir que siga llevando, especialmente a los más débiles y jóvenes, a la depresión y al suicidio. ¿Está dispuesto a sumarse al esfuerzo?

ydarwich@ual.mx

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