“Creer que un enemigo débil no puede dañarnos es creer que una chispa no puede incendiar un bosque”.
Saadi
SEÚL, Corea del sur.- Las imágenes de Kim Sun-il, un traductor surcoreano secuestrado y ejecutado en Irak por un grupo cercano a la organización terrorista islámica Al Qaeda, se han exhibido obsesivamente esta semana en todas las televisoras de Corea del sur. Su desgarrador grito, “No quiero morir”, buscaba presionar al Gobierno del presidente surcoreano Roh Moo-hyun para no enviar a Irak tres mil tropas adicionales a las 660 que ya se encuentran ahí. Si bien el presidente Roh buscó subrayar que las tropas surcoreanas sólo participan en actividades de reconstrucción, ratificó la decisión de enviar este nuevo contingente a Irak.
Estos hechos subrayan el inevitable involucramiento de Corea del Sur en asuntos aparentemente lejanos a su esfera de influencia como consecuencia del papel cada vez importante del país en la economía internacional. Kim Sun-il, un hombre de 33 años de edad que estudió árabe en la universidad, se encontraba en Irak como intérprete de una empresa surcoreana proveedora de las fuerzas armadas estadounidenses.
Corea del Sur se encuentra cada vez más presente en acontecimientos de política internacional. Su participación en el esfuerzo de pacificación en Irak, en donde dentro de poco tendrá el mayor contingente militar después de Estados Unidos y la Gran Bretaña, es un ejemplo notable. No hay duda, por otra parte, que el país se ha convertido en una potencia regional que sirve de equilibrio entre China y Japón.
El actual presidente de Corea, Roh Moo-hyun, es un hombre surgido de los grupos progresistas de la política surcoreana que usualmente muestran distancia ante los Estados Unidos. De hecho, decenas de legisladores de su propio partido, el Uri, han adoptado públicamente una posición de rechazo a la decisión presidencial de enviar más tropas a Irak. Pero el presidente Roh no puede rechazar la presión estadounidense para comprometer más tropas en Irak en un momento en que España acaba de retirar las suyas. Estados Unidos, después de todo, mantiene a 37 mil soldados en territorio coreano como garantía para impedir una invasión de Corea del Norte.
La amenaza de Corea del Norte, de hecho, es el factor que define la política exterior de Corea del Sur. Los surcoreanos, con sorprendente unidad, señalan la vocación nacional de reunificar a los dos países de la península. La diferencia no radica en el objetivo sino en la forma de lograrlo. Los grupos conservadores sostienen que el Gobierno de Seúl debe mantener una línea dura ante el régimen comunista de Kim Jong-il, mientras que los progresistas —entre los que se encuentra el presidente Roh— sostienen que es necesario tener un acercamiento con los norcoreanos.
Lo curioso del caso es que Corea del Sur ha aceptado toda suerte de presiones de Corea del Norte a lo largo de los años. Seúl proporciona ayuda alimentaria a Pyongyang como una forma de apaciguar al régimen comunista. Pero éste, que mantiene un programa de desarrollo de armas nucleares, no se apacigua con facilidad.
Corea del Norte es uno de los regímenes más fallidos del planeta. El ingreso per cápita de los norcoreanos es de apenas una vigésima parte del de Corea del Sur. Su población padece hambre. La única razón por la que no se manifiesta en Corea del Norte un movimiento de protesta similar al que en los años ochenta llevó al desplome de los regímenes comunistas de Europa oriental, es por la falta de información. Recientemente el Gobierno de Corea del Norte prohibió los teléfonos celulares en su territorio.
El Gobierno de Corea del Sur debe aceptar que su nueva relevancia económica lo obliga también a tener un papel relevante en la política internacional. Esta responsabilidad tiene beneficios, sin duda, pero también costos elevados, como lo revela el secuestro del intérprete Kim Sun-il. Haga lo que haga en el campo internacional, sin embargo, Seúl no puede olvidar que la amenaza permanente sobre su soberanía y sobre su bienestar es Corea del Norte. Y lo peor de todo es que este país comunista ha sido un fracaso tan grande en materia económica que tiene poco qué perder si opta por las medidas más radicales en su conflicto de más de medio siglo con Corea del Sur.
Armas e invasiones
Estados Unidos invadió Irak porque afirmaba -infundadamente— que ese país estaba desarrollando armas de destrucción masiva. Corea del Norte sí tiene armas de esta naturaleza, pero en este caso ésa ha sido la razón para descartar una invasión. Un país con armas de destrucción masiva puede responder de tal forma que incluso el ataque más exitoso tenga consecuencias devastadoras sobre el país invasor o sobre sus aliados: en este caso, Corea del Sur.
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