Son muchas la Navidades que han pasado dentro de la cárcel, Félix, Abel y José Luis
EL SIGLO DE TORREÓN
TORREÓN, COAH.- Años sin ver a sus familias. Años de vivir sólo de recuerdos. Para ellos, el tiempo de amor, esperanza y alegría, acabó cuando las puertas de la prisión se cerraron tras de sí. Ahora, además de purgar una condena en el Centro de Readaptación Social (Cereso), viven añorando la posibilidad de estar con sus seres queridos una Navidad.
Félix Medina Gerónimo, Abel Zárate Rendón y José Luis Álvarez, comparten algo más que una prisión: la nostalgia de pasar una Navidad en familia. Por eso se aguantan las ganas de llorar y prefieren quedarse en su celda cada 25 de Diciembre.
A ellos nadie los visita porque son presos foráneos. Félix es del Estado de Veracruz, José Luis de El Salvador, y Abel de Nueva Italia, Michoacán. No son sólo las rejas, son además las fronteras estatales y nacionales lo que les impide compartir una cena navideña con sus seres queridos.
Lo que son las cosas: antes de entrar a prisión, Félix llevaba ocho años sin ver a sus padres y hermanos. Lo sentenciaron por robo con violencia, intimidación de personas, asociación delictuosa, falsificación de documentos y portación de arma de fuego.
Lleva seis de los 15 años que le dictaron de sentencia. Tras las rejas perdió algo más que la soberbia y la sensación de poderlo todo: la posibilidad de compartir fechas especiales como la Navidad con sus padres y hermanos.
-Quisiera estar con mis padres un 24 de Diciembre, disfrutando de una gran cena, esperar las campanadas y los regalos. La primera Navidad que estuve preso la pasé en un hospital porque cuando me detuvieron me rompieron una pierna y fue necesario operarme.
Nada más una vez al año ve a su madre. Ella viene de Veracruz para hacerle un poco de compañía, sin embargo, cuando ella se marcha, la tristeza embarga a Félix nuevamente. Dice que se arrepiente de avariciar el dinero de otras personas, de querer tener todo sin esforzarse nada.
-Trabajaba como guardaespaldas y así conocí a muchas personas, siempre quería traer más dinero, nunca era capaz de pedirle algo a nadie porque sentía que yo solo lo podía conseguir. Se me hizo fácil, pero el haber caído en la cárcel me ha ayudado mucho.
Y es que antes no era capaz ni siquiera de visitar una iglesia; ahora no sólo cree en Dios sino que está seguro que le salvó la vida a su madre. Cuando entró a prisión se enteró que estaba enferma de cáncer y le pidió una y otra vez que no la dejara morir.
-Siempre fui muy independiente, tenía tres años de vivir en Torreón cuando me sentenciaron, pero ya tenía como ocho de no ver a mis padres, por eso no sabía que mi mamá estaba enferma, cuando comenzó a visitarme en la cárcel nunca me dijo nada.
Dice que sintió miedo un día que su madre le dijo que cuando muriera le iba a pedir a Dios que lo perdonara: “para ella no hay hijos malos. Sé que si Dios me trajo aquí fue por algo, los médicos no le daban esperanzas y sigue con vida, incluso ahora está mejor de salud, todos los que iban con ella a las radiaciones en Puebla, ya fallecieron”.
Cuando entró a la cárcel, Félix también perdió a su pareja. Ella lo abandonó un año después que le dictaron sentencia, sin embargo, hace tres meses conoció a su actual novia en el interior del penal, no es una interna y por eso ahora, más que nunca, espera obtener su libertad.
-Antes la soberbia no me dejaba ver más allá, tener un poco de humildad me ha servido mucho porque he aprendido a convivir y a saber que no hay persona poderosa, que todos somos iguales.
A pesar de que Félix ha logrado hacer buenos amigos en la prisión, y ha sabido sobrellevar con calma su sentencia, comenta: “los jóvenes se deben fijar en lo que hacen, deben detenerse a tiempo para no caer aquí, porque pierdes mucho: tu libertad y hasta la alegría de estar en familia en Navidad”.
Una lucha constante
Para José Luis no sólo las navidades son tristes: cada día es una lucha constante para no perder la paciencia. Insiste en que es inocente. Lleva tres años y tres meses en prisión, lo sentenciaron por el delito de hipótesis de transportación de personas extranjeras indocumentadas.
En su país, El Salvador, trabajaba como transportista de carga pesada, sin embargo, la Policía Federal Preventiva, lo acusó de traficar con indocumentados, delito que dice, no cometió. A pesar del tiempo que lleva en la prisión, no ha logrado acostumbrarse. Le cuesta convivir con el resto de los internos y prefiere pasar el tiempo en su celda.
Y como las autoridades penitenciarias le dijeron que si trabajaba en algo de beneficio para el Cereso, le reducirían la sentencia, José Luis trata de sobreponerse y participar en actividades como la fabricación de cintos piteados, sin embargo, se queja porque considera que esta labor es de beneficio personal y no para el centro de readaptación.
Los días de visita y sobre todo en Navidad, es cuando José Luis trabaja más. “Ni modo que me ponga a ver a los familiares de los demás, eso le da a uno más para abajo. Antes venía una señora a saludarme y a platicar conmigo pero ya tiene tiempo que no”.
Desde hace cuatro años que no ve a su familia, sus hermanos viven en El Salvador y su madre en Los Ángeles, California, en los Estados Unidos. José Luis teme que si lo van a visitar, la policía fronteriza o la Federal Preventiva, lo confundan con indocumentado y lo detengan.
Habla con ellos por teléfono cada cuatro años, también por eso ha tenido problemas con las autoridades del Cereso, pues su familia es de clase alta y le mandan dinero suficiente, pero a los presos no les permiten tener más de 200 pesos en la celda.
-En una ocasión me encontraron mil 300 pesos, el director y el comandante saben cuáles son mis gastos, las llamadas a El Salvador cuestan diez pesos el minuto, me he puesto a disposición de las autoridades para que me hagan las pruebas que quieran porque ni por curiosidad he fumado un cigarro en mi vida, entonces ese dinero sirve para mi comida, vestuario y tarjetas telefónicas.
José Luis dice que la vida es difícil para todos los internos, pero más para aquéllos que vienen de otros países. No se explica cómo la gente se queja por el trato que le dan a los mexicanos en los Estados Unidos, si aquí a los extranjeros los tratan muy mal.
-A nadie le deseo estar en la cárcel, ni siquiera a alguien que haya matado a un hermano mío, en lugar de mandarlo a prisión mejor le dejaba las cosas a Dios, porque no lo estoy castigando a él sino a su familia.
Y es que considera que es más cárcel para la familia que para los propios presos: “es más difícil porque no saben cómo estamos o si les ocultamos algo para no mortificarlos; uno como quiera la va librando todos los días, pero ellos están como en la oscuridad”.
Por eso la Navidad para él es lo más triste, pues además su única hija –a quien no conoce- cumple años el cinco de diciembre. Dice que el mayor anhelo para un hombre de 37 años es ser padre porque es como sacarse la lotería.
-Mi madre tiene una fotografía de la niña en Los Ángeles, pero me da miedo que me la mande porque se puede perder en el camino, por eso mejor prefiero que la tenga ella. No conozco a mi única hija, el día que salga de la cárcel habrá tiempo para buscarla.
Las autoridades le han rechazado los amparos, apelaciones y revisiones que ha solicitado. José Luis considera que la gente cree de manera equivocada que los agentes de la Policía Federal Preventiva son honestos, porque asegura que son los más corruptos.
-Extraño a mi familia, además en El Salvador las costumbres navideñas y la comida son totalmente diferentes, por eso no disfruto de estas fechas, para mí no hay alegría adentro del penal. En Navidad hacen un baile y una cena pero yo ni siquiera salgo de mi celda, incluso si necesito comprar un refresco o una tarjeta, le pido a alguien que vaya para no tener que salir”.
Un regreso sencillo
Después de nueve años en prisión, Abel cree que será fácil volver a convivir con su familia. Este 25 de Diciembre será la décima Navidad que no pasará con su esposa e hijos, en todo este tiempo sólo ha tenido contacto con ellos vía telefónica porque no tienen dinero para viajar a Torreón.
A sus 66 años no pierde la esperanza de regresar a Nueva Italia, Guerrero. En un año obtendrá su libertad y dice que trabajará fabricando lo que le enseñaron a hacer en el penal: cintos piteados. Se arrepiente de haber participado como cómplice en delitos contra la salud.
-Mi familia no tiene dinero para visitarme, hablo con mi esposa por teléfono porque va a casa de un tío, nada más nos ponemos de acuerdo en el día y en la hora. No les puedo mandar dinero porque lo que gano haciendo cintos es muy poco, saco como 150 pesos por toda una semana de trabajo.
Por su edad no ha sido difícil adaptarse a la vida del Cereso, trata de no buscarse problemas con nadie “me dedico a vivir mi vida. Extraño a mi familia, ya me está esperando, esta será la última Navidad que paso en la cárcel”.
Al principio su esposa le reprochaba el que se hubiera involucrado en la venta de droga, pero asegura que la pobreza lo obligó a cometer este tipo de delitos: “me arrepiento, pero lo hecho, hecho está. Mientras los otros presos están con sus familias en los días de visita o el 25 de Diciembre, me pongo a ver la televisión, me siento mal pero ésta será la última Navidad que paso aquí… Cuando salga voy a trabajar… Lo único que le digo a los demás es que”…. Abel ya no puede seguir hablando porque el llanto le atora las palabras en la garganta.