A decir de ese brillante filósofo que es Leszek Kolakowski la lealtad es algo muy extraño: la exigimos justo para aquello que jamás nos preguntó por nuestra opinión. Uno nunca presentó una solicitud para pertenecer a la familia X, a la comunidad Y o a la nación Z. Sin embargo de los miembros de X, de Y o de Z suponemos una lealtad primaria inquebrantable. No ocurre lo mismo con la pareja que escogemos o el partido en el que militamos. Una decisión está de por medio. Si alguien cambia su posición o decide divorciarse entenderemos que ha habido otra decisión superveniente, en todo caso se ejerció la libertad. Cuando más diremos que hay inconsistencia pero no deslealtad. Ahora bien, sin esas lealtades básicas las organizaciones humanas no funcionan. En México la lealtad hacia la nación está quebrantada. Todos padecemos las consecuencias.
Una nación es un punto de acuerdo en lo esencial, para recordar a Otero. Una nación es un enorme baúl que encierra las emociones de un pueblo, diría Tocqueville. La nación son las costumbres destiladas de los seres humanos, costumbres que encierran la sabiduría, señalaría un conservador como Burke. La nación son querencias hacia los muertos, los vivos presentes y los que llegarán, clamaría Locke. Algo queda claro: la nación es un proyecto de futuro, de un mejor futuro. Eso sí no puede ponerse en duda: estamos obligados, por lealtad, a querer un mejor futuro. Por eso si alguien hiere a la nación todos debemos brincar como fieras, pues nos hiere como personas, hiere a nuestras familias y hiere la posibilidad de un mejor futuro.
Pero, ¿qué le ocurre a ese sentimiento de lealtad cuando “lo nuestro”, lo nacional es maltratado, herido, sangrado, aniquilado sin consecuencia alguna? ¿Será quizás por defensa emocional que las personas se defienden de la deslealtad con deslealtad? Soy desleal a la nación, a México, porque los otros lo son. Resultado el cinismo. Pero “lo nuestro” no necesariamente son cosas abstractas e intangibles. “Lo nuestro” como ciudadanos y como nación comienza en la vida cotidiana. Podríamos empezar por las playas convertidas en muladares. Son millones los que las visitan y millones lo que sin el menor empacho dejan tras de sí la terrible estela de sus consumos, sus necesidades y su irresponsabilidad. ¿A quién pertenecen las playas? A todos, a nosotros los mexicanos. Apropiémonos de ellas en el buen sentido. Es claro que no las cuidan ni los ciudadanos, ni los municipios, ni los estados, ni por supuesto la Federación que en teoría está encargada de ello. Ahora la moda es violentar la Ley en las narices de la propia autoridad con todo tipo de vehículos motorizados que enriquecen a unos cuantos y afectan a cientos de miles. ¿Y la autoridad?
La lealtad a la nación no debe ser algo abstracto. Quizá allí es donde hemos fallado. La nación sangra con la pérdida de alrededor de medio millón de hectáreas de selvas y bosques cada año. A ese paso en dos generaciones habremos acabado con los bosques. Los mexicanos, todos, seremos más pobres. ¿De verdad es imposible contener la tala ilegal? Es una verdadera afrenta al estado mexicano. Comerciar “kilitos” de cocaína es un asunto muy diferente a circular por las carreteras enormes camiones con cientos de metros cúbicos de madera clandestina. ¿Cómo evaden los controles? Pasan los años y la tala asesina continúa languideciendo a la nación. Y qué decir de los incendios forestales que justo en esta época de estiaje se cuentan por cientos y que se llevan al aire una cantidad incuantificable de materia orgánica. Pareciera que por fin nos estamos empezando a poner de acuerdo en que nadie, ni siquiera las comunidades indígenas por sus costumbres agrícolas, tiene derecho a arrasar con la biodiversidad de esa forma. ¿Y la caza furtiva y la pesca sin control? De qué nos sirve ser el cuarto o quinto país en lo que a biodiversidad se refiere si cada mexicano es un potencial depredador.
Los ejemplos relacionados con recursos naturales y medio ambiente son infinitos. Los acuíferos se están mermando a velocidades de horror. La contaminación de ríos, playas y también de los mantos de agua no es una amenaza potencial sino una realidad extendida a lo largo y ancho de todo el país. El tratamiento de desechos sólidos está rebasado en casi todo el territorio. La ganadería extensiva incontrolada y la apertura de tierras al cultivo, tierras sin vocación agrícola garantizan una creciente desertificación. No es exagerado decir que los mexicanos nos estamos acabando a México, nos estamos acabando “lo nuestro” frente a los ojos de todos. Los mexicanos somos hoy testigos de actos sistemáticos de deslealtad básica en contra de la nación. Presidentes, gobernadores, secretarios entran y salen y las heridas siguen allí, abiertas. Esto es para hablar de lo más elemental del pacto nacional, de asuntos que están más allá de los partidos políticos y de sus ideologías. La vida de un bosque, la desaparición de una especie o la escasez de agua no aceptan lecturas distintas dependiendo de si se está a la derecha o a la izquierda.
Si eso hacemos a diario en contra de nuestro patrimonio natural, ya podremos imaginarnos lo que hemos hecho del cultural y artístico. Nuestra deslealtad tiene fiel retrato en la capacidad de destrucción del mexicano. Y después nos asombramos de las escuelas de pillería organizada en que se han convertido los partidos políticos. No debería haber sorpresa: los mexicanos atentan contra los mexicanos todos los días desde siempre. Nos mofamos de la Ley abiertamente y después nos llamamos a ofensa cuando somos víctimas de la impunidad. Por supuesto siempre encontramos subterfugios para evadir las terribles consecuencias de nuestra deslealtad básica. Ahora son otros: que si la economía del mundo y la de los Estados Unidos no estaban creciendo, que si las carencias en infraestructura nos pegan en productividad, que si los chinos nos están desplazando, que si el atraso en tecnología es la clave, que si la debilidad presupuestal es el eje, etc. Todos esos problemas son reales, están allí, pero admitamos que aún en las etapas de crecimiento acelerado y sostenido, la atroz capacidad destructora del mexicano no se ha detenido. Algo anda muy mal. ¿Por qué no comenzamos por esos asuntos? El país sería otro.
No caigamos de nuevo en la trampa de creer que nuestros problemas se solucionarán el día que el mundo nos dé permiso de crecer y desarrollarnos plenamente. Buena parte del problema y la solución está en los mexicanos y sus actitudes. No hay tiempo. Debemos comenzar por casa, parándonos frente al espejo y aceptando que no tendremos un mejor país, no habrá un futuro promisorio si seguimos siendo profundamente desleales.