“El poder del amor no proviene de los hombres, seres débiles, sino de la energía que mueve a todas las cosas”. Octavio Paz
Se ha vuelto un lugar común afirmar que la celebración del amor en el día de san Valentín es una invención reciente de los grandes grupos comerciales. Resulta así inevitable leer por estas fechas sesudos comentarios de intelectuales que lamentan la comercialización o la existencia misma del festejo. Pocos se dan cuenta de que esta fiesta es centenaria o más bien milenaria.
Los antiguos romanos ya festejaban a mediados de febrero la Lupercalia, un festival de fertilidad y de anticipación de la primavera. Para entender la celebración hay que recordar que en febrero Europa se encuentra todavía aterida de frío, pero conforme avanza el mes empiezan a surgir días de mayor calidez que se convierten en tímidos anticipos de la primavera con su explosión de calor y de relaciones amorosas. La Lupercalia era una festividad eminentemente lúdica: de juego y de retozo. Los luperci, o jóvenes sacerdotes encargados de la ceremonia, sacrificaban a animales y después debían ofrecer expresiones de risa y alegría. Con la carne de los animales sacrificados se llevaba a cabo un banquete ritual, tras el cual los luperci perseguían en son festivo a las jóvenes presentes con tiras de piel de los animales. Según la tradición, aquellas que eran suavemente golpeadas con esos pedazos de piel quedaban listas para la fertilidad. Uno de los propósitos de la Lupercalia era generar parejas en previsión a la llegada de la primavera, el tiempo tradicional de las relaciones amorosas. Así, entre juegos y bromas se sorteaban hombres y mujeres entre sí. La Lupercalia era ya, hace dos milenios, una celebración festiva del amor.
Desde fines del siglo V el papa Gelasio I buscó reemplazar el festejo pagano con una celebración religiosa: la fiesta de la purificación. Para ello se sirvió de la celebración de san Valentín, un mártir de la temprana iglesia cristiana ejecutado alrededor del año 270. Según la tradición, ese joven cristiano se había enamorado de la hija de su carcelero, a quien antes de su muerte le había hecho llegar una carta firmada “De tu Valentín”. Ésta fue la primera tarjeta de san Valentín.
Como solía ocurrir cada vez que la Iglesia trataba de aprovechar festividades paganas para construir celebraciones cristianas, el festejo de san Valentín conservó mucho de su contenido anterior. Claramente la fiesta de la purificación pretendía ser una ceremonia seria. Pero los festejos y juegos de preparación para la primavera, que favorecerían las artes y la práctica del amor, se mantuvieron presentes aunque fuera de forma velada.
Hacia el siglo XIV la celebración de san Valentín empezó a identificarse nuevamente como un día dedicado al amor y al romance. La costumbre de enviar cartas o tarjetas de expresión amorosa comenzó poco después. Ya para el siglo XVIII había tarjetas impresas comercialmente que celebraban la fecha. La idea de que estas tarjetas son una invención moderna de firmas estadounidenses como Hallmark es simplemente errónea.
En realidad la parte del festejo que es una invención no sólo moderna sino reciente es la que añade al amor el concepto de amistad. Los comerciantes del siglo XX se dieron cuenta de que el amor es un sentimiento que sólo una parte de la población comparte o reconoce. De ahí que optaran por añadir a la celebración el tema de la amistad. Si bien no todo el mundo tiene un amor qué festejar, todos tienen cuando menos un amigo. La fiesta así promueve el consumo de todos.
A pesar de las críticas usuales al festejo, a mí me parece maravilloso que le dediquemos un día al año a celebrar el amor. Muchas personas, por supuesto, obtienen bienvenidos ingresos adicionales por la avalancha de compras de chocolates, flores u otros regalos. No nos avergoncemos de ello: es positivo para todos.
Lo más importante, sin embargo, es que el 14 de febrero puede convertirse en una magnífica excusa para plantarle a alguien un beso inesperado o para hacerle el amor de manera apasionada. Me queda claro que sería mejor hacer del amor un festejo cotidiano. Pero el que por lo menos nos obliguemos a dedicarle un día al año, en recuerdo de esa antigua festividad lúdica de la Lupercalia, es razón suficiente para mantener viva la tradición.
Delal
Con tristeza recibo la noticia de la muerte de M. Delal Baer, una lúcida académica estadounidense especializada en temas de México. Todavía circula en la edición enero-febrero de 2004 de la prestigiosa revista Foreign Affairs su último trabajo, Mexico at an Impasse (México en un marasmo), en el que plantea que las esperanzas generadas por la “revolución democrática” de México se han convertido en desencanto.
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