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DÍA DEL LIBRO| Un día oculto entre las páginas del olvido

VÍCTOR BARRÓN PEÑA

DIA NACIONAL DEL LIBRO

El año se extingue, menos de sesenta hojas penden de las ramas del calendario y en México empiezan a verse cadenas tricolores por todos lados, carrilleras de cartón y hasta motivos navideños con bastante adelanto. Sin embargo hay un día que no ha sido explotado comercialmente, uno que no suele figurar entre el amasijo iconográfico del onceavo mes: se trata del 12 de noviembre, Día Nacional del Libro.

La fecha fue establecida por decreto presidencial en 1979, durante el sexenio de José López Portillo, con la finalidad de aplicar planes concretos en materia de fomento a la lectura, además de servir como homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz en el aniversario de su natalicio.

A más de dos décadas del decreto, las estadísticas ubican a nuestro país en un panorama crítico en esos terrenos. Los resultados de un estudio mundial realizado por la UNESCO determinaron que al año, menos de tres libros son la cosecha intelectual por habitante en la tierra del nopal y las enchiladas. Lamentablemente esa es la causa de que el Día Nacional del Libro pase casi desapercibido, como un dos de noviembre en un mundo de inmortales, como una Navidad en el averno.

La lectura como actividad placentera no ha sido incorporada a las costumbres de la inmensa mayoría de nuestros paisanos, es evidente que éstos valoran las publicaciones sólo en relación a su utilidad como material de consulta, y no aprecian en ellas la dimensión formativa y artística que, sin duda, contribuye al desarrollo del pensamiento y hace que el libro trascienda como elemento invaluable del patrimonio humano.

De vuelta con los números, el INEGI revela que en México el 90.5 por ciento de la población mayor a los 15 años sabe leer y escribir, por lo que la causa del problema no puede ser atribuible al analfabetismo. En ese sentido la pregunta obligada es: ¿qué leen entonces los mexicanos? Quizá una respuesta inmediata la podemos encontrar en los puestos de revistas, donde es común ver un mar de publicaciones que se venden por centenas, mas sin embargo, no logran sustituir en calidad a las obras literarias.

Otro elemento que acapara la atención de las personas es la televisión, medio electrónico que ofrece su mensaje cómodamente, sin otro esfuerzo para el receptor que hacerse cargo del control remoto. Y si a los anteriores dos factores negativos mezclamos los prejuicios comunes hacia el libro (es aburrido, muy grueso, no le entiendo), las excusas respecto al tiempo utilizable para leer, y en sí, el nulo interés de adoptar ese hábito por placer, veremos con claridad el nivel de crisis cultural en que México está sumergido.

Pero ante ese escenario no queda más que actuar, hacer germinar la semilla que hasta el momento se han encargado de sembrar los lectores asiduos que hay en el país; el gusto por la lectura debe nacer en el seno del hogar y continuar en las escuelas, aunque no sólo basta con mencionarlo sino que es menester urgente llevarlo a la práctica. Este 12 de noviembre puede ser idóneo para empezar a recomendar, regalar o prestar libros a quienes no se han dado tiempo para experimentar emociones nuevas a través de la lectura.

El problema del bajo número de lectores no tendrá una solución inmediata, aunque eso no es motivo para abandonar el barco. Mario Vargas Llosa señala que gracias a la literatura, la vida se entiende y se vive mejor, y que entender y vivir mejor la vida significa vivirla y compartirla con los otros; por esas razones, los beneficios de la lectura no deben permanecer aislados entre los lectores asiduos, ya que también pueden ser aprovechados (como innumerables personas comprometidas con la literatura lo hacen desde hace años) para compartirlos con aquellos que los desconocen.

Así que este Día Nacional del Libro nos brinda la oportunidad de invitar al sector de los no lectores a que visiten las librerías locales, ferias del libro e instancias culturales como el Icocult y otras que han preparado actividades encaminadas a establecer un vínculo más cercano entre el público y los libros, para dar lugar, tal y como Vargas Llosa advierte, al surgimiento de individuos mejor preparados para pensar, aprender, dialogar y también para fantasear, sentir y emocionarse.

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