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Dibujos/Umbrales

Alejandro Irigoyen Ponce

Hay quien afirma que la sociedad mexicana es psicológicamente inmadura y por lo tanto manipulable; sostienen que el grueso de la población se encuentra permanentemente inmerso en una suerte de limbo de los deseos, donde el esfuerzo y el trabajo, el compromiso y la lucha no forman parte de la ecuación para resolver problemas, acceder a mejores niveles de vida o plantear escenarios en un futuro cercano, democráticos, plurales, incluyentes y sobre todo, justos.

Simplemente se desea, se le pide a la Virgen de Guadalupe, se encomienda a Dios, se compran boletos de lotería y se deja en manos de la suerte el que ahora sí, el orden de las cosas cambie.

Eso lo saben a la perfección los expertos en mercadotecnia y publicidad y por ello se arriesgan a lanzar la afirmación de que es posible vender todo, cualquier cosa, si se encuentra el punto débil del deseo para luego crear la necesidad. Se puede vender hasta a un político gastado, de dudosa fama y peores referencias, si el moño y papel celofán son del tamaño y color adecuados.

Y el reclamo, la movilización, la protesta por la promesa incumplida, por los actos de deshonestidad o ineficiencia… bueno, eso también está previsto: no pasa nada, el pueblo se acostumbra, asimila y vuelve a desear.

Hay también quienes, a fuerza de los golpes propinados por nuestra mexicanísima realidad, se han vuelto pesimistas. Sostienen que mientras la pobreza e ignorancia sigan siendo mayoría, los intentos por eliminar todo aquello que significa un lastre, los vicios e inercias que tanto daño le han hecho –y siguen haciendo- a nuestro país, para construir una nueva vía por la que transite el tren llamado México, se agotarán en esfuerzos aislados inconsecuentes.

Bajo esta lógica, es perfectamente comprensible que un político en campaña prometa abatir rezagos, atraer inversiones, solucionar absolutamente todos los problemas y que no se tome siquiera la molestia de mentir en el cómo lo hará. No es necesario, el pueblo quiere promesas, una voz firme y un rostro que refleje algo de personalidad, lo demás no importa.

Si no existen mecanismos efectivos para que la sociedad asuma en los hechos una corresponsabilidad proactiva en todos y cada uno de los actos de gobierno que afectan a la comunidad, entonces podremos seguir con una clase gobernante que lanza mil y una afirmaciones, que dibuja al país, al estado o municipio desde su muy particular perspectiva, desde su burbuja, aunque la realidad grite lo contrario… finalmente no importa, no hay consecuencias.

Otro grupo de críticos, los más severos razonan: millones de mexicanos se agotan en un nivel de mera sobrevivencia, donde lo único que importa es conseguir lo más elemental para ganar a la vida un día más para la familia; la pobreza impone sus reglas a millones de compatriotas, de los que no se puede esperar más que sigan luchando por mantenerse en pie.

En la cada vez más golpeada clase media, ubican a los ciudadanos con mayores posibilidades teóricas de movilización –aquellos que resultarían en términos sociológicos como los grandes impulsores de los cambios- pero que actualmente se encuentran inmovilizados en una suerte de estación de paso, donde la vocación a la lectura y por extensión a la cultura, brilla por su ausencia y que por añadidura se encuentran cada vez más alejados del concepto de solidaridad social.

Queda el sector económicamente más privilegiado que se mueve en la lógica que imponen sus intereses y posibilidades, su propio mundo y que históricamente nunca ha propiciado un cambio de esas circunstancias sociales de las que resulta beneficiado.

En suma, plantean una sociedad mexicana sin voluntad o posibilidades de luchar por un México mejor y que por lo tanto debe asumir su responsabilidad directa en que la vieja premisa de que los pueblos tienen siempre los Gobiernos que se merecen, esté ganada a pulso.

Habría que responder a los que dibujan estos escenarios grises y desesperanzadores, que están equivocados, pero qué difícil resulta encontrar en nuestra realidad, los elementos para refutarles.

airigoyen@elsiglodetorreon.com.mx

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