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Diferencias y paralelismos

Patricio de la Fuente

Primera de dos partes

estoy a mitad del camino, existiendo entre dos entidades diametralmente opuestas, pero que también tienen sus puntos comunes. Digo –sin quedar exento de la cursilería- que actualmente la Ciudad de México y la hermosa Laguna de Coahuila se han convertido en parámetro, punto de referencia pues eventualmente algo u alguien me provoca forzosos aterrizajes en alguna de las dos. Empiezo por el aeropuerto de Torreón y invade la conciencia ese profundo sentimiento que oscila entre el orgullo y la decepción: se merecen los habitantes una terminal de altura en pos de comunicar a una República donde todavía impera el centralismo, aunado a cierta prepotencia hacia todo lo que huela a provincia. Quisiera las condiciones económicas y sociales de la patria nos llevaran justo a permitirnos traslados magnificentes, seguros. Pero no: al fin y al cabo sea camión o aeronave, subirse es todo un albur. Si de albures hablamos cabría mencionar lo bonito que está quedando el Francisco Sarabia aún a sabiendas que únicamente son tres los albañiles diligentemente haciéndola de ingenieros, urbanistas y arquitectos. ¿Habrá una fecha determinada para concluir con semejante obra o quedará lista ya para cuando los automóviles cuenten con dispositivos de vuelo?

Somos chuscos, buenos para todo, los primeros en ofrecernos cuando de hacer encomiendas se trata. ¿Realmente cumplimos con la palabra empeñada? En Torreón como en México suele imperar extraño frenesí por ir a recibir personas al aeropuerto, no le hace si únicamente salieron, fueron y vinieron hace cuarenta y ocho horas; de toda suerte caben las flores, la lágrima al estilo Vargas Dulché y si las respetables autoridades lo permitiesen, también el mariachi. A mí me encanta sentarme –lástima que ya no dejen fumar en ninguna parte- a realizar sendas investigaciones antropológicas referentes a los distintos patrones de comportamiento del individuo cuando tiende a trasladarse de algún lugar a otro. Los hay de toda clase e índole: el ciudadano del mundo que coge –entiéndase por el buen sentido la expresión antes mencionada- el aparato con la seguridad con la que se abre una lata de refrescos; la abuelita melancólica que despide al nieto o hijo y cuya condición depresiva obedece a que finalmente quién sabe cuándo y bajo qué circunstancia se volverán a ver pues el viajero es inmigrante; la señora nerviosa pues dentro del caos irresoluto que suele ser la mente cabe la posibilidad de haber olvidado el boleto de avión, las identificaciones oficiales o cualquier efecto no menesteroso como bien podría ser el dinero para las compras. De lo que nunca me repondré (que al fin y al cabo van quinientos años pasando lo mismo) es del trato hostil y desdeñoso hacia el humilde.

Me lo dijo un empresario muy destacado en reciente conversación: crecemos en cuestión de servicios pero el empleo no lo hace a la par. El Gobierno de Vicente Fox –y los anteriores también- mucho tuvieron qué ver en ello, obedeciendo el particular a una serie de razones obvias. El modelo neoliberal es aplicable en los países del primer mundo pues está fundamentado en una serie de reglas matemáticas infalibles; pero en una nación como la nuestra no necesariamente sucede lo mismo y los números macroeconómicos importan poco cuando los precios de la canasta básica se convierten en artículo de lujo. Urge la cultura de invertir en México, procurar la generación de empleos que nos lleven a un desarrollo sustentable. Van a decir que ya estoy hablando como político pero es cierto: sin programas a largo plazo no vamos a salir nunca del atolladero.

La Laguna no pierde el aire de amabilidad hacia sus visitantes, tampoco la gallardía que viene intrínseca en una calidad de vida que en México capital ya no existe y es muy difícil regrese en próximas fechas pues veinte millones de habitantes deshumanizan cualquier entorno. Quiero dejar en claro que me agrada de sobremanera ver los cerros de mármol, pasear sin prisas ni miramientos por las calles del centro, sin embargo a veces comienzo a extrañar el trajín capitalino, el bullicio de una entidad donde las diferencias se encuentran más arraigadas, palpables a la vista. La Laguna cuenta ya con servicios de primera, pero el chiste es acostumbrarse a salir de la rutina y aventurarnos a probar todo aquello con matices de novedad, como por ejemplo la gastronomía. Nadie le quita a la carne del estado su inmensa e inmejorable calidad, a pesar de ello –y si el bolsillo lo permite- huyamos a establecimientos que ofrezcan algo diferente pues ahí, justo en la capacidad del cambio, se pueden encontrar todos los afrodisíacos que muchas veces nos pasan enfrente y tantas veces ni caso les hacemos.

Continuará...

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