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Dinero de Pemex

Sergio Sarmiento

“Si el dinero se le entrega al sindicato, (...) no hay ya ninguna norma legal que obligue a transparentar ese dinero”.

Francisco Barrio

Ante la resistencia de la Secretaría de Hacienda, la dirección general de Pemex está buscando la aprobación de un paquete de apoyos al sindicato petrolero por valor de 7,781 millones de pesos. Este monto se utilizaría, presuntamente, para respaldar la compra de viviendas y para cubrir otros beneficios especiales, incluyendo el pago de ciertos festejos. Pero el sindicato no tiene obligación de revelar el uso que haga de éste o de cualquier otro dinero.

Si bien nos hemos acostumbrado a leer cifras estratosféricas cuando se discute el gasto del Gobierno, el monto que se le daría al sindicato no es cualquier cosa. Es más que los 6,721 millones de pesos que se están presupuestando el año que viene para la Secretaría de Seguridad Pública. Supera también los 7,546 millones de pesos considerados para la Procuraduría General de la República. Permitiría aumentar en un 30 por ciento el Programa para el Desarrollo de los Pueblos y Comunidades Indígenas.

La dirección de Pemex busca darle este dinero al Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM) para comprar paz laboral. Poco importa si en el pasado el sindicato utilizó aportaciones similares para apoyar al PRI o si, bajo la excusa de la autonomía sindical, no se rinden cuentas sobre el dinero que maneja el STPRM. Lo único que realmente le interesa a la dirección de Pemex es lograr la colaboración del sindicato en un momento políticamente complicado.

La generosidad de Pemex hacia un grupo que goza ya de enormes privilegios nos revela una vez más quiénes han sido los verdaderos beneficiarios de la estatización de la industria petrolera. No fuimos los mexicanos: el petróleo no es nuestro. Los reales beneficiarios han sido un pequeño grupo de líderes sindicales y funcionarios públicos.

Los mexicanos, supuestos accionistas de Pemex, debemos ver desde lejos las danzas multimillonarias de recursos que manejan la empresa y el sindicato. Así, los trabajadores de Pemex no sólo reciben salarios muy superiores a los de la mayoría de los trabajadores del país, sino que se retiran más jóvenes y con pensiones mucho más generosas. Y los dirigentes sindicales, por supuesto, pueden vivir como verdaderos aristócratas. La nómina de Pemex está absurdamente inflada: en el pasado mes de junio la paraestatal tenía oficialmente 139 mil trabajadores. Otras empresas petroleras, con producción similar o superior a la de Pemex, cuentan con apenas un tercio del personal. Los empleos en Pemex, por supuesto, generan ingresos y prestaciones tan superiores al mercado que todos quieren laborar en la paraestatal y el sindicato y la dirección siempre encuentran alguna forma de añadir un puesto más. Pero el costo erosiona directamente el patrimonio de los accionistas, esto es, de los mexicanos.

Pemex, dicen sus funcionarios, puede darse el lujo de ser generosa con su sindicato. El año pasado tuvo ventas por 625 mil millones de pesos, con lo que consiguió un rendimiento antes de impuestos, derechos y aprovechamientos de 340 mil millones de pesos. Pero eso no debe ser pretexto para regalar casi ocho mil millones de pesos a un sindicato que no rinde cuentas del dinero que recibe.

El problema fundamental de Pemex es que los supuestos dueños, los mexicanos, no tenemos ninguna participación en las decisiones de la empresa. En el consejo de administración de la paraestatal sólo hay representación del Gobierno y del sindicato. Las decisiones, por lo tanto, se toman para satisfacer las necesidades de la administración pública y del sindicato. Nadie defiende los intereses de los accionistas.

Una solución sería darle la propiedad de Pemex realmente a los mexicanos. Esto se podría lograr entregándole a cada mexicano un paquete de acciones de Pemex que se pudieran comprar y vender en el mercado bursátil. Los accionistas podrían exigir representación en el consejo y asegurar que las decisiones de la paraestatal beneficiaran realmente a los dueños y no a los privilegiados que usufructúan a la empresa desde hace décadas. Pero, por supuesto, tanto el sindicato como el Gobierno siempre se opondrán a una medida que les quite la rentable gallina de los huevos de oro.

Potranca

Bonjour tristesse, la primera novela de la recientemente fallecida Francoise Sagan, mostraba a un nuevo tipo de niña/mujer en la Francia de los cincuenta. Con el tiempo la escritora se ahogó en su propia leyenda. Ante las afirmaciones que hacían de ella un nuevo astro de la literatura francesa, Elena Poniatowska ofreció un perspicaz y contundente juicio: “Por el momento, es sólo una potranca delgada y puntiaguda, sobre la cual han ensillado la dura carga del triunfo”.

Correo electrónico:

sergiosarmiento@todito.com

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