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Dinero

Emilio Herrera

Bueno, al final de cuentas el dinero es una porquería. Que ¿por qué? pues porque no desempeña su función como debiera. Digo: me parece que su función es moverse. Moverse aunque no salga en la fotografía, que la fotografía del dinero es ya como una amenaza de su desaparición; una precaución de quienes lo van perdiendo para poder decir a sus nietos un día: “Mira, Juanito: así era el dinero”.

El dinero no debería parar, como lo viene haciendo desde hace un rato largo, con marcada preferencia en sólo unas cuantas manos, o bolsillos o cuentas bancarias. Cuando no paraba, tiempo que recordarán fácilmente todos los que tengan cumplido su buen medio siglo y de allí en adelante, digo, hacia atrás, las cosas marchaban. Los negocios familiares crecían y se convertían en negocios merecedores de crédito: iban a los bancos sus dueños y aquéllos les proporcionaban el dinero que necesitaban y aún les insistían: “Pero, cómo, ¿nomás eso quiere?; llévese más, ¡hombre!, llévese más”.

El dinero no paraba. Iba de unas manos a otras, hasta que un día a alguien se le ocurrió no devolverlo, puesto que al fin y al cabo unos días más tendría que pedirlo nuevamente. Y eso se puso de moda. Y los bancos se amoscaron y comenzaron a negarlo o prestarlo sólo aquellos que probaron tener diez o cien veces más de lo que pedían. Y claro, el dinero comenzó a no desempeñar su función de moverse, de ir de unas manos a otras, de pasar por todas, como debe.

Y así, como digo al principio, el dinero comenzó a ser una porquería. Actualmente lo que hay es una competencia entre los hombres que lo acaparan para saber de una vez por todas quién es el hombre más rico del mundo. Por allá por medio siglo, década más, década menos, Insull, creo que era su apellido sumaba también los impuestos que no pagaba y tuvo que vivir en barcos y en alta mar por temporadas para no dejar de serlo y seguir siendo libre.

Entiendo que por estos días quien es considerado el hombre más rico del mundo se llama Hassanal Bolkian y es sultán de Bruneil, pequeño Estado asiático. Por supuesto, este señor y otros como él, se ganan, no sólo el pan, millones diarios cada día con el sudor de su frente, en tanto que el resto del mundo, incrédulos, tratan de ganárselo con sus manos, sus brazos o sus espaldas y nones, que así no es.

Si este tipo de millonarios se reuniera y aceptara invertir aquí lo necesario para crear los tres millones de empleos que se necesitan para que la bonanza vuelva a florecer en nuestro país, les darían una lección a los nuestros que han caído en el plan de avaros o de viudas, pero ya no son lo arriesgados que eran antes, cuando hicieron lo que hicieron. En fin, que lo que tenemos encima es una crisis de confianza, pero no solamente de confianza en nuestros Gobiernos, sino de confianza en ellos mismos, que ya no creen en sí, al contrario, se creen incapaces de volver a hacer lo que un día hicieran y sólo quieren conservar lo hecho quieto, huyendo de las tentaciones.

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