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Divagaciones de la Manzana/¡Cambiar ya!

Martha Chapa

Las recientes declaraciones del señor Fox en que vincula la democracia con el funcionamiento del sistema presidencial, y acepta que éste debe ser reformado, son en sí un reconocimiento, un mea culpa, sobre uno de los temas sustanciales de la política, y en el que sin duda deben ahondar académicos, políticos, analistas y ciudadanos en general.

La realidad que vivimos se traduce cada día en mayores conflictos al interior de los partidos políticos y entre éstos, así como entre poderes y dentro de ellos. Finalmente los resultados son cada día más graves y nos acercan a la ingobernabilidad, proceso que sólo nos puede conducir, lamentablemente, al autoritarismo y la anarquía.

Algo está faltando. En el ambiente se percibe una enorme crisis ética y social, pero al mismo tiempo la falta de voluntad para llegar a acuerdos sensatos. Todos coinciden en la necesidad del diálogo y la tolerancia. Sin embargo, en la ambición desatada por el poder, todos los protagonistas enrarecen aún más el ambiente con su conducta.

Por eso la presencia de nuevos protagonistas, con mayor frescura, y sobre todo ponderación y carisma, abren nuevas expectativas. En este campo aparece el rector de la UNAM, el doctor Juan Ramón de la Fuente, quien se asoma al escenario del poder con la intención un tanto tímida pero real de participar abiertamente en la próxima contienda por la Presidencia de la República, aun cuando el PRD lo rechazó porque no necesitaba de ningún candidato externo, pero quizá esta postura pueda cambiar.

La propuesta de una reforma del Estado está incompleta y el viejo régimen sigue asfixiando a la transición democrática por falta de rumbo y de políticas que abran la compuerta de la esperanza a los mexicanos. Nos preguntaríamos por ejemplo, frente a las reñidas elecciones de Veracruz y Oaxaca, por qué no se ha tratado de implantar la segunda vuelta electoral que se aplica en muchos países. Esta figura electoral permitiría al menos mayor legitimidad, mayor seguridad para los ciudadanos y desde luego evitaría que la contienda electoral fuese ganada por unos cuantos votos, lo que siempre enturbia las elecciones y les resta credibilidad.

En ese orden de ideas, nos preguntaríamos por qué no se ha avanzado en las reformas al Estado mexicano, para transitar de un sistema presidencialista evidentemente agotado hacia un sistema semiparlamentario, con la figura de un Primer Ministro, además del Presidente. Es muy probable que dicha transición sea la única forma de superar el empantanamiento que produce en el Congreso de la Unión la confrontación entre las principales fuerzas políticas del país.

Hay puntos en que todos los protagonistas pueden ponerse de acuerdo, pues finalmente favorecerán la consolidación de nuestras instituciones democráticas. De otra suerte, gane quien gane, el Poder Ejecutivo sufrirá parálisis en forma permanente y rondará el fantasma creciente de la falta de gobernabilidad. Además, esta situación se refleja en la economía y el bienestar colectivo, pues si continuamos dilapidando la fortaleza que alguna vez tuvieron nuestras instituciones, acabaremos hundidos en el pantano de la falta de credibilidad absoluta.

Es tiempo ya de que los políticos de todos los partidos y de todos los signos intenten acuerdos claros que no obedezcan ni a la consigna internacional del neoliberalismo globalizado ni a la mezquina ambición del poder por el poder mismo.

El reconocimiento de Vicente Fox de las fallas del sistema presidencial, abre una oportunidad para debatir con altura de miras el destino de la nación. Basta ya de nota roja política, de amarillismo absurdo y de pugnas entre tribus y grupos que consideran el poder político como un botín y no como una forma de servir con grandeza a una nación que merece mejor destino.

Tomémosle la palabra a Fox, abramos el debate con sinceridad y principios doctrinarios. No nos quedemos en las absurdas declaraciones de un gabinete incapaz y de unos partidos políticos nacionales corroídos por la ambición y la corrupción. Hagamos un alto en el camino y reflexionemos con sinceridad en que parte de la culpa nos corresponde a todos, con el fin de enmendar los problemas y al propio tiempo encontrar nuevos destinos.

La sociedad ya no puede esperar, el pueblo ha pronunciado su veredicto: ha dicho desde abajo que ya basta de funciones de circo mal interpretadas. No hagamos un carnaval de asuntos serios que nos trascienden. Los protagonistas deben entrar en la cordura, la reflexión y la formalidad. Esta es una exigencia que si no escuchamos a tiempo nos puede conducir a un abismo inescrutable, donde la solución de los problemas sea ya imposible.

Los empresarios, los intelectuales, los dirigentes sociales, los políticos, los académicos, los integrantes de la comunidad cultural, tenemos que poner un valladar a la descomposición acelerada de nuestro tejido social.

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