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Divagaciones de la manzana/La noche triste

Martha Chapa

Más allá de las consideraciones políticas, la confusión de competencias policíacas y el lío entre los poderes federales y locales, así como la confrontación entre partidos políticos, los protagonismos y el amarillismo cotidianos resaltan la falta de fe en las instituciones, la inseguridad que nos sitúa en el límite de la barbarie y el desgarramiento del tejido social.

Cada día vemos el futuro con más ansiedad y temor y la esperanza nacional se diluye en un pantano de vileza. Los acontecimientos de Tláhuac son muestra fehaciente de que todos hemos fallado, en especial las fuerzas públicas, con su evidente incompetencia para garantizar al pueblo certidumbre, seguridad y confianza.

Demasiado se ha escrito ya sobre este tema; sin embargo, es necesario analizarlo más allá de las posiciones encontradas de los protagonistas, del propio dolor de los familiares y de los intereses creados.

Por eso me atrevo a formular estas amargas reflexiones, producto de contemplar la histeria colectiva reflejada en el ánimo de una información sobredimensionada que aterrorizó a la sociedad, pero que al mismo tiempo nos permitió cobrar conciencia de un pueblo de desempleados, pobres, faltos de valores cívicos y humanos; un pueblo que en su inmensa mayoría no ha alcanzado los niveles elementales de bienestar, educación y cultura.

El narcotráfico, con sus sucios tentáculos, al igual que el terrorismo y la acción de grupos minoritarios beligerantes, han fomentado a tal grado la inseguridad a través del crimen organizado, que los guardianes de la Ley pueden ser incinerados vivos por una turba cuyos resortes de histeria colectiva se manipulan y operan en la sombra del anonimato. Es decir, pueden encender fácilmente la pradera cuando ya está seca para producir incendios brutales, como el de Honduras, donde hace unos días murieron varios niños.

Lamentablemente, el campo social mexicano es campo fértil para la violencia y el despertar de ese “México bronco” que late con fuerza en el inconsciente colectivo y que, una vez desatado, puede llegar a límites insospechados. De esto no se dan cuenta o no parecen darse cuenta los políticos que utilizan los medios para sembrar la discordia y el rencor, para destrozar la estabilidad que tantos años y tantas vidas costó. Su irresponsabilidad es patética, porque en el fondo simplemente hay ambición del poder por el poder mismo. Sus pequeños y mezquinos intereses los están alejando vertiginosamente del pueblo que cada día se exaspera, se irrita y se vuelve más apático a las normas institucionales, conductas que pueden desembocar en el autoritarismo o en la anarquía.

San Juan Ixtayopan es sólo un botón de muestra de la violencia que se está gestando, de la falta de control del Gobierno, de la absurda actitud de los medios, de la hipócrita respuesta de los gobernantes. ¿No se dan cuenta que hay un pueblo que está harto de tantas canalladas? La verdad es que las ideas, la inteligencia y la razón están ausentes a falta de una visión histórica, social y patriótica.

México requiere que esta clarinada de Tláhuac nos ponga de pie, despierte la conciencia y surjan en algún lugar, no sé dónde, pero pronto, las voces que requiere con urgencia la nación mexicana. Es absolutamente necesario que hagamos un alto en el camino para darle cauce a una verdadera vida democrática, ya que de otra suerte perderemos la brújula y pasarán muchos, muchos años, para que México retome su camino.

Triste, angustioso, pero desgraciadamente cierto. A los agentes policíacos los matamos todos. Fuenteovejuna, todos a una. Pero hay responsables mayores y tendrán que ser sancionadas a fondo, de acuerdo con el peso de su responsabilidad.

e mail:

enlachapa@prodigy.net.mx

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