A decir de Elías Cannetti la oración de los no creyentes es simplemente una elaboración de los deseos. Plegaria o ejercicio pagano, la renovación del ciclo calendárico, la llegada de 2005, es una buena provocación.
Primer deseo.- Que la pobreza nos vuelva a doler. Siglos, décadas pasan, sexenios entran y salen con ellos y el imborrable rostro de un miserable, como embajador de los más de 54 millones de nuestro país, se ha convertido en parte del paisaje cotidiano. Insensibles discutimos las llamadas “políticas públicas”, las estrategias. Está muy bien, pero ya no estamos conmovidos por ese horror. Esa falta de emoción humana en parte es como una coraza con la cual buscamos protegernos de esa lacerante situación. Pero la coraza enfría. Así, mientras otras naciones, no exclusivamente los gobiernos, están comprometidos con auténticas cruzadas en contra de la miseria, en México es ya un expediente burocrático. Quizá si los pobres nos volvieran a doler nos empeñaríamos más en encontrar fórmulas de mayor crecimiento, denudaríamos las necedades. Ojalá y en 2005 los señores gobernantes puedan conmoverse. Es el comienzo.
Segundo.- Reconciliación con la prosperidad. Asombrosas y preocupantes, así son las frecuentes defensas míticas de lo que somos o fuimos como razón suficiente para negarnos opciones de enriquecimiento nacional. Increíble pero la prosperidad de todos los mexicanos no es todavía una meta generalizada. Hay quienes consideran que el hambre de los mexicanos puede esperar, a ese futuro glorioso, de soberanía absoluta, muy mexicano pero siempre inasible. Nuestro petróleo y el gas, los tesoros de la corona, deben entonces ser guardados para ese día en que algo justifique su explotación intensiva. La miseria de la mitad de la población no es razón suficiente. Enfundados en sus armazones nacionalistas en los hechos lo que se dice a los mexicanos miserables es, ustedes no valen la pena, es mejor especular con esos recursos. Ustedes comprenderán, vale más seguir sentado sobre esa riqueza que invertir en salud, educación, infraestructura. Como los pobres ya no nos duelen, su prosperidad puede esperar.
Tercero.- Emergencia, la defensa de lo nuestro. Bosques y selvas maravillosas a merced de los auténticos asesinos de nuestro patrimonio. Ríos y lagos contaminados, aguas residuales que nadie trata, seguramente en espera de que la madre naturaleza se encargue de limpiar nuestras excrecencias sociales. Playas convertidas en muladares y el país todo como el gran basurero nacional. Esa será nuestra herencia a las próximas generaciones. ¡Qué panorama más siniestro! Por eso deseo casi con obsesión que en 2005 y en 2006 y de allí en adelante, se dé un pacto de defensa radical de lo nuestro. Sea quien sea el próximo presidente, tiene que poner un alto a esa silenciosa pero irrefrenable acción destructiva. No se vale.
Cuarto.- Sentido de urgencia. Sabemos del crecimiento loco de ciertos países de la nueva Asia. De China lentamente empezamos a hablar, pero la vemos lejana. De la revolución europea en curso desconocemos casi todo. Los mexicanos no somos muy dados a las comparaciones. Nos miramos al ombligo y estamos felices. Pero quizá el dato liberado por Cepal hace unos días puede ayudar a cimbrarnos. Ahora ya también estamos creciendo menos que el promedio de los países de América Latina. Lo mismo pasa con nuestras exportaciones. Proyectemos el asunto a diez años y nos estaremos codeando con los africanos. Mi deseo entonces es que recuperemos el sentido de urgencia. Hacer lo que tenemos que hacer y hacerlo rápido.
Quinto.- El agro, siempre el agro. No hay país rico con agro pobre. Pareciera que en México damos por sentado que nada demasiado bueno va salir de allí. Falso, no seremos el granero del mundo pero por nuestra biodiversidad, por la colocación geográfica, por los climas y temperaturas, México tiene muchas potencialidades. Dar garantías a propietarios y tenedores de tierra, facilitar la tecnificación y buscar las nuevas vocaciones es obligado. De madera y derivados a hortalizas y frutas, la prosperidad pasa por el campo.
Sexto.- Infraestructura. La frase es tan común como manida: el país de nuestros hijos y nietos. Ese país sólo será mejor si el Estado mexicano se aboca a sus trabajos esenciales e insustituibles. La infraestructura es uno de ellos. Energéticos, puertos, trenes, carreteras, etc. México no va a poder competir con el mundo exitosamente si toda la operación interna es más lenta, más insegura, más costosa. Sólo con esa infraestructura modernizada los empresarios mexicanos, los presentes y los futuros, podrán generar los empleos que el país requiere.
Séptimo.- Desintoxicación. En la última década, desde el fatídico 1994 por poner una fecha, el país se ha envenenado. La muerte de Colosio y Ruiz Massieu, los infinitos escándalos de corrupción, el triste espectáculo de las actuaciones judiciales no demasiado apegadas a derecho, la polarizante campaña del año 2000, el descuido del lenguaje de la actual gestión y sus opositores, explicaciones hay muchas, lo innegable es que el ambiente político está envenenado. Son tantos los agravios cruzados que los actores principales ya no dialogan. Expulsar odios o por lo menos contenerlos ayudaría a un mejor ambiente.
Octavo.- Concentración. Será por la novedad de la alternancia en el Ejecutivo, será por los convulsos tiempos posteriores al 11 de septiembre, pero México da la impresión de no estar concentrado en los grandes desafíos que tiene enfrente. La alteración está cancelando la calidad. Revísese los discursos del más alto nivel público y privado y el espectáculo es patético. Seguramente la concentración pierde en la batalla del sex appeal político, pero la superficialidad la vamos a pagar muy caro.
Noveno.- Las pasiones al redil. Sean las ocho columnas, sean los titulares de los noticiarios, el hecho es que parte de la euforia democrática ha traído una terrible pérdida de control sobre las pasiones. Malas consejeras, son ellas y no la razón las que parecieran conducirnos.
Décimo.- Elevar las miras. En todo debate político hay lodo. Pero es cierto que también puede haber ideas y propuestas que enriquezcan la plaza pública. El desfile de deseosos ha comenzado. La pasarela de 2005 y 2006 es un excelente momento para reformular estrategias. Partidos, medios, comunicadores y comentaristas y por supuesto los precandidatos, todos podemos hacer un esfuerzo por denunciar la diatriba y elevar las miras.
Undécimo.- Formas y educación. El desprestigio de la política y los políticos difícilmente podría ser mayor. En este torbellino de maledicencias, insultos y bajezas todos han salido perdiendo. Más respeto a las personas y a las formas, más educación, aunque suene burgués, ayudaría a recuperar la misión de los servidores públicos. Quién quiere trabajar en un circo donde se festeja la porquería.
Duodécimo.- Tomar a México en serio. Nos lo merecemos.