La semana pasada escribí un artículo en el que comentaba un estudio de la Asociación Nacional de Escuelas e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), el cual apuntaba un terrible panorama de desempleo en los próximos años para las y los jóvenes egresados de por lo menos 41 carreras universitarias.
Los datos y las conclusiones del documento son tan desesperanzadoras que no dudé en titular el texto: “Documentando el pesimismo”. Varios de mis lectores y lectoras, padres y madres de jóvenes, me hicieron llegar sus comentarios, que bien pueden resumirse en: supiritaco general. Sin embargo, también a lo largo de la semana, algunos jóvenes, lejos de preocuparse, me recetaron amplias dosis de lo que podríamos llamar realismo pragmático (o sea, la neta); lo cual no necesariamente fue más esperanzador.
El supiritaco de padres y madres es perfectamente comprensible. No es para menos, claro, saber que de acuerdo con el estudio “Todos los análisis de proyección de la demanda del mercado laboral y de la oferta de egresados del sistema de educación superior para los años 2006 y 2010, muestran que aún en los escenarios económicos más optimistas existirá, en la mayoría de las carreras, una considerable sobreoferta de profesionistas que no podrán tener trabajo ni siquiera en las ocupaciones no profesionales”.
Ahí estamos diciéndoles a nuestros hijos e hijas, mañana y tarde y noche, que tienen que estudiar, que deben esforzarse, que no llegarán lejos si no se preparan y he aquí que las miradas de los especialistas al futuro nos dicen que estamos viviendo en el error, que pueden estudiar mucho, esforzarse y preparase cuanto quieran pero que llegado el momento encontrar empleo será como sacarse la lotería.
Y uno, una, se queda con cara de angustia sin saber qué hacer con el país y el momento en que nos tocó vivir. En resumen, les digo, supiritaco general.
Para mi sorpresa, los jóvenes con quienes yo o alguno de mis lectores compartieron la información tuvieron una actitud diametralmente distinta. Supe, por ejemplo, que Fernando, estudiante de Ingeniaría Mecánica que actualmente se encuentra en Italia, le dijo a su preocupado padre que los datos no le quitaban el sueño porque no pensaba ser empleado de nadie; sus aspiraciones son crear una empresa, producir algo y ser él quien contrate gente. Supe también que Elisa, estudiante de maestría en Biología, le dijo a su angustiado padre que ella no pensaba trabajar en México, sino en un país que apreciara el valor de la investigación científica. Supe, asimismo, que Teresa, estudiante de Ingeniería Electrónica, le dijo a su afligida madre que ella estaba apostando a prepararse para vivir en un país europeo en donde hubiera pocos jóvenes y, por tanto, menos competencia laboral.
Supe, igualmente, lo que pensaba mi hijo, estudiante de tercero de preparatoria: ¿Cuál es la novedad?, me preguntó. Sabemos que la economía va a seguir mal y que cada vez habrá más desempleo; ésa es la realidad y hay tres modos de verla: la optimista, la pesimista y la fatalista. Yo escojo la optimista, pienso estudiar una carrera y si es posible un posgrado, quiero abrir mi propia empresa, pero en cualquier caso, lo importante son las relaciones, porque en este país tiene trabajo el que tiene las relaciones.
No hubo, en todas las opiniones de jóvenes que leí o escuché, ni sorpresa ni angustia al conocer los datos del estudio. No hubo tampoco, preocupación por el futuro. Me parece que tienen bastante claro el país que les tocará enfrentar a la vuelta de la esquina y me parece también que saben qué esperar y qué no de este país nuestro.
Mi pesimismo pues, recibió bofetadas de realidad, lo cual, decía al principio, no necesariamente fue más esperanzador. Porque esa realidad les está diciendo que los valores importantes son los del mercado, luego hay que apostar a poner empresas (con el riesgo que significa que en la globalización las trasnacionales borren del mapa a la pequeña y mediana empresa de un país). Porque la realidad les está diciendo que si quieren investigar hay que apuntarse en las listas de fuga de cerebros, ya que en los países desarrollados se valora la ciencia, mientras que en los países en desarrollo se apuesta a la manufactura. Porque la realidad les está diciendo que nuestro país no está, ni estará en el corto o mediano plazo, preparado para brindar oportunidades a sus jóvenes; que con o sin acuerdo migratorio miles de compatriotas se seguirán rifando la vida en busca del sueño americano y, entonces, hay que optar por el “sueño europeo”. Porque la realidad les está diciendo que en México, más que su talento, capacidad y preparación, importa que conozcan al que toma las decisiones. Lo más triste es que tienen razón.
La cátedra de realidad que me dieron estos muchachos y muchachas, no me hizo sentirme menos pesimista, porque además en esa misma semana se celebró en nuestro país la Cumbre de Monterrey (la cuarta cumbre internacional en este sexenio). Nos costó, dicen, alrededor de 50 mil millones de dólares, y sus resultados se resumen, una vez más, en una lista de buenas intenciones y lugares comunes. ¿Alguien tiene un prozac?
Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com