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Dos Méxicos/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

Esta mañana ocurren acontecimientos que ilustran con nitidez dos de los muchos Méxicos que integran el país en que vivimos. Sin el México que rinde homenaje al doctor Ruy Pérez Tamayo y sin él mismo, sería desesperanzador el México que desafuera a René Bejarano y el del propio ex dirigente perredista.

Un accidente de trabajo convirtió a Bejarano en símbolo de la corrupción política. No es el único y ni siquiera el peor de los políticos corruptos, pues en esa materia es posible establecer diferencias de grado y de especie. Para ubicarlo sólo frente a quienes como él deben ser desaforados para enfrentarse a la justicia, es claro que el trasiego de por lo menos 500 millones de pesos en efectivo de Pemex al PRI, practicado por Ricardo Aldana en el inútil empeño de hacer ganar la elección presidencial a Francisco Labastida reviste una densidad antiética y delincuencial mayor que la de los actos ilícitos atribuidos a Bejarano. Pero éste fue captado con las manos en la masa por una cámara indiscreta cuyo operador entregó después el video a Televisa.

Millones de personas han visto a Bejarano guardar cuarenta y tantos mil dólares en billetes que le entregó Carlos Ahumada y esa imagen se convirtió en el emblema de la corrupción política.

La operación de Aldana apenas fue atestiguada por unos cuantos, pero pudo ser reconstruida magistralmente por el Instituto Federal Electoral. La de Bejarano golpeó los ojos y la conciencia de la sociedad entera. Manipulado y todo, el video que lo muestra en plena acción no admite réplica y ha servido para que los rencores y los agravios de la gente común, saqueada y herida secularmente por la corrupción se dirijan en contra del hasta entonces triunfador dirigente político.

Cuando, a partir de mañana, las acusaciones contra Bejarano adquieran el seco perfil de los procedimientos penales, va a quedar de manifiesto la relativa insignificancia de los delitos que se le imputan. Hasta podría ocurrir que tras el escándalo de su desafuero ocurra el escándalo de que el juez al que se le consigne no encuentre suficiencia en la acusación.

Pero mucho antes de ese momento anticlimático, que no puede ser excluido, Bejarano ya fue sentenciado por el monstruo de las mil cabezas que es la opinión pública, harta de que los políticos se enriquezcan y renuente a conocer los pormenores del episodio, que sólo se aprecia de bulto, más en su proyección simbólica que en su realidad propia.

Al pretender exculparse, Bejarano admite haber cometido un error político y alega que fue mero emisario para recibir aportaciones de Ahumada a actividades del PRD. El empresario denunció que su donación no fue voluntaria, sino producto de una extorsión. El trabajo de edición a que sometió al video que causó la desgracia de Bejarano muestra una conversación distante y distinta de la que sostendrían una víctima y su victimario.

Sea de ello lo que fuere, el hecho desnudo es que el desaforado de hoy recibió dinero sin causa lícita. Asegura haberlo entregado a Rosario Robles, en nombre de la cual habría acudido a la oficina de Ahumada. Eso se ventilará en el juicio penal que, si es el caso, comenzará en pocos días.

Por lo pronto, hoy será privado de la inmunidad que no perdió al solicitar licencia como diputado, el mismo día en que se apartó del PRD y la Asamblea Legislativa. La votación en la Cámara, que no ha desaforado a nadie en décadas, ocurrirá a la misma hora en que muy lejos de allí, en un ambiente por completo distinto, otra institución del Estado mexicano, la Universidad Nacional favorece que sean festejados los productivos y felices ochenta años del doctor Ruy Pérez Tamayo.

Nacido en Tampico el ocho de noviembre de 1924, ese médico ilustre, “el viejo alquimista” se halla en la cumbre de su sabiduría humana y científica. El programa del homenaje que se le brinda hoy en el auditorio Raúl Fournier de la Facultad de Medicina, en Ciudad Universitaria, es una síntesis de su talante poliédrico, de la variedad de sus intereses y experiencias, de la beneficiosa influencia que ha generado en torno suyo: Hará la presentación el doctor José Narro, director de esa Facultad de cuya división de medicina experimental es puntual jefe Pérez Tamayo desde hace veinte años. Luego, eminentes científicos, laureados como el homenajeado, hablarán del maestro (Carlos Larralde), el amigo (Rubén Lisker), el médico (Eduardo López Corella), el científico (Annie Pardo), el escritor (Carlos Montemayor) y el melómano (Roberto Kretschmer). El acto concluirá con palabras del rector Juan Ramón de la Fuente.

Tenido con justeza como el mayor patólogo de México, Pérez Tamayo no ha cesado de ahondar en su especialidad, pero no se permitió limitarse a ese campo. Su útil constancia como investigador le ha merecido innumerables premios, entre ellos hace treinta años el Nacional de Ciencias. Pero su humanismo, la anchura de sus horizontes lo han llevado al Colegio Nacional, a la Academia Mexicana de la Lengua. Hoy encabeza el Colegio de Bioética, que entre otras iniciativas por la libertad de la ciencia alerta sobre la necesidad social de la investigación con células embrionarias para fines terapéuticos.

Profesor emérito de la UNAM, se afana también en la difusión de la ciencia, como parte de su escritura, amenizada siempre con humor oportuno. Se sorprendió cuando supo que el Fondo de Cultura Económica (donde ha publicado siete libros) era menor que él, ya que “desde que me acuerdo, el FCE existe, como existen los impuestos y el Popocatépetl”.

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