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Egoístas

Federico Reyes Heroles

“El único egoísmo aceptable es el de procurar que todos estén bien para estar uno mejor” Benavente Generosos, compasivos, solidarios, alegres, despegados de la materialidad.

Esos mitos rodean al mexicano. Pero hay otras lecturas. Indefinido, resentido, desconfiado, dolido con la vida, el mexicano es incapaz de declarar su verdad. Existir le duele. Es por ello un “ser crepuscular” diría Samuel Ramos. Octavio Paz recurrió a las máscaras para explicar el ocultamiento como fórmula de vida. El resentimiento está por allí sin declararse. La falsedad es la dueña de la fiesta. Don Edmundo O’Gorman sugirió que el origen de la contrahechura se encontraba en el desgarramiento entre el tradicionalismo ibérico y la modernidad sajona. Unos ven con orgullo y obstinación al pasado sin importar las carencias. Desean conservarse, seguir siendo los mismos. Los otros miran hacia enfrente. Quieren progresar y eso es negarse.

Algo queda claro: hay una riña sorda de los mexicanos contra los propios mexicanos. En esa guerra cotidiana por momentos pareciera que ni siquiera estamos de acuerdo en que la prosperidad es buena. Otros deben de ser los valores. Pasan los años, las décadas y los mexicanos seguimos atrapados en nosotros mismos. ¿Vendrá de allí el aparente desdén por no decir desprecio por lo material? ¿Será que no creemos que la prosperidad puede ser para todos? ¿Quizá el impulso de venganza nos impide quererla para todos? La riqueza como producto de un esfuerzo social, como una construcción social, es algo que no ha echado raíces entre nosotros. La riqueza es apropiación, es hurto. La prosperidad generalizable no es una meta en el imaginario colectivo. Quizá por ello ponemos tan poca atención en cuidar lo que nos atañe y a todos limita.

Mientras nos entretenemos con las tortas que come el señor Ahumada, por allí se publica que el ahorro interno ha caído en cuatro años más de tres puntos. Hoy consumimos más y ahorramos menos. Huelga decir que no hay nación próspera sin ahorro alto. Para qué recordar que ya hay países latinoamericanos como Chile con tasas de casi el doble que la nuestra. Después vienen las sorpresas: malvados españoles, o chilenos, o irlandeses, ¿cómo le hicieron? Simplemente ahorraron sin descanso, sistemáticamente. Resulta que la inversión total como proporción del PIB, —otra forma de medir el ahorro— también se ha desplomado más de tres puntos de 2000 para acá. Pero para qué hablar de esas cosas si tenemos el fantástico espectáculo de los dimes y diretes entre los cubanos y los mexicanos, naciones pobres por cierto.

Entretenidos como estamos se nos pasa que la inversión extrajera en países en desarrollo —México entre ellos— es hoy cerca del 26 por ciento menor desde su último tope en 1999. Que los transportes carreteros en nuestro país, por falta de inversión en infraestructura, sean casi 20 por ciento más caros que en EU o el ferroviario 140 por ciento tampoco nos quita el sueño. Por favor, faltaba más, aquí estamos metidos en asuntos trascendentes como afirmar que ahora sí, a diferencia del pasado negro, no nos vamos a dejar insultar en el exterior. Por cierto la operación del transporte marítimo en promedio es 155 por ciento más caro que Southampton. ¿Cómo ser competitivos así? Las notas dolorosas se siguen unas a otras.

Ahora resulta que a pesar de que los altísimos petroprecios se encuentran en su máximo de los últimos catorce años, el valor del patrimonio de Pemex ha disminuido en 75 por ciento en lo que va de la administración. El asunto viene de lejos, pero es claro que no lo hemos puesto dentro de nuestras prioridades. Tanto que se invoca a Pemex como “pilar” de nuestro desarrollo, pues nuestro “pilar” se está tambaleando. Se tambalea por un esquema fiscal que ahoga a la empresa. Se tambalea por una reinversión restringida. Se tambalea por un sindicato que ahorca a la industria. Con ella va el país. Gas y otros energéticos caros hacen que la actividad empresarial salga de los niveles de competitividad. Pemex incluido que ya está pensando en mover un par de plantas que ya se pelean otros países. Colmo de colmos.

Así, mientras por éstas latitudes seguimos discutiendo lo que puede salir de la boca del señor Ahumada y su impacto en la carrera de 2006, las necias “cifritas” siguen por allí. Por ejemplo el reparto de utilidades cayó seis por ciento, con lo que ello implica como retrato de la vida empresarial en 2003. Otro número es 24.4 por ciento que es el aumento del precio del gas natural de diciembre para acá. Las condiciones de trabajo que los mexicanos estamos imponiendo a los mexicanos están verdaderamente estrangulando la actividad empresarial y con ello la generación de empleos que se mantiene como la demanda numero uno. Por eso apareció hace apenas unos días, nuestra nueva colocación en el Reporte de Competitividad Mundial: lugar 56, con 43 puntos de calificación. Quedamos, por citar a algunos, por debajo de Turquía, Brasil, Colombia, de Chile y China que empatan en 70 puntos. Singapur roza los 90 puntos. Eso nos atañe a todos, pero por lo visto puede esperar.

Todo puede esperar. Pasó sin gloria y sí con pena otro período legislativo. Nada hubo de las reformas, la electoral, la laboral, el asunto de las agobiantes pensiones, nada del asunto fiscal, que allí está aunque no hablemos ya de él. Tampoco la capitalización de la industria eléctrica. Pareciera que no tenemos prisa por generar empleos y crecer, total los desamparados que emigren aunque les cueste la familia y frecuentemente la vida. Invertir en ciencia y tecnología también no pareciera correr prisa. Suiza, Suecia y Corea registraron entre dos y tres mil patentes el año pasado. México se quedó en ciento veintitrés. EU llega a las 40 mil. Mientras la India es ejemplo en ese rubro de lo que se puede hacer con políticas estructuradas de mediano y largo plazo, aquí el régimen pareciera haber declarado su derrota en lo que a negociación de reformas ser refiere. ¿Largo plazo? Aquí todo es zancadillas para que el otro no llegue a 2006. Que el PIB per cápita haya disminuido 300 dólares en un año no pareciera preocupar a nadie. ¿Generosos, solidarios, compasivos? Tanta falsa generosidad nos ha enfermado. Sólo así se explica que, a decir de los hechos, nos importe un bledo el futuro de los otros y con el de ellos el propio. Ojalá y fuéramos un poco más egoístas y que, en ese ánimo individual de estar mejor, por necesidad, procuráramos que los otros estén bien. Sólo así terminará esta sorda y costosa guerra.

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