la historia, tremendamente cíclica y repetitiva, a veces casi predecible y la raza humana parece no haber aprendido a anticiparse, avecinar lo catastrófico, encontrar métodos para evitar la tragedia y en el caso de encontrarse frente a ella, saber salir avante. En los anales del tercer milenio pareciera ser imposible disentir sobre las ideas del prójimo sin correr riesgos latentes, opinar diferente en ocasiones se torna prácticamente imposible pues ofende, calumnia, hiere y difama la conciencia opuesta, aquélla presa de un fanatismo tal que no admite contemplaciones, interpretación diversa y crítica constructiva.
El ataque a las torres gemelas y edificio del Pentágono quedan en los libros de la historia como vivo ejemplo de la intolerancia, el odio y una triste incapacidad para dirimir nuestras diferencias haciendo uso de la razón y el diálogo, armas subestimadas pero eficaces si existe una predisposición natural. Acto a todas luces artero, algunos han insistido en posicionarlo como vivo ejemplo de justicia poética, es decir, que el mundo árabe finalmente pasaba la factura después de décadas enteras bajo una hegemonía yanqui artera, ventajosa, en ocasiones igual de asesina.
Del Islam lo desconocemos casi todo. Una historia cargada de guerras y de prejuicios, la figura del inmigrante pobre e inculto y las noticias de la barbarie fundamentalista, han logrado un equívoco amalgama entre terrorismo e Islam.
El término Islam recubre varias acepciones, la principal es la que tiene qué ver con la religión, con la determinada concepción de las relaciones del hombre con Dios que se expresó en la revelación al profeta Mahoma. El término se relaciona con una explícita concepción del mundo que abarca la noción de una comunidad ideal, su organización política y social, sus instituciones, una cultura y un modo de vida con modelos de comportamiento, hábitos y costumbres, y sus normas éticas. También se habla del Islam como un espacio geográfico, la dar al-Islam según el término empleado en el derecho islámico, se hace referencia al ámbito vital en el que tienen cabida múltiples pueblos de razas y etnias muy diversas.
Sin embargo hay que admitir que lo anterior nos interesa poco. El Islam es maravilloso a nivel cultural y en ocasiones –las más- la palabra profética de Mahoma; al igual que la de Cristo, ha sido tergiversada, malinterpretada y utilizada con dolo por aquellos que buscan conseguir fines bajo la utilización de medios poco ortodoxos. Ello provoca se tenga hacia el mundo árabe un miedo latente, se le relacione con la barbarie, los asesinatos, el terrorismo y ese odio desbordado hacia todo lo que huela a occidental.
Las campañas políticas se ganan en parte destacando los errores del contrincante; las relaciones públicas en cualquier guerra funcionan creando enemigos imaginarios con la pretensión de destruir utopías concretas –léase sueño americano- que como “ley motif” deben ser defendidas a toda costa. George W. Bush, la desgracia mundial más grande desde tiempos del padre, sabe explotar ese nacionalismo patriotero que los norteamericanos defienden ciegamente y ejerce un estilo de mando artero, monotemático, de un discurso unilateral que busca sembrar el miedo, amplio rechazo a todo aquello que en determinado momento no entre en la constreñida realidad de la hamburguesa, el chevy cuatro puertas y demás fabulosos inventos de la mercadotecnia.
Cual Don Quijote –perdón a Cervantes por la comparación- Bush necesita su Sancho Panza y rápidamente dos se unen: Blair y Aznar. Recordemos aquellos desafortunados tiempos y la plegaria del pueblo español entero sobre la peligrosidad implícita en entrar a una guerra absurda, con objetivos absurdos y donde España no tenía vela en el entierro. ¿A qué iba una potencia media? ¿Cuál era la urgencia de José María Aznar? ¿Bonos frente a Washington? Desconocemos las respuestas pero no el triste, fatídico resultado de tanta maldita soberbia: las vías de Atocha y los cadáveres regados como ejemplificación de cuán costosa puede llegar a ser la ceguera.
Lloran los españoles y también lo hace el mundo entero. Elecciones generales y el castigo, la amplia condena del pueblo que dice: fuera, largo de la Moncloa, que al fin y al cabo urgen nuevos tiempos, personas distintas. Poco importaron los indiscutibles logros de Aznar al conseguir un crecimiento económico acelerado; el dolor, la rabia e impotencia pudo más. La mezquindad política vaya que no conoce límites pues incluso el Gobierno, sí, después del saldo de muertos y heridos, tuvo la desfachatez, cobardía y sangre fría para mentir, achacarle el asunto a la ETA a sabiendas de que la mano árabe estaba, otra vez, manchada de sangre.
España está de luto: Aznar se va a su casa. Y ahí te dejo, querido lector, una última interrogante. ¿Quién para a George W. Bush?
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