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El agua

Patricio de la Fuente

El agua es una de las substancias más comunes en el universo y nuestro planeta es afortunado en tener una gran cantidad de ella. Desgraciadamente, el 97 por ciento es salada y casi todo el resto está congelada en los casquetes polares. Conseguir agua dulce ha sido, consecuentemente, el motor del ingenio y la pasión de la raza humana en la historia. El agua ha sido el premio y a veces el arma, de conflictos en todo el orbe. Aún en el siglo que comienza, a pesar de los esfuerzos y avances tecnológicos para encontrarla, transportarla y conservarla, éstos serán insuficientes para cubrir su demanda. El desequilibrio entre las fuentes y las necesidades generará violencia, retrasará el desarrollo económico y puede devastar poblaciones o aún países enteros.

La historia de la humanidad está entretejida con la forma en que hemos aprendido a usar y manipular los recursos hidráulicos. Las primeras comunidades agrarias surgieron en donde era posible cultivar al amparo de lluvias predecibles o ríos permanentes. Canales de irrigación sencillos permitieron agrandar las áreas de cultivo y ampliar ciclos de cosechas. Hace 6000 años en Sumeria –el actual Irak-, se construyeron sistemas de irrigación y diques para los sembradíos. Atenas y Pompeya, como casi todas las ciudades grecorromanas de su tiempo, mantenían complejos sistemas de abastecimiento y drenaje pluvial, casi iguales a los que usamos nosotros hoy en día. Teotihuacan y otras ciudades precolombinas en México también los tuvieron. Con el crecimiento de las ciudades, el agua fue traída de lugares cada vez más lejanos, perfeccionando la ingeniería de acueductos y represas. En su cenit, el Imperio Romano, tenía para su capital nueve sistemas innovadores de abastecimiento y drenaje para los pobladores de Roma, suficientes para dar un consumo per cápita equivalente al de cualquier ciudad de país industrializado de hoy.

Durante la Revolución Industrial de los siglos XIX y XX la explosión demográfica generó una demanda enorme. La construcción de decenas de miles presas diseñadas para el control de avenidas, proteger las fuentes de agua dulce y proveer agua para la irrigación del campo y el consumo humano, ha favorecido a millones de seres. Gracias a los sistemas de drenaje, enfermedades como el cólera y la tifoidea casi desaparecieron. Ciudades enormes incapaces de sobrevivir con sus propios recursos han florecido en el desierto con agua acarreada a cientos o miles de kilómetros de distancia. La producción agrícola ha mantenido el paso de las tendencias de población gracias a los sistemas de irrigación que proveen el 40 por ciento de la comida del mundo. Casi un quinto de la electricidad se genera con agua.

Sin embargo, hay una faceta negra de este desarrollo. Más de la mitad de la humanidad tiene sistemas de abastecimiento de agua inferiores a los que tenían los romanos y griegos hace 2000 años, según el último reporte de las Naciones Unidas –noviembre de 2000– más de mil millones de seres no tienen acceso al agua potable, dos mil quinientos millones de personas no tienen sistemas de drenaje adecuados y entre diez mil y 20 mil niños morirán al año por problemas de salud y enfermedades relacionadas con la falta de agua potable.

Las políticas sobre el agua van más allá de la salud. Algunas de las prácticas de irrigación acaban con el suelo y destruyen la productividad en la generación de alimentos, dando una señal de muerte prematura a la llamada revolución verde. Las presas antaño vistas como el epítome del desarrollo se ha demostrado que producen graves afectaciones a la naturaleza y organizaciones como el Banco Mundial, BID, etc., que antes subsidiaban los proyectos ahora ya no lo hacen más. Destruimos los bosques, esas fábricas de agua, a nombre de los usos y costumbres, que permiten que los campesinos los quemen como hace mil años y no nos atrevemos a hacer nada y los políticos ni siquiera quieren hablar del tema porque les dan pavor las consecuencias sociales y no quieren agarrar el toro por los cuernos, total a la siguiente generación de políticos les va a tocar el problema, no a mí, cobardía pura. Los acuíferos están siendo agotados sin que puedan recargarse suficientemente rápido y generando problemas adicionales como el aumento de arsénico y otras substancias tóxicas en China, E.U. y en México, La Laguna, es un buen ejemplo.

En menos de 25 años todo el norte de México y el sur de los E.U. padecerán seriamente por falta de agua, los problemas que tenemos hoy serán mínimos en comparación. Los conflictos sobre el agua han llevado a la violencia y continúan provocando tensiones regionales, nacionales y aún internacionales. Recordemos las pugnas entre Tamaulipas y Monterrey, aquéllos para usar el agua en sembradíos de sorgo poco competitivos, donde ni siquiera cobran el agua y los regios que medio la cobran para consumo industrial y humano; o como el problema de que México ya se gastó el agua que le toca del río Bravo y habrá que pagarle a los E.U. o no consumir el líquido por cuatro o cinco años. Claro en México regalamos el agua, ¡por favor señores! Y los güeros..... la cobran, ¡qué escándalo!

En el despertar del Siglo Nuevo, la mentalidad debe cambiar. El enfoque debe regresar lentamente y aunque no sea universalmente aceptado de inmediato, a la provisión de las necesidades humanas y el medio ambiente sustentable como prioridad para asegurar algo para todos, en lugar de más para algunos. Es utilizar la infraestructura existente antes de construir nueva. El desafío es cómo usar y reusar el agua lo más eficientemente posible, repensar nuestras prioridades e identificar alternativas de abasto. No es sólo gastar menos sino cambiar la forma como la usamos, modificar nuestros hábitos, vaya, hasta nuestra alimentación –hay alimentos que para producirse requieren mucho menos agua, ojo alfalfa y si se riega por goteo se ahorra un 70 por ciento del agua y no sólo eso, se produce de 20 a 90 por ciento más-. El uso inteligente del agua dulce para beber, agua adecuada para regar los cultivos adecuados a las zonas y alimentar al ganado, para los procesos industriales y servicios sanitarios y prevención de riesgos de salud, usos que por sí mismos no pueden evitar el ocaso de una civilización, pero sin agua no hay civilización que pueda prosperar.

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