El atentado que el gobernador de Oaxaca, José Murat, dice haber sufrido la semana pasada, contribuye a la turbiedad que afecta a nuestra vida pública nacional.
Lo anterior porque frente al acontecimiento la ciudadanía reacciona con incredulidad y escepticismo, dados los antecedentes del sujeto y su comportamiento posterior en relación al presunto atentado.
Son objeto de comentario por parte de la prensa nacional, la contaminación de la escena del crimen y las irresponsables actitudes del Gobierno de Murat, que lanza acusaciones infundadas a diestra y siniestra y explota el suceso como pretexto para perseguir a los opositores, en vísperas de una campaña electoral que renovará autoridades en la entidad.
Formado bajo el estilo autoritario y pragmático del entonces dirigente nacional de la CNOP Óscar Flores Tapia, José Murat es uno de los exponentes más radicales del viejo régimen priista dentro de la conferencia de gobernadores. Sus pretensiones por conservar el control de la entidad que gobierna más allá de su mandato constitucional, lo llevó a mantener y refinar a nivel local el sistema de Partido de Estado, en el que el titular del Poder Ejecutivo asume y desempeña el papel de jefe político dentro del PRI.
Murat ha llevado la confrontación al interior de su propio partido y de la comunidad oaxaqueña, al extremo de culpar del presunto atentado al ex gobernador y ex secretario de Gobernación Diódoro Carrasco Altamirano, en un irresponsable ejercicio sin fundamento ni pruebas de ninguna especie, que revierte en contra de su autor dados los antecedentes y trayectoria que ofrecen cada uno de esos personajes.
Dado el desprestigio de Murat y la inconsistencia del caso, los mexicanos no hemos tomado en serio el presunto atentado. Sin embargo su gravedad es enorme, tanto en el supuesto de que haya ocurrido en verdad o si constituye un teatro montado por la presunta víctima.
En esta última hipótesis, la simulación se suma a otras voces que entre nosotros invocan la violencia. Tal es el caso de Marcelo Ebrard, que de cara a millones de televidentes sugirió que la divulgación de los videos recientes que evidencian la corrupción en el Gobierno perredista del Distrito Federal, es el preludio de un atentado en contra del Manuel López Obrador al que comparó con Luis Donaldo Colosio.
En similares términos se expresa el presidente nacional del Partido Revolucionario Institucional Roberto Madrazo, que desde el día del presunto atentado a Murat, repite de cara al décimo aniversario del homicidio de Colosio, que estamos en la antesala de una escalada de violencia generalizada similar a la que azotó al país en aquellos tiempos.
Las declaraciones de Madrazo, sumadas a la estrategia que como dirigente ha impuesto al PRI en el sentido de apostar al fracaso de la transición mexicana hacia la democracia plena, lo revela como un peligroso provocador que debe ser frenado por los propios cuadros y militantes de su partido, que aún conserven la cordura y el sentido de Patria.
Resultan dignas de ser evocadas las letras de Octavio Paz, que en la vorágine de la violencia de Estado que sacudió a nuestro país en las postrimerías del sexenio de Carlos Salinas de Gortari, denunció el “Plato de Sangre” que cotidianamente nos servían en esos días, voceros y ejecutores que desde los medios de prensa, el Gobierno o la sociedad, en forma deliberada o inconsciente operaban al servicio del viejo régimen alentando la espiral de violencia.
La violencia, escribió el maestro Paz, inicia en el tono de las palabras de los protagonistas de nuestra vida pública, que posteriormente resuenan en los medios de comunicación, impactan a la colectividad y estallan en hechos de sangre.
Hoy como ayer es imperativo un acuerdo social que impulse la transición por los senderos del bien común de la Nación, por encima de los intereses particulares de facción o partido. El éxito de la tarea requiere voluntad tanto cívica como política y por desgracia, éstas parecen encaminadas a la discordia, muy lejos de la búsqueda de consensos.