Cuando encendí la televisión y vi un fragmento del video del “Niño Verde”, creí que era un anuncio promocional de la tercera temporada de Big Brother. Las imágenes en blanco y negro parecían una toma con infrarrojos de la recámara oscurecida de la Casa más famosa de México. Pero sobre todo el “sí güey”, “no güey” y “está cañón” sugerían que se trataba del típico diálogo ramplón y limitado que caracteriza los intercambios de información entre los hijos de Adela Micha. Y, desde luego, se trataba nada más y nada menos que de un complot. Pero no se buscaba expulsar a alguien de la Casa sino del partido.
Ahí terminan las similitudes. Pronto me di cuenta cuán injusto había sido con los “hermanos” del Big Brother. Comparados con Jorge González la mayor parte de ellos exhiben más calidad humana, más sentido social y mayor IQ que el senador ecologista.
Dejando de lado el espectáculo, el daño político es inmenso. No sólo porque reinstala en la opinión pública, en el hombre de la calle, la noción de que la política es sinónimo de corrupción, sino porque exhibe la miseria moral del presidente de un partido que representaba una alternativa para muchos jóvenes. Al margen de la corrupción implícita que se muestra en el video, llama la atención la mezquindad que se despliega: displicencia incluso para robar (“sólo” eran dos millones de dólares), absoluto desinterés en abordar cualquier tema ambiental o ecologista en el asunto que se trataba y pobreza del diálogo.
El pataleo en que el senador ha incurrido luego del escándalo no mejora su reputación. Escudarse en el hecho de que le pusieron “un cuatro” hace aún más patéticas sus ganas de dejarse corromper.
Por desgracia, difícilmente algo habrá de cambiar al corto plazo en el PVEM. Salvo que se presente nueva información con más fundamento legal, lo más probable es que el “Niño Verde” no habrá de perder su liderazgo, ni dejará de ser senador. Más aún, pese a los cuchicheos en las filas del Verde, las obvias evidencias de corrupción no van a provocar una desbandada o una rebelión de las bases, porque esas bases no estaban ahí precisamente por el respeto que les inspira la moralidad de sus dirigentes.
Salvo honrosas excepciones, la mayor parte de los militantes del partido verde están ahí no por razones de convicción ideológica o política sino por las ventajas que significa subirse a un partido tan conveniente. Basta con ser leal a los González, ser joven y tener buena facha para agenciarse una diputación.
Así es que no va a pasar nada. Incluso esta fracción disidente que armó “el cuatro” con el que “chamaquearon” a Jorge González, parece tan deleznable como su contraparte.
Sin embargo habría que mantener la esperanza de que a mediano plazo esta exhibición del PVEM tenga un costo en las urnas. Porque son los votos la base de poder de esta industria familiar.
Jorge González Torres, el padre del “Niño Verde”, tuvo una idea genial en su vida y ha dedicado el resto de ella a explotar ese momento de lucidez. La genialidad fue bautizar a un partido político con los adjetivos verde y ecologista.
Ese simple hecho le dio una patente de por vida. Como bien sabemos la mayor parte de los jóvenes mexicanos no están politizados. Consideran que los partidos políticos tradicionales son la misma cosa revolcada. Así es que cuando se encuentran ante la urna muchos de ellos que no tienen preferencias han votado por un membrete asociado a la madre naturaleza. Se supone que el verde es vida y que la ecología es una buena causa. No votaban por los candidatos o las plataformas del partido, sino simplemente por una buena causa aparente.
Gracias a este voto despistado el Partido Verde de los González ha logrado porcentajes de votación que oscila en torno a un cinco por ciento; suficiente para lograr varios escaños en las cámaras y recibir un subsidio multimillonario (en siete años 1,300 millones de pesos). El negocio ha sido más que rentable porque, a diferencia de otros partidos, el PVEM no ha requerido una gran infraestructura ni enormes presupuestos para las campañas: su voto automático lo convierte en un partido barato.
Pero sobre todo, ha hecho de la institución un activo que se vende políticamente a uno u otro bando según lo que se le ofrezca. En una elección es aliado del PAN en otra del PRI y en algunas regionales incluso del PRD. Los partidos grandes están urgidos de esos votos que el PVEM les pueda ofrecer y los González lo han aprovechado muy bien para vender caro su apoyo.
La única manera de reducir el peso de ese poder es mediante un desplome electoral. Ojalá que este escándalo cobre una factura política y obligue a una purga interna en el Verde. El único antítodo reside en las urnas; en la posibilidad de que el votante joven se dé cuenta del trasfondo y descubra que lo que realmente está detrás de estas caras de “gente bien”, son una cabeza hueca y un corazón podrido.
(jzepeda52@aol.com)