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El candidato ideal

Gabriel Zaid

No es fácil ver con claridad las oportunidades y problemas más importantes del país. Menos aún, las acciones públicas que pide ese diagnóstico. Ya no se diga la persona ideal para realizarlas. Tampoco sería fácil que fuese postulada por un partido. Ni que ganara las elecciones. O que cumpliera, ya estando en el poder. En la práctica, esta secuencia lógica ni siquiera se intenta. La política no está organizada a partir de qué necesita el país, sino a partir del otro extremo, qué necesito para llegar al poder.

Los partidos tienen dueños. Las personas que aportan su dedicación, su nombre, su dinero, su tropa, se sienten con derecho a intervenir en la designación de candidatos. Los aspirantes a las candidaturas que postulará cada partido trabajan para hacerse notar, se presentan como posibles ganadores, combate disimuladamente a los otros y se disputan los apoyos que necesitan para ser internamente creíbles.

Hasta los que llegan con la torta debajo del brazo: con sus propios apoyos, dinero, organización, tienen dificultades para ganar la postulación. Que de esta lucha interna surja el mejor diagnóstico sobre el país, el mejor programa de Gobierno, el candidato ideal para realizarlo y que gane las elecciones, y que resulte cumplidor, es posible, pero un tanto milagroso.

Los partidos no pueden ignorar su vida interna, su propia continuidad y desarrollo, los liderazgos y dineros que necesitan los incentivos para sus militantes, la confrontación de facciones. Es perfectamente posible que la persona que más le conviene al país en cierto puesto de elección popular no llegue al poder porque ningún partido la postule. En la práctica, llegan los que buscan el poder por el poder, aunque, para lograrlo, tengan que hacer cosas socialmente útiles.

La situación no es diferente en las democracias más avanzadas. Su verdadero avance no consiste en que lleguen al poder gobernantes ideales, capaces de proponer y realizar los mejores programas de gobierno. Consiste en que la sociedad los tiene vigilados. Cuando los gobernantes pueden ocultar los usos reales del poder, todo se vuelve una maravilla: las personas, las instituciones, los programas, las realizaciones. La información muestra de mil maneras los avances logrados y no hay otra información disponible, a menos que la sociedad se tome el trabajo de investigar por su cuenta.

Las democracias avanzadas confían en sus gobernantes, pero no a ciegas. Tampoco los descalifican a ciegas. Tienen instrumentos para observarlos y calificarlos. Generan su propia información. Toman en serio la oficial, pero exigentemente. La revisan y confrontan con otra información oficial y con su propia información. Pueden ser implacables frente a las afirmaciones chafas.

La democracia en México está muy lejos de ese nivel. Las afirmaciones chafas (del poder y contra el poder) se aceptan como normales. Pero ha avanzado en libertad de prensa, procedimientos electorales y división de poderes, lo cual demuestra que el avance es posible. Ahora hay que limpiar los procedimientos preelectorales, porque al disminuir la suciedad del partido oficial contra la oposición aumentó la suciedad en la lucha interna de los partidos.

Los escándalos políticos que abusan de la atención pública en los medios, que abusan de la división de poderes, que sólo sirven para distraer y desanimar de las cuestiones más importantes, se disfrazan de causas nobles (combatir la corrupción, favorecer esto o aquello) y despiertan suspicacias porque parecen encubrir la lucha entre los partidos. Pero encubren, ante todo, el fuego amigo: la guerra interna de los partidos.

Nadie puede llegar a presidente, sin haber ganado la postulación de su propio partido. Si, desde principios del sexenio, Cárdenas hubiera ungido a López Obrador, el CEN del PAN a Creel y las facciones enemigas de Madrazo lo hubiesen respaldado, el país se hubiese ahorrado muchas broncas, aunque los tres partidos ya estuvieran compitiendo por las elecciones de 2006.

El PRI tenía un solo dueño (sexenal), cuya propiedad se transmitía con reglas definidas. Ahora es una copropiedad que ni a condominio llega, porque no hay partes delimitadas para cada facción y todas se disputan el paquete completo. El PAN es una propiedad por acciones, abierta a nuevos socios (aunque las dinastías tienen voto de calidad y por lo mismo, expuesta a un raid de accionistas externos, como el que lograron los Amigos de Fox. El PRD era un condominio pastoreado por el dueño del penthouse. Ahora está tomado por un raid de invasores de terrenos, casas y edificios. Los escenarios son distintos, pero todos se prestan a la guerra sin control por las candidaturas.

Urge reglamentar la guerra interna de los partidos. Para reglamentar la guerra externa, hubo un largo proceso que tomó décadas a la oposición. Y culminó en la creación del instituto, los tribunales y las leyes electorales. Sería muy destructivo esperar tanto tiempo para lograr lo mismo en la vida interna de cada partido. Hay que intervenir desde afuera y simultáneamente en todos los partidos, antes que arruinen al país en una guerra sin cuartel que se disfraza de cualquier otra cosa.

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