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El caso del embajador

Gilberto Serna

Hemos de coincidir, usted y yo, en el principio de que quien se encuentra en un país extranjero representando a México, también representa a la persona misma del Jefe de Estado. Así, la ley suprema establece que es el Presidente quien designa embajadores, ratificando los nombramientos la Cámara de Senadores o, en su caso, la Comisión Permanente.

Esto lo decimos por que se ha presentado un asunto bochornoso en extremo, en que cabe discernir quién es el causante de que Carlos Flores Alcocer represente a México ante la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que tiene su sede en París. El señoritingo no paró mientes para solicitar que el erario público pague el precio de una señora mansión, allá en la capital gala, el de cuatro automóviles Volvo y el dinero para el alquiler de una oficina, en el centro de la ciudad. Si esto le parece excesivo, hay más. En su lista incluyó ¡seis colchones y siete almohadas!, obtenidas en una exclusiva tienda de los Campos Elíseos, en la suma de 18 mil dólares. Además, con un costo nada barato, ha solicitado diverso menaje y enseres domésticos, así como nueve plazas de nueva creación para empleados de confianza con sueldos sumamente onerosos para el erario público. Todo esto, a riesgo de que los mexicanos seamos considerados unos cuentachiles, pero la verdad es que la prodigalidad del embajador es para espantar a cualquiera.

La conducta deplorable de este improvisado diplomático descubre que está acostumbrado a gastar a manos llenas de donde, cabe presumir, que el demás personal que aún trabaja en las oficinas del Presidente actúa con igual munificencia.

El despilfarro se ha convertido en un hábito pernicioso si recordamos el caso de las sábanas y toallas que hace algún tiempo se adquirieron para emplearlas en la residencia de la pareja presidencial. El mal ejemplo cunde. Estas erogaciones cuantiosas contrastan con el anuncio que ha hecho el Presidente de que serán despedidos 50 mil burócratas para reducir la nómina federal. ¿Qué estará pasando cuando se descubre que las palabras no corresponden a los hechos? Por un lado se habla de ahorros y por otro, de pronto, se sabe que se dilapidan los recursos públicos. Esto no es serio. Hay demasiada miseria en grandes sectores de nuestra población para que no cause rabia. Lo más grave es la forma cómo el citado funcionario llegó la oficina que desde hace cinco meses ocupa en París. Se sabe que carece de experiencia en asuntos que competen a la Secretaría de Relaciones Exteriores, dado que hasta ahora se había encargado de laborar al lado de Vicente Fox, que sin mayor mérito, que la de ser su amigocho, lo propuso para que ocupara el cargo de embajador. Nunca, hasta ahora, tuvo nada qué ver con el trabajo que se hace en esa dependencia.

Cualquiera pensaría que con esos antecedentes no pasaría por el filtro legislativo. Este asunto nos remonta a cuando el PRI dominaba la escena política mexicana. El Presidente proponía y el Congreso, con aplastante mayoría tricolor, a todo vapor aprobaba. Ahora se puede decir que para trabajar en el servicio exterior no se requieren servidores públicos de carrera. Los que hay, cuando se da una vacante, son preteridos para cederles el lugar a los favoritos del régimen. Tantos brincos, tanta retórica, ¿para volver a lo mismo? Entonces lo de que habría un cambio ¿es un mito? Como antaño, en el más puro estilo priista, el único merecimiento para ocupar el puesto de embajador es tener la bendición y el visto bueno del Presidente.

La pregunta que es obligada en este vergonzoso asunto es: ¿la opinión pública le importa poco a nuestro Gobierno? ¿Confía que en este país se pueden cometer las atrocidades que se les antojen a las autoridades sin que se escuche otra cosa que el rechinar de dientes? ¿Será cierto lo que se dice que los mexicanos aguantamos un piano, queriendo decir que somos tan apáticos que todo nos da igual? ¿Es ésta la austeridad que pregona el Gobierno?

¿Qué estará pensando el insensible representante diplomático? Por lo pronto envió una carta en la que dice que de su bolsillo pagará los colchones. Nada dice de los otros objetos cuyo costo se antoja disparatado, excesivo y dispendioso. Claro está que un funcionario de esa categoría no debe vivir en una pocilga, ni dormir en un catre con un colchón infestado de chinches, ni traer un carro destartalado, ni vestir de frac con parches en las asentaderas, pero de ahí al derroche que se le atribuye, la frugalidad era lo más aconsejable.

Lo que menos importa, me parece, es que como resultado de una auditoría que le practica la contraloría de la SRE sea o no cesado el manirroto embajador, que a esta hora, si tuviera un tantito así de dignidad, ya hubiera renunciado. Bien, esto no es lo peor, lo más grave es que lo ocurrido destapa una cloaca, que despide un olor nauseabundo, demostrándose que sigue imperando como requisito primordial, para nombrar a un alto funcionario, que sea protegido del gran dador de puestos públicos.

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