Bajo el pretexto de que las tribus han hecho rehén al Partido de la Revolución Democrática, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano ha renunciado a sus cargos en el Comité Ejecutivo Nacional de dicha organización política.
El distanciamiento con un Leonel Godoy conmovido hasta las lágrimas frente al disgusto de su guía, aparece como coyuntura que es aprovechada con creces por el fundador y presunto líder moral del PRD, para marcar distancia con un partido sacudido por los videoescándalos.
Pese a los afanes de Cuauhtémoc, no es fácil considerarlo a salvo de la nube de corrupción que ensombrece al partido del sol azteca. De hecho, la carrera del empresario Carlos Ahumada como contratista del Gobierno del Distrito Federal, inicia en el año de mil novecientos noventa y siete al arribo de Cárdenas, si bien llega a su punto culminante durante el interinato de Rosario Robles.
Tampoco es posible soslayar la presencia de Ahumada como el contratista más relevante en el Gobierno de Michoacán desde la llegada de Lázaro Cárdenas Batel, vástago del tres veces candidato a la Presidencia de la República. Ahora se ve con mayor claridad, que el escándalo de los videos estalla precedido de una ruptura entre Manuel López Obrador y Cuauhtémoc Cárdenas de cara a la sucesión presidencial.
Ahumada decide estallar la bomba en el primer círculo del Gobierno del Distrito Federal, beneficiario de las aportaciones económicas del empresario a las campañas perredistas en los pasados comicios federales, en el momento en que intuye que será sacrificado en el conflicto entre el líder moral del PRD y el precandidato emergente, como parte de una purga interna en la que López Obrador considera que la participación de Ahumada debe terminar por considerarlo herencia de sus antecesores.
En el Congreso perredista de la semana pasada, la propuesta de Cuauhtémoc era tan extraña e inusual como concreta: Pedía la renuncia de todos los puestos de mando dentro de la estructura perredista en todos sus niveles, desde el Comité Ejecutivo Nacional hasta cada uno de los comités estatales y municipales. Sólo sobreviviría Leonel Godoy quien desde la cúpula, procedería a integrar un nuevo Comité Ejecutivo Nacional y el resto de los mandos en cascada; es increíble que en los estatutos del PRD, esté prevista semejante posibilidad.
Con sobrada razón Godoy rechazó la propuesta cardenista, que de haberla aceptado lo habría convertido en un “dictadorzuelo” como acertadamente declaró a los medios de prensa. De hecho, habría que ver en el caso de un eventual intento en el sentido indicado, las reacciones que habría suscitado echar a caminar la autoritaria pretensión.
El argumento de Cárdenas Solórzano para solicitar la renovación de los mandos perredistas, por vía de la decisión unipersonal del líder del partido, apuntaba a dejar manos libres a Leonel Godoy, con la excusa de que sólo así se eliminaría la influencia de las corrientes internas del PRD que el sarcasmo político denomina “tribus”, en virtud de su conformación y comportamiento, en aras de intereses de facción que no responden a un modelo institucional definido.
La existencia de corrientes de acción o de opinión en cualquier partido político es un fenómeno normal. Si partimos de que por definición los partidos son organizaciones de ciudadanos que luchan para la obtención del poder por medios electorales, se entiende que es sano y natural que en el seno de los partidos existan corrientes de diversos matices, a la luz de la pluralidad que es propia de una sociedad abierta.
Corresponde a los propios ciudadanos y partidos el darse las normas institucionales para encauzar y resolver de manera legal y estatutaria por vía democrática, las diferencias que existan en competencia interna, que determine el liderazgo estructural y la selección de candidatos.
Como resultado de ese discernimiento democrático, corresponde a las corrientes internas someterse a los intereses comunes y superiores del partido, así como los intereses de los partidos políticos deben someterse a los de la comunidad nacional en su conjunto.
Las corrientes se convierten en nocivas facciones, cuando se limitan a la satisfacción de sus intereses particulares y por consecuencia, postergan los principios y los fines últimos de la organización partidista a la que pertenecen, lo que resulta preocupante porque malogran la actividad política y ponen en riesgo la unidad del partido en su conjunto.
La pretensión cardenista que en el caso resulta centralista y autoritaria, da la impresión de pretender el fortalecimiento de la persona de Cuauhtémoc, en aras de un liderazgo unipersonal de tintes caudillistas que en el caso se enfrenta a las llamadas corrientes internas. Es triste el panorama que el futuro depara a un PRD, que en medio de la tormenta desatada en torno a los casos de corrupción y su debilidad institucional se debate en la lucha entre el Caudillo y las Tribus.