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El complot de Andrés Manuel

Jorge Zepeda Patterson

No sé quién esté asesorando a Andrés Manuel López Obrador en materia de relaciones públicas y estrategia política, pero sin duda lo está haciendo mal. Durante tres años el Jefe de Gobierno había venido quitándose la imagen de político rijoso que arrastraba del pasado y comenzaba a presentarse como un funcionario responsable, con capacidad de hacer proyectos de Gobierno de largo alcance. Pero en el último mes ha desandado buena parte de ese camino y por la vía de la confrontación ha regresado la imagen del político lioso y atravesado.

Quizá el equipo de Andrés Manuel considera que una imagen de “fajador” es lo que más conviene para llegar a la Presidencia. Tal fue el caso de Vicente Fox, que sin un programa de Gobierno ni una plataforma de propuestas armadas llegó a Los Pinos (y se ha notado). Fox hizo una campaña con un discurso casi exclusivamente crítico aprovechando el hartazgo que los vicios del PRI inspiraban en el electorado. Su perfil de ejecutivo ex cocacolero y de ranchero de habla claridosa le permitió presentarse como una alternativa fresca. Su propuesta de sacar del poder a las “alimañas, víboras, etc.” tuvo una fuerza enorme por el momento histórico que vivía la sociedad mexicana luego de 70 años de priismo.

Pero después de seis años de Fox, me parece que las exigencias del electorado serán distintas. La población está harta de los políticos y sus escándalos. Ninguno de los precandidatos visibles puede pretender presentarse como una propuesta externa a la clase política (Creel, Madrazo, Felipe Calderón, Cárdenas y el propio López Obrador son parte de la maquinaria actual del poder). De tal forma que la típica estrategia golpeadora del candidato “outsider” que tanto le funcionó a Fox no será fácil de venderse para las elecciones de 2006.

Por otra parte, luego de un sexenio caracterizado por la parálisis, por la falta de una visión de país y por la ausencia de proyectos reales de cambio, el electorado seguramente exigirá candidaturas con mayor contenido programático. Si no hay más opciones que políticos profesionales, por lo menos habrá que elegir aquel que ofrezca propuestas razonables ante los grandes males del país.

Justamente ese era el perfil que venía fabricándose Andrés Manuel López Obrador al frente del Gobierno de la capital. Se puede criticar el carácter populista de algunos sus programas, pero al menos es indudable que el Gobierno del Distrito Federal ha intentado hacer cosas distintas y la mayoría de ellas con resultados concretos para la población. Frente a la parálisis del Gobierno Federal, el programa de apoyos a los ancianos, la remodelación del centro capitalino y la construcción del Distribuidor aparecen como acciones públicas verdaderamente importantes. Los niveles de popularidad que alcanzó López Obrador no los obtuvo con declaraciones, sino por la percepción del empeño y el compromiso de trabajo que reflejaban las obras de su Gobierno.

Por lo mismo, me parece equivocada la estrategia que ha seguido a raíz de los casos de corrupción de Bejarano y Ponce. Tendría que haber dado una explicación, ofrecido disculpas en nombre de su Gobierno y exigido la aplicación de la Ley para los delincuentes. Una vez realizadas estas declaraciones tendría que haber hecho mutis y concentrarse en su trabajo. En lugar de ello ha repartido golpes a diestra y siniestra y en su teoría del complot ya está incluida una buena parte de los actores políticos del país.

No entiendo la obstinación de mantenerse arriba del ring a intercambiar golpes con todo el que quiera subirse. En las últimas semanas ha reñido con Diego Fernández de Cevallos, con el Cisen, con Gobernación, con la PGR, con Hacienda, con el Gobierno de Estados Unidos. Ahora incluso se ha vuelto a meter con el Presidente. Hay que recordar que durante los primeros dos años de su Gobierno acostumbraba a intercambiar adjetivos con Vicente Fox, pero sus estrategas percibieron que la opinión pública no veía con buenos ojos esos pleitos. La figura presidencial está asociada a las necesidades de gobernabilidad y tiene aún un carácter mágico para muchos mexicanos; darse de golpes con alguien como Fox que tiene un índice de popularidad apreciable, tampoco era la mejor manera de conseguir adeptos. Por ello es que Andrés Manuel abandonó la costumbre de desafiar a Los Pinos. Pero esta semana volvió a reincidir.

Tengo la sensación que López Obrador se ha perjudicado más a sí mismo que el daño que puede causarle el complot, incluso si fuese cierto. Según esa teoría los complotistas habrían maniobrado para hacer el mayor escándalo posible en los casos de Ponce y a Bejarano. Lo que no puede entender López Obrador es que para la opinión pública es mucho mayor pecado la corrupción de estos dos funcionarios que las malas artes de los enemigos de “El Peje” para sacarle provecho político a los escándalos. Mientras el Jefe de Gobierno siga hablando de complot, los medios de comunicación seguirán hablando de Ponce y de Bejarano, es decir de la corrupción de funcionarios vinculados a su Gobierno. El mayor cómplice de los complotistas es el propio Andrés Manuel porque él ha sido la mejor caja de resonancia para mantener vivo el escándalo.

(jzepeda52@aol.com)

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