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El deseo y la realidad/Sobreaviso

René Delgado

“Tengo las botas bien puestas en la tierra. A la realidad la veo de frente y nunca le doy la espalda. Gobernaré alejado del culto a la personalidad y de toda concepción patrimonialista del poder. No buscaré más privilegio que el de servir”.

Entre las muchas expresiones pronunciadas por Vicente Fox el día de la asunción del poder presidencial, estuvieron las arriba citadas. Y éstas resumen mucho de lo que pretendía ser su filosofía de Gobierno, expresiones que ahora caen como hojas secas. El Mandatario ya no usa botas, ahora calza unas de tipo ortopédico pero que no son las que gustaba presumir. La realidad ya no la ve y sí, en cambio, le da la espalda. Gobierna al ritmo que le marcan las encuestas sobre su popularidad que es una forma del culto a la personalidad. Y ciertamente, no practica el patrimonialismo del poder porque, a fin de cuentas, a casi cuatros años de Gobierno, no se ha consolidado en el poder. El Presidente ya no sirve, como decía querer servir. Así, llega a su Cuarto Informe de Gobierno que -conforme al calendario y el ritmo sexenal- sería el de los resultados, el de la obra realizada. Llega sin ninguna de las reformas que desde el primero, el segundo y el tercer informes se propuso concretar. Y llega en medio de la atmósfera que, justo en su última comparecencia, pretendía ventilar. Llega restando más de lo que suma. Hoy, peor que hace un año, “el ambiente político está congestionado. Existe desconfianza y recelo social hacia la política”.

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Revisar uno a uno los mensajes políticos del Informe de Gobierno, es releer un catálogo de exhortos y convocatorias para lograr acuerdos que en ningún caso y a pesar de la reiterada promesa, se acompañó de la consecuencia en la práctica política. Y quizá por eso, hoy la atmósfera en medio de la cual el Mandatario rendirá su Cuarto Informe se advierte más tensa, más congestionada, más ríspida, menos esperanzadora. Pese al discurso presidencial, mucho se ha hecho desde el Poder Ejecutivo para alimentar la confrontación y la polarización político-social, para distraer la atención de las “reformas estratégicas” y para vulnerar toda posibilidad de acuerdo. De la convocatoria a las fuerzas políticas para “convertir un Acuerdo Nacional para la Reforma del Estado en palanca estratégica de este proceso de modernización” que Vicente Fox formuló en el Primer Informe de Gobierno, no queda ni el recuerdo. Tampoco se sostiene en la memoria la promesa presidencial hecha en el Segundo Informe señalando que el proceso electoral de 2003 recibiría “una atención imparcial y transparente” y menos aún la idea de que era “tiempo de fortalecer la política (...) de darle naturalidad e intensidad al diálogo y al acuerdo”. En ese Segundo Informe, Vicente Fox decía: “No debemos permitir que la confrontación encuentre espacios para multiplicarse. La sociedad no quiere ver que la defensa de nuestras propuestas se traduzca en enfrentamientos; no quiere que la lucha por los legítimos intereses sociales derive en conflictos”. Ese era el discurso pero la práctica política gubernamental era todo lo contrario. La intervención presidencial en el proceso electoral de medio término, acompañado de su escudero Santiago Creel, tuvo que ser reconvenida hasta por las autoridades electorales. Una cosa se prometía, otra se ponía en práctica. Al fondo del archivo de la memoria quedó aquella idea de reivindicar la política y allá fue a parar la autocrítica presidencial del último informe donde reconocía la falta de experiencia del Gobierno en su conjunto. “Reitero a mis colaboradores -dijo el Mandatario- que estamos obligados a redoblar esfuerzos y a no perder de vista que el trabajo es condición indispensable para el buen Gobierno”. Eso dijo pero los colaboradores mantuvieron la contradicción, la falta de coordinación, el desentendimiento o la anteposición de sus intereses personales, el sello del Gobierno. Y aun cuando en ese informe de 2003 el Mandatario reconoció que “estos han sido años de reformas postergadas: la del Estado, la Hacendaria, la Energética, la de Telecomunicaciones y la Laboral”, el trabajo político no se enderezó a remontar esa situación. No, nada de eso. El lapso transcurrido entre septiembre del año pasado y el que arranca en cuestión de días estuvo destinado a hilar escándalos con tropiezos, con protagonismos incontenibles, con acciones destinadas a avivar la confrontación con los adversarios. Así, de a tiro por mes, algún escándalo, contradicción o problema borró cualquier intención de trabajar a favor de los acuerdos y de la concreción de las reformas que se han vuelto una quimera. El embajador “Dormimundo” tuvo oportunidad de mostrar su afición por el lujo; la esposa del Mandatario encontró, en el protagonismo, la gloria de concentrar la atención de cámaras y micrófonos; el secretario de Hacienda puso en evidencia su desinterés por la Convención Hacendaria; la corrupción de colaboradores y compañeros de Andrés Manuel López Obrador abrió la puerta para emprender una sólida campaña para eliminarlo como competidor; la virtual ruptura de relaciones con Cuba incorporó un capítulo ridículo en la historia de nuestra diplomacia; la ambición de más de un secretario para presentarse como precandidato, para distraer la atención de las tareas de Gobierno; la falta de liderazgo del partido en el Gobierno desbocó la sucesión presidencial y así, se llega al Cuarto Informe de Gobierno.

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A cuatro años del sexenio, el Gobierno sigue siendo un conjunto de individualidades incapaz de integrar un equipo de trabajo. Un conjunto de islas que no integran un archipiélago. Del gabinete Los Pinos no queda ni su sombra. Desaparecieron Carlos Rojas, Rafael Rangel Sostmann, José Sarukhán, Juan Hernández, Rodolfo Elizondo (aunque sigue en el Gobierno), Adolfo Aguilar Zinser, Carlos Flores, Alfonso Durazo. Todo sin mencionar que Vicente Fox va en el quinto portavoz de su mandato: por esa oficina han desfilado Marta Sahagún, Francisco Ortiz, Rodolfo Elizondo, Alfonso Durazo y ahora el turno es de Rubén Aguilar. En el quehacer de la comunicación presidencial, cada vez es más evidente que el problema no es el portavoz. En el caso del gabinete, hasta la fecha el Mandatario no ha podido despedir a ninguno de sus colaboradores. Todos le renuncian, o bien, el partido en el Gobierno le pide al Mandatario dar entradas o salidas. Los colaboradores o el partido le fijan al jefe del Ejecutivo cuándo y cómo quieren irse, no a la inversa.

Salieron del gabinete Jorge Castañeda, Francisco Barrio, Ernesto Martens, Víctor Lichtinger, Leticia Navarro, María Teresa Herrera (aunque sigue en el Gobierno), Felipe Calderón y Alejandro Gertz. A cuatro años, el Gobierno no acaba de consolidarse. Lo más curioso de ese tráfico de funcionarios de primer nivel es que algunos de los que se fueron era importante que permanecieran y algunos de los que se quedaron era y es importante que dejen el puesto. Otro dato curioso del equipo de individualidades es que el error o el fracaso en la actuación no supone castigo. Puede fracasar la construcción del aeropuerto internacional, pero nadie resulta responsable. Puede fracasar hasta cuatro veces la Reforma Fiscal, pero nadie resulta responsable. Puede fracasar una Cumbre, otra Cumbre y otra Cumbre, además de alguna gira presidencial, pero nadie resulta responsable. Puede tomarse por asalto el rancho presidencial, pueden atestiguarse bloqueos de carreteras, arrancarse las rejas de Gobernación, pero nadie resulta responsable. En esa medida, toda acción de Gobierno termina siendo una intención. Por más que se diga que hay un esfuerzo redoblado, todo queda en una intención. Puede equivocarse el Mandatario en el nombre de sus interlocutores. Otro dato curioso que arroja esa forma de organizar el Gobierno es que la cantilena de que el fracaso en la concreción de las reformas es producto de la tozudez del Congreso de la Unión comienza a ser un recurso agotado. Al rendir su Cuarto Informe de Gobierno, se cumplirá el primer año de la actual legislatura. Esto es, el Congreso que durante la primera mitad del Gobierno tuvo el jefe del Ejecutivo ya no es el mismo y entonces, resulta curioso que ni con otra legislatura el Gobierno acabe de encontrar la fórmula de entendimiento con el Poder Legislativo que, por lo demás, le sacó las castañas del fuego en lo tocante a las pensiones del IMSS. Ahí, el discurso presidencial pierde fuerza.

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En esas condiciones, Vicente Fox llega a su Cuarto Informe de Gobierno pero con un agregado. La política está derramando los canales institucionales de participación. La política está en la calle y muy poco se ha hecho frente a ese derramamiento. De la marcha ciudadana contra la delincuencia se hizo una ceremonia oficial para presentar como logros diez tareas que la Ley manda. De las protestas de los sindicatos se ha hecho oído sordo. De las cada vez más frecuentes confrontaciones sociales a golpes, tiros y machetes, se hace el señalamiento de que son simples hechos aislados. Del linchamiento de delincuentes a golpes y pedradas se ha hecho una costumbre. Del desafuero del jefe del Gobierno capitalino se ha hecho el eje de la polarización política. En otras palabras, si antes el protocolo del Informe de Gobierno no daba más en el interior de San Lázaro, ahora no da más dentro y fuera del Palacio Legislativo. La atención se concentra ahora, no en lo que pueda decir o dejar de decir el Mandatario por cuanto la palabra ha perdido fuerza, la atención se concentra en lo que pueda ocurrir dentro y fuera de San Lázaro porque, rotos los puentes, pervertida la política, cualquier chispa puede provocar un incendio. Si Vicente Fox revisara su discurso de toma de posesión y los informes que ha rendido, tendría que tomar nota que la fuerza de su palabra ya no es la de antes, que su margen de actuación es cada vez más reducido y que, quizá por eso, el informe del miércoles además de estar muy bien pensado tendría que estar respaldado por verdaderas acciones inmediatas de Gobierno así como por actividad política consecuente. No sólo con convocatorias, promesas, quejas, ocurrencias y lamentos, la realidad se ajusta al deseo.

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