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El despertar ciudadano

Gilberto Serna

Un ruido ensordecedor se abatió sobre las casas del vecindario. Las familias desayunaban. No era de este mundo el estrépito que venía del exterior; lograba que los platos en las mesas trepidaran semejando un sismo de 7.5 grados en la escala de Mercalli. Daba la impresión de que un terremoto acabaría con todos los que tenemos nuestros domicilios en esa calle. Al asomarme por uno de los visillos de la ventana ¡oh! sorpresa, un enorme animal mecánico, de color amarillo, con un enorme disco en su parte trasera, horadaba la arteria citadina. A sus flancos unos cuantos extraños seres, de gorras y chalecos naranjas, permanecían a la expectativa.

No me cupo la menor duda, los alienígenas invadían la Tierra. El terror me paralizó, me pregunté ¿qué buscarán en la costra terrestre? Al alejarse un poco, hice acopio de valor para asomarme a la hendidura que había en el suelo a cuyos lados, como túmulos mortuorios, permanecían montones de tierra. Apenas daba un paso fuera de mi vivienda cuando la calle perdió sus perfiles habituales, desdibujándose como si se cerniera sobre ella una amenaza que la obligaba a esconderse bajo un manto de polución que han pasado varios días y, creo, aún continúa ahí afuera.

No teníamos aviso previo de que naves de otros mundos hubieran aterrizado, además los rechinidos, crujidos y estremecimientos, así como los traqueteos incesantes anunciaban que sus intenciones no eran buenas. Lo terrible del caso es que, al bloquear aquel armatoste el frente de las edificaciones, el salir caminando se volvía un suicidio. Las caras de nuestros ocasionales visitantes se ocultaban bajo las viseras de pringadas cachuchas. Lo que se alcanzaba a ver de sus rostros no era un buen augurio. Las quijadas trabadas les daban un aspecto siniestro. Eran feos, muy feos, como debió ser el gesto de Judas Iscariote cuando recibió las treinta monedas para entregar a Jesús a los soldados romanos. Si acaso ésos entes respiraban, si es que tenían pulmones, parecían inmunes a las nubes del espeso polvo que levantaba el enorme dinosaurio, reptil gigantesco, al hollar con su dentada cola la abertura sobre la superficie asfaltada.

En ese momento, era para mí, un misterio lo que pretendían. Abrieron en el piso una zanja de escasos 25 metros de largo y se desaparecieron como si se hubieran desvanecido en el aire. Embravecidas mujeres, benditas sean, arriesgándose a ser pulverizadas por un haz de luz monocromático de pistola láser, les exigieron que presentaran su permiso, llamaron a los medios de comunicación, avisaron a las autoridades, recolectaron firmas, todo fue en vano. Aquellas entidades destruyeron nuestro entorno y nadie pudo impedírselos.

¿Qué pasa en nuestras ciudades donde empresas privadas, pues luego supe que lo de los gnomos extraterrestres eran fruto de mi imaginación desbordada, se apoderan de las calles como si fueran de su propiedad?

A ninguno de los habitantes se les pidió su consentimiento para excavar una abra en medio del arroyo. ¿Que los ciudadanos no cuentan más que para pagar el monto de los gravámenes municipales que comprenden, entre otros, la conservación precisamente del pavimento e ir a las urnas para legalizar que se suban en el carro de la burocracia auténticos pazguatos que le voltean la espalda a su comunidad?

En todo lo demás deben callar y obedecer ante cualquier atropello venga de donde venga. No faltaba más. Después se supo que varios moradores del rumbo habían pedido servicio a una compañía que vende un producto entubado. Ignoraron a la mayoría que, en ese momento, se opuso se siguiera adelante con los trabajos por lo que, quienes traían el monstruoso escarabajo, detuvieron su labor, tapando de mala manera su excavación, dejando tierra suelta que los coches al pasar ahora la diseminan al interior de las viviendas. Esto durará cof, cof, algún tiempo. No le hace, triunfó la sociedad civil ante la apatía de autoridades locales y eso es lo que cuenta. Una experiencia que produjo algo positivo fue la de ver que se unían fuerzas civiles para impedir se siguiera adelante con un despropósito.

Un episodio de la vida cotidiana que he querido relatar porque son asuntos que se ventilan entre gente común de cuyas protestas pocas veces nos enteramos. Los grandes consorcios casi siempre se salen con la suya. ¿Ha llegado la hora de un despertar ciudadano?

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