Es válido que altos funcionarios de la federación se reúnan a la luz del día a tratar asuntos de gran trascendencia, que tengan que ver con sus respectivas áreas de competencia, siempre buscando el beneficio de la nación. Lo digo porque en una reveladora versión, dada a conocer en los periódicos, se dice, hubo un encuentro el seis de abril de este año al que asistieron Vicente Fox Quesada, presidente de la República, Rafael Macedo de la Concha, procurador general de la República, Santiago Creel Miranda, secretario de Gobernación y María Teresa Herrera, asesora jurídica de la Presidencia ante los que compareció el presidente de la Suprema Corte, Mariano Azuela Huitrón.
El asunto trascendió a la opinión pública casi seis meses después, dándole el sesgo de que se trataba de una filtración a los medios de comunicación, en este caso, al periodista Carlos Marín, que la dio a conocer en su columna.
Lo que hace recelar de su veracidad es que se dan a conocer diálogos que hacen concebir una tramoya torpemente armada. Queda bastante claro que debido a la defensa que de su caso hace Andrés Manuel López Obrador, en que atribuye el desafuero a que es parte de un complot, planeado desde las altas esferas de la administración federal, aunado a la demostración de fuerza que dieron quienes salieron a las calles en apoyo al tabasqueño, que de alguna forma había que crear una barrera protectora alrededor del presidente Fox dando a conocer una plática con el pretendido afán de exonerarlo de su participación en una conjura dirigida a privar al Jefe de Gobierno de sus derechos políticos.
Eso, que no puedo menos que encontrarle parecido a un efugio, queda al descubierto cuando se da a conocer, en la exclusiva informativa, un diálogo que está más que orientado a que el Ejecutivo federal apareciera como un protagonista ajeno a todo lo que fuese una conspiración. Pero, donde se descubre de qué está hecho el pastel es cuando se da a conocer que Fox le cuestionó a Azuela si sabiendo el tamaño del problema político, podían buscarse otras fórmulas, añadiendo, legales por supuesto. A lo que el ministro Azuela le replicó, de seguro sacándole la lengua, que el Poder Judicial Federal es autónomo.
Lo que me pregunto es ¿por qué el hombre de birrete y toga se prestó a este grotesco sainete? en el dado caso de que lo haya sido. ¿Dónde dejó la majestuosidad que corresponde a su investidura? ¿Por qué, según relatos periodísticos, los demás ministros de la Corte ignoraban que el ministro Presidente hubiese asistido al palique?
Esto último, lo de la autonomía, es un retobo (ponerse displicente y en actitud de reserva excesiva) que estaba fuera de lugar y vuelve increíble que el diálogo se haya dado en ese tenor. Lo que deja traslucir que la pretensión es sacar del embrollo al Presidente de la República dando a conocer la conversación, como si fuera el fruto de una indiscreción. O séase, contaban con la candidez de los demás que pensarían que no siendo una declaración oficial, ergo, el hecho debería ser cierto. Esto es, en otras palabras, había que buscar una fórmula para hacérselo tragar a la comunidad sin que hiciera gestos de asco. Qué mejor que elaborar un libreto en que emergiera la inocencia del Presidente por provenir la exégesis clandestina de una supuesta confidencia que, por lo común, suele derivar de un hecho genuino y verídico. En la narración que del chivatazo hace Carlos Marín se agrega: “tres que chismean esta historia juran y perjuran que lo que menos hubiera deseado Fox era ‘tumbar’ a López Obrador”.
Más claro, para la tesis que aquí se sustenta, no canta un gallo. En fin, lo que puede decirse de esta truculenta historia es que con la orquestación del desafuero han creado un monstruo que, desde hace un buen rato, se les está saliendo de control. Sí, tiene usted razón, querido lector, como aquel doctor Víctor Frankestein quien dio vida a un engendro que termina volviéndose contra su creador.