Hacía 14 años que no estaba en Nueva York. Me ha asombrado constatar un cambio del que muchos hablaban y no acababa yo de creer; un cambio consistente en respirar un clima de mayor seguridad, a pesar de que los efectos traumáticos del 11-S, sigan creando situaciones conflictivas en lo que al ámbito de la libertad de tránsito y las medidas de seguridad en lugares públicos, principalmente aeropuertos, se refiere.
La última vez que estuve en la “gran manzana” caminaba uno por las calles, se desenvolvía uno en el metro o en el transporte urbano con un dejo de intranquilidad constante de que algún rufián le pudiera dar un susto, sufrir un asalto, ser lesionado o cuando menos agredido verbal o físicamente por tantos malandrines que deambulaban por las calles de la ciudad más impresionante del mundo.
Hoy sin haberse convertido en un paraíso terrenal y contando esa ciudad con toda la serie de problemas que pueda tener una megalópolis como ésa, ya no existe esa crisis en torno al problema de la seguridad personal que existía otrora gracias a que la estrategia policiaca de la “tolerancia cero” desarrollada durante la época en que Rudolf Giuliani fue alcalde de la ciudad ha tenido los resultados que la teoría prometía.
La teoría de la tolerancia cero consistió en darle la debida importancia a toda clase de ilícitos cometidos por un delincuente sin menospreciar algunos considerados en ciertas latitudes como faltas administrativas menores, pero que a base de no ser perseguidas y castigadas van creando una sensación de impunidad en el delincuente que así ve cómo otras muchas personas, ante la evidencia de que al cometer un delito no tendrán ningún castigo se animan a delinquir, cosa que ante ese mal ejemplo de otros, pero sancionado por la autoridad competente hubiera provocado en muchísimos de los que por esa impunidad se convierten en delincuentes, simplemente el que nunca hubieran siquiera pensado en realizar actividades ilícitas.
Giuliani ponía el ejemplo del vidrio de una casa o de un local comercial que es destrozado por una pandilla en principio por simple motivo de vandalismo. Si la misma pandilla pasa al día siguiente por el lugar donde hicieron su tropelía y constatan que el desperfecto no fue arreglado deducen inmediatamente que existe descuido de parte de los dueños, por lo que se animarán a perpetrar un asalto ante la falta de reacción de los afectados o de los encargados por velar por la seguridad de ese local.
Es lamentable que la teoría de Guiliani sólo sirviera para pagarle magníficos honorarios por parte del Gobierno del Distrito Federal, pero no fuera seguido su consejo por miedo a perder esa popularidad de la que se enorgullece su jefe de Gobierno.
De haber llevado a la práctica la asesoría pagada a Giuliani, eventos nefandos como los acontecidos en la delegación de Tláhuac la semana pasada, no tendrían porqué darse.