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El fin de una era

Paricio de la Fuente González-Karg

Primera de dos partes

“Mostraban las paredes de la ayudantía del Estado Mayor en Los Pinos, a unos metros del despacho presidencial, fotografías y más fotografías de López Portillo. López Portillo en un caballo blanco; López Portillo en un caballo

negro; López Portillo con una raqueta en la mano; López Portillo al momento de disparar una metralleta; López Portillo en una pista de carreras; López Portillo en el timón de una

lancha; López Portillo con un arpón; López Portillo en la cubierta de un yate;

López Portillo en plena caminata; López Portillo al trote con un tarahumara; López Portillo en una montaña; López Portillo en la cumbre”.

—Julio Scherer,

Los presidentes.

El martes 17 de febrero, siendo las nueve de la noche con quince minutos, tiempo del centro, un profundamente triste José Ramón López Portillo Romano, el otrora “orgullo de mi nepotismo”, anunció el deceso del ex presidente de México, José López Portillo y Pacheco, quien fuera responsable de los destinos de la patria durante el período 1976-1982. Viejo, aquejado por una serie de enfermedades y padecimientos crónicos que habían mermado su salud desde hacía tiempo, el llamado “último presidente revolucionario” se fue y con él lo hace toda una época.

Al día siguiente, distintas personalidades hicieron su arribo al velatorio de la Secretaría de la Defensa para dar su adiós al otrora todopoderoso Don Pepe. Cabe destacar la presencia de tres de los cuatro ex mandatarios con vida: Luis Echeverría Álvarez, Miguel de la Madrid Hurtado y Carlos Salinas de Gortari. Al momento de redactar estas líneas todavía no se sabe cómo y de qué índole serán las exequias fúnebres, sin embargo estimo deben estar acorde a la alta investidura del finado.

Perteneciente a una familia de clase media, Don José creció rodeado de libros propios de un ambiente intelectual que ante todo privilegiaba el pensamiento individual y la capacidad crítica. Desde muy joven encuentra cobijo en el fascinante mundo de la literatura y arropado bajo el mismo, inventa mundos y laberintos paralelos que, en cierta medida, confieren emoción y misticismo a la en ocasiones gris realidad de un extracto urbano que buscaba encontrar identidad propia y romper –a nivel ideológico- con una generación revolucionaria que nace y es respuesta directa a décadas de dictadura marcadas por profundas desigualdades sociales.

López Portillo, como muchos que después ocuparían destacados puestos en la administración pública, se matricula en la UNAM –denominada Máxima Casa de Estudios- con el objetivo de obtener el grado de licenciado en Derecho. Interesado en la escritura hasta los últimos momentos de su vida, el Presidente criollo permite el nacimiento de su alter ego, DON Q, o conciencia individualista que nos muestra un estilo literario barroco, autocrítico y apegado a la teoría de la confrontación, con tintes tremendamente hegelianos. Su obra abarca todo tipo de temas: reflexiones sobre la teoría general del Estado –impartiría la materia-, los orígenes del cosmos y el papel del hombre frente al mismo, la muerte, además del indispensable “Mis tiempos”, biografía y testimonio político.

Buen estudiante, López Portillo también dedica tiempo a los viajes. Mordido por la serpiente de la curiosidad, es en compañía de su amigo de juventud, Luis Echeverría, que emprende diversos recorridos por el cono sur y luego camina gran parte del territorio nacional. Creo que quizá por ello, e influenciado por la “Suave Patria” magistralmente entendida por López Velarde, es que aún a temprana edad pudo comprender a fondo que al país se le conoce al internarse en la esencia pura, la médula que confiere identidad y destino. Tiempo después ambos hombres señalarían que su intención de ser presidentes de México había nacido en alguno de aquellos viajes.

Aunque nunca busqué la oportunidad de conversar con él –craso error del que tardíamente me arrepiento, la personalidad y el estilo de López Portillo siempre llamaron la atención de este columnista. Dado que nací en la década de los setenta, la administración de “la abundancia” viene a tener repercusión directa en mis contemporáneos, denominados con acierto como hijos de la crisis. Ya desde los tiempos de Luis Echeverría, que la sociedad mexicana viviría un permanente estado de caos provocado en parte por un monarca sexenal que, según sus muy particulares intereses y estado de ánimo, con el simple movimiento de un dedo podía afectar la vida de millones para bien, o para mal.

Casado con la segunda novia que tuvo –Carmen Romano Nolk- JLP vivió un matrimonio estable hasta que, según dijo, se apoderó de él “el demonio del medio día”. Como en México no estaba bien visto un divorcio y un marido sin esposa podía ver terminadas sus aspiraciones de ascender el escalafón burocrático, los López Portillo formaron una alianza o “hacerse de la vista gorda” y únicamente volvieron a figurar como pareja cuando llegaron a Los Pinos. Hoy en día las andanzas extramaritales de Don Pepe son una afrenta directa al movimiento feminista contemporáneo, aquel que sistemáticamente viene luchando en pos de la desaparición de una estructura familiar donde al marido se le perdonan –y por qué no decirlo, aplauden- todas sus travesuras y de la mujer se espera una silente sumisión muy al estilo que pretendió proyectar el cine nacional en la figura de Sara García.

Don José entra tardíamente en los laberintos políticos. Director Jurídico de la Presidencia, Subsecretario de Estado, Director de la Comisión Federal de Electricidad, es hacia 1973 cuando su amigo de toda la vida, Luis Echeverría Álvarez, lo nombra Secretario de Hacienda y sus posibilidades para alcanzar la primera magistratura se tornan reales. Sin temor a equivocarme puedo aseverar que el no haber formado equipo, carecer de lastres y compromisos, aunado a una hermandad con el entonces presidente –quien seguramente pensó Don Pepe le cuidaría las espaldas y se encargaría de perpetuar su legado- fueron factores determinantes para convertirse en el candidato o tapado por excelencia.

Pero centrémonos directamente en aquel momento histórico. El México de los setenta está marcado por los movimientos sociales y el principio de una política de Estado con tintes populistas, de demagogia pura y una cierta irreverencia hacia los postulados clásicos de la hegemonía yanqui. Atrás queda el “desarrollo estabilizador” para dar paso a lo que tiempo después la escritora Manú Dornbierer definiría como “Docena Trágica” o el binomio sexenal. Echeverría magnifica el poder maquiavélico, la política pura que está huérfana de elementos esenciales para llevar a una nación del tercer mundo, aquejada por un gran número de conflictos latentes y otros tantos en potencia, a buen puerto: visión de estadista, mesura, dotes de administrador, capacidad para lograr consensos, entre otros.

1976 y la estructura partidista funcionando, la máquina engrasada, inexistencia de una oposición real que pueda convertirse en conciencia colectiva de la disidencia. Para las elecciones el PAN no presenta candidato, el Partido Comunista es un quimérico intento por abrazar las gastadas teorías marxistas que la historia probó infuncionales y todo lo anterior le deja el camino libre a López Portillo. Continuará...

Agradecido con su antecesor (siempre cuidadoso de no atacarlo) emprende una kilométrica campaña cuyo lema toral, “La solución somos todos”, acabó siendo motivo de burla y mofa generalizada seis años después al cantar la población un “La corrupción somos todos”.

La vanidad y el culto personal en extremo fueron dos atenuantes para López Portillo. Su grave error fue haber permitido cualquier número de abusos por parte del clan familiar, muy en particular de los componentes femeninos del mismo. Hoy se critica sin piedad a la cursi esposa de Vicente Fox, sin embargo y en un acto de elemental justicia, debemos recordar a Carmen Romano como una frenética y compulsiva compradora que cargaba pianos de cola por todo el mundo, gastaba cantidades demenciales en caprichos de toda índole y veinte años después sigue siendo motivo de vergüenza.

O Margarita, “es mi piel, no me la toquen”, O Rosa Luz, la amante, elevada al rango de secretaria de Turismo. O Alicia, la secretaria privada. O José Ramón, prolongación mesiánica del nepotismo. O Arturo “El Negro” Durazo. Y así tantos ejemplos de cómo la silla del águila, por más afrodisiaca, también mata el juicio y la razón, que vivir en Los Pinos puede alterar los nervios, hacer se pierda el sentido de la realidad.

López Portillo genera confianza al tomar posesión. Su discurso, pieza fundamental si pretendemos comprender a un México que ya no existe, fue ante todo una plegaria para que todos los actores se unieran en una misma voz. Todavía hoy al leerlo o escucharlo se me acalambra la piel. Nadie se había dirigido de forma tan llana, profunda, desgarradora y poética a una nación tantas veces golpeada, pero siempre con ganas de volver a empezar.

“A los que como la flauta mágica se dejan arrastrar de rumores y chismes, les pido que mediten tranquilamente en el turbio interés que se oculta, pues detrás de lo anónimo e informe está la cobardía, la maldad y el daño sin fronteras”.

“A la juventud le pido el mérito de la esperanza que significa y que me comprometo a transformar en confianza; le pido la audacia de su voluntad y que mantenga y engrandezca la libertad para poder inventar su futuro”.

“A los desposeídos y marginados si algo pudiera pedirles, sería perdón por no haber acertado todavía a sacarlos de su postración”…

Y con otras frases como las anteriores López Portillo inicia su Gobierno bajo un clima de confianza. Los mexicanos estaban dispuestos a otorgarle un cheque en blanco, ante todo, querían participar en los procesos de la vida pública, caminar mano a mano con el recién nombrado Presidente para transformar la realidad de México, hacerlo un lugar más justo donde las futuras generaciones pudieran tener oportunidad de salir adelante.

Desgraciadamente el poder presidencial no se comparte y a la larga las difíciles decisiones caen sobre las espaldas de una sola persona. José López Portillo comienza a hacer todo con mesura, a pesar de ello, a la larga perdería piso, la vanidad lo haría tomar erráticas decisiones que ocasionaron una crisis sin precedente de la cual salir nos costó muchas lágrimas. El petróleo, u oro negro, lejos de generar riqueza, dejó como saldo una deuda impagable, tasas de interés inmanejables, paridad cambiaria para “Ripley” y familias viviendo los estragos de una pobreza fría, tremendamente anónima.

El más grande error de aquellos tiempos fue la estatización bancaria. Medida populista y demagógica, JLP creyó dicha decisión salvaría el paso de su nombre a la historia del mismo modo que Díaz Ordaz murió pensando la masacre de Tlatelolco había sido un sabio acto en pos de librar al país de la amenaza comunista. Sobra decir que en ambos casos, los epitafios políticos de esos presidentes fueron escritos a partir de dichos sucesos.

Al terminar el sexenio, JLP se autoexilió en Roma durante varios años. Víctima del mayor escarnio del que se haya tenido cuenta, al entrar a un restaurante los ahí presentes le ladraban, todo en remembranza de aquella desafortunada declaración de que “defendería el peso como un perro”. Sus mansiones en la exclusiva zona de Cuajimapla –Ciudad de México- se convirtieron en efigie de niveles de corrupción únicamente equiparables a los de Miguel Alemán. Si bien estimo López Portillo no se enriqueció de la manera en que otros predecesores suyos lo hicieron, el haber permitido su familia realizara cualquier cantidad de negocios fue un fenómeno que a la larga se le revirtió, es decir, solito acabó pagando los platos rotos.

De su biografía “Mis tiempos” creo fundamental rescatar las reflexiones que el ex mandatario hace sobre dejar el poder para siempre. Para López Portillo, Los Pinos era morada y la banda presidencial casi extensión de su persona. Sin agenda por delante, prácticamente solo al extinguirse el sexenio, el Presidente buscaba un proyecto de vida y tardó mucho tiempo en encontrarlo. En los últimos párrafos de la obra revela la angustia implícita en dejar de ser lo que era, permanecer callado y aguantar la ingratitud de una nueva administración que debía golpearlo para legitimarse en el poder. “Romper para estabilizar” o mejor dicho y recordando a Luis Spota en su obra política cumbre –“El primer día”: “se le había ido el color de la piel, ya no era el mismo que había sido”.

El gran elector o el dedo máximo, apuntó en dirección de Miguel de la Madrid. Tecnócrata alejado de la concepción clásica del abogado-funcionario, se le califica como gris pero ése era precisamente el perfil necesario después de doce años de culto a la personalidad. Para mi gusto De la Madrid se excedió con su antecesor, llevó las cosas al terreno de la venganza personal, llegando incluso a meter a la cárcel a un hombre de bien, un gran mexicano: Don Jorge Díaz Serrano. ¡Vaya que la política es ingrata!

Casado en segundas nupcias con la actriz Sasha Montenegro, JLP pasó los últimos años de su vida confinado a una silla de ruedas. Dedicado a escribir, ocasionalmente sus tesis fueron publicadas en importantes medios de comunicación y cada determinado tiempo aparecía en pantalla para ser entrevistado. Si bien procuraba no opinar sobre temas políticos siguiendo la regla de que los ex mandatarios tradicionalmente guardaban silencio; al ganar Vicente Fox las elecciones de 2000 declaró a la prensa que “El haber dejado atrás la prerrogativa del dedazo había sido un garrafal error que pagaríamos muy caro”.

Como intelectual tiene todo mi respeto, sin embargo no puedo coincidir con la existencia de un México supeditado a la voluntad de un monarca sexenal; nunca será positiva la existencia de una sociedad fría ante los cambios, indispuesta a participar en la transformación y con la madurez suficiente para enfrentar su porvenir mediante la elección libre y soberana de aquellos con los mejores atributos y capacidades para lograrlo.

La muerte de un hombre de la envergadura del licenciado López Portillo siempre será motivo de tristeza, ante todo de minuciosa reflexión. Se cierra una época marcada por un hombre que pudo alcanzar la grandeza, pero que tenía los defectos propios de sus cualidades.

Descanse en paz.

Correo electrónico: pato1919@hotmail.com

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