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El futuro de México/Umbrales

Alejandro Irigoyen Ponce

Todos regresan a clases.

Juan es un niño igual a millones en México. Gracias a los juegos malabares del Gobierno Federal y esos, sus criterios, para medir la miseria, no puede ser considerado en pobreza extrema, pero vaya que sufre carencias, exactamente las mismas que prácticamente la mitad de la población.

Acude a una escuela pública, donde comparte el salón de clases con medio centenar de compañeros. El inglés y la computación son asignaturas que le son totalmente ajenas y por añadidura, debe hacer esfuerzos sobrehumanos para memorizar las tediosas y maratónicas lecciones que con desgano impone su profesor, quien dicho sea de paso, debe disfrazar todos los días el sabor a vencido que le amarga la boca y existencia.

El profesor de Juan, mal pagado y peor preparado, con una vocación en punto de quiebra y más preocupado por la sobrevivencia de su propia familia y las “grillas” sindicales que en preparar a esos distraídos y malnutridos niños, concibe al futuro como una entelequia retórica que se torna tan confusa y lejana, cuando es el hoy el que marca y agota el esfuerzo. Y así lo permea… no se puede evitar.

Juan y varios de sus compañeros le “echan ganas” pero es cada día más difícil. Las cosas en casa y en su colonia no permiten cuentas alegres y para colmo, sin saber exactamente los cómos o porqués, termina por entender que la educación ya no es garantía de movilidad social. Algunos de sus vecinos terminaron la preparatoria y hay quién incluso es ingeniero, pero están desempleados o manejan un taxi. Sus sueños son entonces, mucho más realistas: terminar el año y conseguir un empleo de “cerillo” en el supermercado.

La historia de Juan es la de muchos, pero no la de todos. Hay quienes pueden soñar con llegar a algún alto puesto dentro del aparato gubernamental con algún título bajo el brazo de Yale u Oxford, de Cambridge o de la UCLA. También hay niños que saben que su futuro está garantizado y en los mejores términos; sólo es cuestión de tiempo para que se integren a las futuras horneadas del Tec. o la Ibero... pero la historia de Juan sigue siendo la de la mayoría y eso es lo triste.

Kim Sun es un niño igual a millones en Corea del Sur. Asiste junto a una veintena de sus compañeros a las clases que dirigen y organizan sus profesores. Inglés y computación, por supuesto, pero además puntualidad, aseo personal y actitud emprendedora como requisitos indispensables para poder sobresalir en un contexto cada día más competitivo. No necesita memorizar, pero se le demanda solucionar problemas. Se le enseña a pensar, a ser puntual, aseado y por sistema, sin que nadie se lo pida, a imaginar, a planear e innovar. Puede soñar, porque el Estado se lo garantiza y demanda, con introducir al mercado algún avance tecnológico.

También regresa a clases Johnnatan, un niño estadounidense promedio, expuesto y condicionado por la realidad actual de su país. Estados Unidos, gracias a su poderío económico -y por supuesto militar- se puede dar lujos de imperio, incluso el permitir y/o tolerar que millones de sus ciudadanos no pasen de ser analfabetas funcionales o que el grueso de su población se nutra culturalmente gracias (y casi exclusivamente) de MTV y Hollywood. No importa, el siglo XXI seguirá siendo suyo, seguirá siendo de Johnnatan, si logra sortear con éxito los problemas raciales y de violencia en su escuela, la exposición a las drogas y la baja exigencia cultural. Puede ser literalmente lo que quiera, ya que las condiciones económicas y de infraestructura le son favorables... basta un poco de esfuerzo, suerte y ser políticamente correcto en los tres o cuatro momentos clave de su existencia.

México no goza de las ventajas económicas que tiene Estados Unidos y carece –por desgracia- de la visión de los países europeos y asiáticos que ponderan la educación, la información y el imperio de las ideas como requisito indispensable para plantear la viabilidad de un pueblo en un mundo globalizado.

Entonces Juan carga en sus espaldas dos pesadas losas. La que le impone su realidad, el contexto social y económico y los condicionantes que marcan a hierro la pobreza e ignorancia. También, la que le impone el mundo que hoy le sonríe a los Kim Sun y a los Johnnatan, pero que lanza una mueca confusa, entre advertencia y desesperanza a los que cada día les es más difícil “echarle ganas”.

airigoyen@elsiglodetorreon.com.mx

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