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El hombre atrás del héroe

Adela Celorio

Intentaré ocuparme de asuntos menos irritantes que el de los diputados para no hacer enojar al ex lector que me avisó: “Por rabiosa y visceral, ya no la leo”. Hace usted bien señor, por lo mismo yo tampoco me leo. Hoy, la ocasión es ni pintada para hablar de Don Miguel Hidalgo, el hombre que se atrevió a soñar con patria y libertad en un momento en que eso era impensable y que como casi todos los héroes, pagó con su vida el atrevimiento.

Con las palmas de las manos rasuradas -para retirar de ellas la unción sacerdotal -ya que no se podía fusilar a un sacerdote- y su cabeza clavada en una pica para muestra y escarmiento del pueblo, pagó Don Miguel Hidalgo su sueño.

Sin quitarle ningún mérito al gesto heroico de iniciar el movimiento que sólo algunos años más tarde acabaría con la consumación de la Independencia y a riesgo de decir una herejía, prefiero al hombre que al héroe. Pienso que la gran aportación del cura de Pénjamo a la libertad y los derechos de los mexicanos, se encuentra en la pasión y la intensidad con que participó de la vida y el quehacer de la patria. Destacado discípulo de los jesuitas, supo multiplicarse para atender a sus estudios canónicos, cumplir con el puesto de amanuense, presidir las academias, examinar estudiantes, ayudar al vicerrector y aprender latín, francés, italiano y las lenguas indígenas otomí y tarasco. Enseñó gramática latina, artes y teología eclesiástica; antes de ser nombrado rector del Colegio de San Nicolás. Y como hormona mata neurona, se dio su tiempo para engendrar con Manuela Ramos Pichardo, a sus hijos Agustina y Lino Mariano. Fue Cura, Vicario y juez eclesiástico de San Felipe, en Guanajuato.

Entre misa y misa impulsó la industria alfarera, organizó tertulias para mantenerse en contacto con la inteligencia de su comunidad y apasionado como era, tuvo dos hijas más -Micaela y Josefa- esta vez con la joven Josefa Quintana. Levantó una finca para alojar ahí una alfarería, una curtiduría, una talabartería, una herrería, una carpintería y un telar.

Excavó una noria para riego, plantó moreras, mandó traer abejas de La Habana para formar colmenas y sembró miles de vides para propagarlas en las huertas del pueblo. Por las noches instruía a los agricultores y artesanos que muy pronto empezaron a producir velas, seda y vino.

Y aquí aparece mi lado materialista: ¿Qué diablos se tuvo que meter a organizar insurrecciones un hombre cuya labor era tan productiva y desarrolladora para su comunidad? La verdad es que eso debió dejarlo a Allende que era militar. Definitivamente, me gusta más el hombre apasionado, laborioso y emprendedor, que el Héroe que acabó fusilado cuando aún tenía tanto por hacer.

adelace@avantel.net

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