La más reciente medición de preferencias electorales para 2006 reveló que Andrés Manuel López Obrador, postulado por el PRD, triunfaría con 32 por ciento de los votos emitidos. Roberto Madrazo, candidato del PRI, obtendría 27 por ciento. El secretario Creel de Gobernación, si fuese candidato del PAN captaría 21por ciento.
“Si las opciones en 2006 son las que están en esta tarjeta -preguntó María de las Heras a los encuestados- ¿por quién votaría para presidente de México?” Las respuestas fueron publicadas el día 28 del recién concluido mes de octubre.
La señora De las Heras confiesa que su sorpresa fue mayúscula. Esperaba que el escándalo por la toma perredista de San Lázaro perjudicaría las preferencias por el jefe de Gobierno. El sondeo tendría que repetirse “en un momento de mayor calma política, si es que en México podemos aspirar a tal cosa, para evitar dobles lecturas”, comentaría las encuestóloga. Pero las preferencias no se desviaron. Pronto se cumplirán 12 meses que la televisión y el radio comenzaron a difundir información de desacatos de sentencias atribuidos al jefe de Gobierno.
Y mostraron videos, que les fueron filtrados, de un burócrata enfermo emocionalmente que juega ruleta en Las Vegas y de dos conspicuos miembros del PRD quienes en distintas ocasiones sostienen negociaciones con un sórdido empresario nacido en Argentina y proceden a retacar bolsas de plástico, maletines y bolsillos de saco y pantalón con gruesas remesas de dólares y pesos.
Los filtradores de sonidos y videos se propusieron, mediante artificiosos ajustes temporales, que esas conductas típicas, antijurídicas, culpables y punibles parecieran tener el mismo origen: el entorno inmediato exclusivo del jefe de Gobierno. El propósito dura ya 12 meses. Sin embargo, las preferencias en favor de López Obrador no decrecen. Sus adversarios se preguntan: ¿Qué ocurre? ¿Por qué no se hunde? ¿Por qué mantiene y robustece las preferencias y al mismo tiempo eleva al PRD?
A López Obrador le dirigen golpes no sólo por discrepancias respecto de las obras públicas que se realizan en el Distrito Federal. Se le golpea porque paga conforme avanzan las obras. No las paga en su totalidad por adelantado, como lo hicieron las venales administraciones del decrépito Departamento del DF para que las ilegales comisiones de diez por ciento, 20 por ciento o 30 por ciento respecto del monto fuesen repartidas al comienzo. En consecuencia se acusa al Gobierno de López Obrador de “subejercicio”.
Se le critica porque en su diario encuentro con los reporteros de prensa, radio y televisión habla despacio, con acento tabasqueño y dice compló. Cuando encuentran que la palabra la incluye desde hace muchos años el Gran Diccionario Larousse, sus oficiosos correctores descalifican al diccionario porque ¡es francés!
Lo tunden también por implantar políticas sociales en beneficio de los viejos, de los capitalinos en edad escolar o de sus hermanos lactantes. Los estudiosos del quehacer de López Obrador adelantan como explicación de las inalterables preferencias políticas que disfruta, que no pierde tiempo en politiquerías -grillas dirían los conocedores del habla pertinente de la cúspide política-, en consultas con comunicólogos para la construcción de su figura, ni en reuniones para concertar “negocios” y ocultarlos. Sobre todo porque realiza con disciplina un programa de Gobierno.
A López Obrador no le ha hecho daño el sobrenombre de populista porque éste ratifica su convicción de que el cambio social, educativo, económico, cultural y político en el Distrito Federal sólo será posible si cuenta con la aquiescencia de quienes viven, trabajan y duermen en la gran ciudad.
Si bien repite que de ese cambio no pueden estar ausentes los grandes empresarios, no deja de estimular la buena voluntad del común denominador de ciudadanos que constituyen las contrastantes colonias: alguna semejante a Berlín y Hamburgo; la mayoría iguales a Calcuta, Lagos o Sao Paolo. No elude el compromiso de satisfacer las exigencias de las 50 mil familias de altísimos recursos que se concentran en Polanco, Las Lomas, y Bosques de las Lomas. Pero nunca pierde de vista que la sobrevivencia de la capital depende de la actitud, de la responsabilidad cívica y del trabajo de nueve millones de habitantes y de la prudencia de los más de cuatro millones de trabajadores provenientes de los municipios conurbados que diariamente usan y abusan de los servicios que financian con sus impuestos quienes aquí viven.
Talante belicoso, tono agresivo y desafiante, rechazo a acatar en principio resoluciones que al final lesionen o perjudiquen el inestable equilibrio en que discurre la vida de quienes constituyen la aglomeración humana más compleja del mundo, son comportamientos característicos del jefe de Gobierno. Seguramente sus confidentes le recomiendan: ¡Bájale! López Obrador mantiene su conducta. En tiempos de cambios, los políticos suelen perder el contacto con sus seguidores cuando se les adelantan o van más de prisa o quieren ir más lejos.
También pierden contacto cuando se atrasan y no van hasta donde quisieran los ciudadanos. López Obrador arriesga su futuro existencial y político al situarse en el borde de esos dos extremos. La gente lo percibe.