Recuerdo cuando el Informe de Gobierno emulaba más al viejo sistema presidencialista que a una ceremonia republicana destinada a informar a la ciudadanía sobre el estado de la administración. Por aquel entonces prácticamente todo el país entraba en una parálisis total; millones de mexicanos dejaban atrás sus actividades para plantarse frente al televisor y escuchar horas enteras de cifras alegres muchas veces alejadas de la realidad; en fin, el día primero de septiembre era cuasi mitológico, momento de esplendor y lucimiento de un tlatoani todopoderoso que por seis años gozaba de facultades metaconstitucionales.
En aquellos ayeres ambas Cámaras estaban compuestas en su amplia mayoría por militantes del PRI, todos ellos fervientes aduladores del Presidente; a la menor provocación vitoreaban, regalaban aplausos al por mayor haciendo de la ceremonia exaltamiento o culto a la personalidad.
Sobra decir que en la actualidad las cosas han cambiado de manera radical. Hoy los informes también pueden estar llenos de números exagerados o balances desproporcionados, sin embargo tanto en forma como en fondo todo es distinto. A partir de la administración de Ernesto Zedillo la figura presidencial viene sufriendo un desgaste natural; dentro del Congreso existen diversas fuerzas –izquierda, centro y derecha- que están reacias a creer lo que el Mandatario en turno informa, todas y cada una de ellas tienen agenda política propia y su comportamiento durante la ceremonia obedece a distintos intereses, personales o de grupo.
Recordemos la primera vez que alguien interpeló al presidente: Porfirio Muñoz Ledo gritó a Miguel de la Madrid, iniciando con ello la tradición de inconformarse de manera abierta y explícita sin importar la Ley Orgánica del Congreso, aquella que claramente menciona que durante una sesión solemne no hay lugar para ese tipo de conductas.
¿Será que estamos pagando el precio por vivir dentro de un régimen democrático donde cabe la voz disidente? Seguro, a pesar de ello estimo el comportamiento mostrado por la oposición durante el IV Informe de Gobierno de Vicente Fox rayó en el abuso, en la absoluta vulgaridad, desapego a las formas y una total falta de respeto por la investidura presidencial.
Este columnista contó veintinueve interrupciones al Presidente, además de múltiples pancartas con todo tipo de ideas u ofensas: desde aquellas que rezaban “No metas la mano en la elección de Veracruz”; pasando por otras alusivas al conflicto del IMSS, hasta quizá la más ofensiva, de una sola palabra: “Pinocho”. Cabe destacar que –para variar y no perder la costumbre- casi un noventa por ciento de las injurias o manifestaciones provinieron del PRD.
¡Vaya que los ánimos estuvieron caldeados este pasado día primero de mes! Los perredistas van con todo para defender a López Obrador y por ende no tuvieron empacho en corear todos al unísono ¡No al desafuero, no al desafuero! Como usted, querido lector, lo habrá visto o leído ya, Vicente Fox pasó de la tranquilidad a la desesperación en un breve lapso. Francamente se nota que el Ejecutivo Federal está física y anímicamente agotado, muestra signos de desgaste y probablemente esté contando las horas para regresarse al rancho. Si acaso alguien dudaba sobre el hecho de que la presente administración ya está en el camino de salida, Manlio Fabio Beltrones se encargó de recordárnoslo cuando afirmó que el reloj “marcaba cuarto para las doce”.
Me pareció un informe aterrizado pues Don Vicente no dejó de decirnos que faltaba mucho por hacer. Quedan tantas cosas en el tintero y dado lo visto durante el Informe se prevé difícil que las Reformas Estructurales puedan llevarse a cabo en el tiempo que le queda al presente Gobierno. Quitando los fracasos, tropiezos y puntos atorados, en un acto de elemental honestidad debemos reconocerle a Fox su voluntad por cambiar al país a pesar de las inercias históricas que dificultan hacerlo.
Podemos acusar al Presidente de ingenuidad, de haber creído la transformación de México podía haberse llevado a cabo en un sexenio, mas no lo podemos señalar como culpable de todos los males endémicos que en la actualidad nos aquejan.
No coincido con aquellos que afirman no se ha hecho nada durante los últimos cuatro años pues ello sería pecar de ciego. Todos los que no tuvieron empacho en interpelar al Presidente deberían tener muy en claro que gobernar radica en una responsabilidad compartida, que a la larga la cuenta o factura la debemos asumir todos.
Es muy fácil insultar, sin embargo yo me pregunto qué han hecho los legisladores por el bien del país en los últimos tiempos. ¿Se vale vociferar cuando la actual legislatura se ha convertido en símbolo de parálisis? ¿Creen acaso los señores diputados que mediante una conducta agresiva van a conseguir sus objetivos? Me cae que están para llorar, casi todos.