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El Maratón/No hagas cosas buenas...

Enrique Irazoqui Morales

En mi incipiente trayectoria como colaborador, he procurado reflejar un estilo más o menos impersonal. Los datos y las opiniones aquí vertidas siempre han sido sobre temas públicos, con datos fehacientes y en lo referente a las calificaciones éstas has salido de mi ronco pecho -bueno, de mis dedos- basadas en apreciaciones con un cierto sentido profesional. Así han transcurrido pues mis primeras aportaciones en este complejo y subjetivo mundo periodístico.

Sin embargo ahora, quiero compartir una experiencia personal pero que al mismo tiempo tiene un gran significado para muchos laguneros.

Todo empezó para mí, allá como cinco o seis años atrás. En la radio escuchaba los anuncios previos al maratón: “abril primer domingo” era una parte primordial de los mensajes. El cambio al horario de verano generaba confusiones y tal vez por ello los organizadores lo movieron al primer domingo de marzo. Total el reto quedaba en el aire: para correr un maratón se necesita mucha voluntad, disciplina y algo más.

Por azares del destino tuve en los últimos tiempos la oportunidad de convivir más seguido con el matrimonio que conforman el doctor Francisco Murillo y la inigualable Cecilia Vázquez, esta última ya contaba con experiencia en este tipo de pruebas.

Coincidí entonces en una carrera de diez kilómetros del Día del Padre hace un año y medio. Pancho -como toda la gente que estimamos al doctor le llamamos- me ganó, no obstante lo había rebasado cerca ya de la meta, el aire se agotó y fui superado por él a menos de mil metros del final.

El gusto por la convivencia atlética y el recorrido por las calles de las ciudades se había incubado definitivamente, pero la flojera me llevó a la modorra nuevamente.

Meses después en una excursión a la presa Francisco Zarco, comentando nuevamente con Pancho sobre las carreras, me dijo que me veía pasadito de kilos y que eso dificultaba el desempeño al trotar. Hablamos también de la intención de varios laguneros -él entre ellos- de correr el maratón de Nueva York y que tenía un libro para principiantes con toda una guía para entrenarse para ello. Llegó el día y todos los laguneros viajeros que se envolvieron en esa aventura en la tierra de la Estatua de la Libertad cumplieron su objetivo. La satisfacción fue total; la meta fue alcanzada. El dichoso libro llegó a mis manos cortesía de los Murillo.

Ya en el verano pasado, tratando de escapar de la vida sedentaria, me inscribí en otro 10K organizado por Simas. Estaba saliendo de una gripe y una pequeña trasnochada, más los kilitos que me refrescaron en la presa se combinaron para un resultado poco halagüeño.

Hasta eso, aquella carrera propició que regresara a los entrenamientos, lo que contribuyó a que envalentonado me inscribiera en el medio maratón que organiza San Isidro. La historia fue de terror, pero caminando y todo llegué al final.

Un compañero de carreras y de trabajo, José Ángel Esparza me dijo que él me había rebasado y no le creí, una pequeña soberbia me llevó a retarlo para la carrera de diez kilómetros Victoria que estaba próxima a realizarse. Aquel domingo no había nadie más seguro que yo, inclusive el sábado anterior estuve departiendo de más en el bar del Campestre de Torreón. Ángel me recogió para llegar juntos a iniciar la carrera en los límites de Lerdo y Gómez. Al llegar al puente del canal Sacramento mi rival deportivo me dejó atrás y días después terminé con el pelo pintado de amarillo y naranja frente a la Redacción de El Siglo de Torreón. Pagué y ni modo.

Participamos en otra carrera de igual distancia a la anterior y el cronómetro mejoró. Otro medio maratón, ahora organizado por el Campestre La Rosita, estaba en puerta. El resultado esta vez fue satisfactorio y el año estaba por concluir y los ánimos para entrarle a la de deveras se posesionó de mi pensamiento. Con la participación de la carrera organizada por el párroco del templo de la Virgen de Guadalupe, concluí mis inclusiones en este tipo de eventos deportivos. Otra vez el resultado fue alentador.

Entré entonces a la preparación final. El dichoso libro indicaba muy claramente la cantidad de kilómetros que debía correr para estar en forma para el domingo siete de marzo -hace apenas cinco días- debo decir que el esfuerzo es extenuante; las distancias marcadas para los fines de semana de verdad que requieren mucho empeño para desarrollarlas.

Aquí es donde se cruzan las miles de historias personales que se encontraron el fin de semana pasado. Muchos deportistas habían llevado a cabo verdaderas batallas en las pistas de entrenamiento para estar preparados para ese día: el día de la ilusión.

Justo antes del amanecer, una verdadera multitud nos aprestábamos a la raya de salida. En el podio principal, estaba la atleta número uno de México: Ana Gabriela Guevara, lo que le daba un realce especial al momento, la acompañaba Eduardo Tricio, presidente de Lala, empresa organizadora de este titánico evento a la cual se le debe agradecer el patrocinio del mismo, un orgullo más de las cosas buenas con las que cuenta nuestra región. También estaba allí Ramón Iriarte, creador de esta grata tradición anual, la alcaldesa de Gómez Palacio, Leticia Herrera, entre otras personalidades.

Se escuchó el disparo de salida y la marejada humana empezó a desplazarse. La adrenalina estaba a tope y la ilusión quedaba a más de 42 kilómetros. El centro de Gómez recibió a todos con calor, en Lerdo el recorrido fue más que entusiasta. Imposible no emocionarse ante tanta muestra de solidaridad y apoyo de muchos lerdenses. Recorrer el Miguel Alemán era la puerta para entrar a la segunda etapa de la competencia, ya en Torreón.

Tres, cuatro, cinco, hasta seis horas pasaron para cristalizar el sueño de muchos de los deportistas con voluntad de acero. Seguro que el arribo al Bosque Venustiano Carranza significó una inmensa satisfacción y se merecen aun un mayor reconocimiento.

Otros nos quedamos en la orilla, una pierna ya venía “tocada” desde los finales de la preparación y me pasó la factura a la hora buena. El apoyo de muchas personas que observaban el paso de los maratonistas hizo que muchos como yo, tratáramos de terminar la carrera. Mi Waterloo fue en el kilómetro 27. El dolor era intenso, pero la tristeza fue peor por abandonar la prueba.

Sin embargo, la gran mayoría sí lo terminó. Cientos de nuestra gente han obtenido el premio a la dedicación y disciplina, valga un aplauso y el gran mérito de todos.

No me cabe la menor duda que este tipo de actividades positivas contribuyen a la construcción de una sociedad mejor, basada en valores positivos. Ese es uno más de los grandes éxitos del maratón lagunero, auspiciado por Lala.

Lo vivido el domingo pasado realmente es trascendente para la vida de muchas personas que participaron. La comunidad por supuesto que hizo lo propio para que todo resultara una fiesta y una gran contribución en el desarrollo humano de nuestra sociedad.

Se debe mantener esa mentalidad positiva para tratar que La Laguna cuente con actos deportivos y culturales que nos permitan permanecer en la lucha por la constante mejoría.

Por cierto, Cecilia Vázquez por supuesto que acabó bien la prueba. Hay miles de personas que debería enumerar por su triunfo. Don Germán González Navarro siguió deslumbrando a todos. Hay por ahora un gran ausente: Juanito Lara, esperamos verlo ya pronto. En lo personal, mi admiración y respeto a Alberto Medrano Briones, maestro de muchas cosas, ésta una más.

En definitiva un gran reconocimiento a todos los participantes. El año que entra, escribiremos la continuación de la historia.

eirazoqui@elsiglodetorreon.com.mx

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